Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate Hardy

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Amor entre viñedos - Un brote de esperanza - Kate Hardy Ómnibus Deseo

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Xavier sonrió de repente y declaró:

      –Bueno, te diré la verdad. No tenía ninguna reunión de negocios. Me he tomado el día libre y he estado comiendo con Marc.

      –¿Con Marc? ¿Con monsieur Robert? ¿Con mi abogado?

      –Con tu abogado que también es el mío –le recordó él–. Pero tranquila, no hemos estado hablando de ti.

      Al salir de la estación, Allegra se llevó otra sorpresa. El coche de Xavier era el que su padre le había regalado en la adolescencia, el viejo coche con el que la había llevado por toda Ardeche y desde el que le había enseñado todas las maravillas de la naturaleza de la zona.

      –¿Qué ha pasado con tu deportivo?

      –Que no era práctico. Y este lo es.

      –¿Que no era práctico? –preguntó perpleja.

      Allegra no entendía nada. Xav había estado enamorado de aquel deportivo, un vehículo clásico que había arreglado con ayuda de Michel, el dueño del taller mecánico de la localidad. Le dedicó tanto tiempo que Guy y ella le tomaban el pelo constantemente.

      –A veces, tengo que ir en coche por caminos de tierra o llevar varias cajas de vino a algún cliente –explicó Xavier.

      –Lo comprendo… Pero, si ahora te interesan tanto las cosas prácticas, ¿por qué le has puesto una tapicería tan elegante? –se burló ella.

      –Porque tampoco hay que exagerar, ¿no? –respondió él–. No esperarás que vaya por ahí con poco más que un carro y un burro…

      –Desde luego, sería más ecológico –observó.

      –El motor de mi coche es ecológico.

      –¿Lo dices en serio?

      –Bueno, en realidad es un híbrido; mitad eléctrico, mitad de gasolina –contestó–. Quizás te sorprenda, pero esas cosas me importan mucho. He invertido mucho dinero para conseguir que nuestros vinos tengan el certificado de producto ecológico.

      Allegra se quedó perpleja. Era evidente que Xavier había cambiado.

      Dos maletas no eran demasiado. Xavier sabía de mujeres que llevaban más equipaje para pasar un simple fin de semana, y Allegra iba a estar allí dos meses. ¿Qué pensaba hacer? ¿Volver a Londres a recoger el resto de sus cosas? ¿Encargarse de que se las enviaran?

      Fuera como fuera, había otro asunto que le quería preguntar.

      –¿Cómo te vas a mover por Ardeche?

      –Supongo que el dos caballos de Harry sigue en la casa…

      –Sí, pero hace años que no se utiliza. Tendrías que llevarlo a un mecánico para que lo ponga a punto, si es que se puede –declaró–. ¿Qué has hecho con tu coche? ¿Lo has dejado en Inglaterra?

      –Yo no tengo coche. En Londres no lo necesito. Utilizo el transporte público.

      –¿Y si tienes que salir de la ciudad?

      –Entonces, voy en tren o alquilo un vehículo.

      Él asintió y cambió de conversación.

      –¿Por qué has dejado tu empleo? Podrías haberte tomado un año sabático.

      –Dudo que ese canalla me lo hubiera concedido.

      Xavier arqueó una ceja.

      –¿Ese canalla? ¿Te refieres a su jefe?

      –Al que ha sido mi jefe los seis últimos meses.

      –Ah…

      –Peter compró la agencia una semana después de que mi antiguo jefe se jubilara. Yo pensaba que me ascendería, pero ha contratado a otra persona para que ocupe su puesto. Es evidente que no cuento con su confianza.

      –Lo siento.

      Ella se encogió de hombros.

      –No lo sientas. Me alegro de haberme marchado. Peter fue el culpable de que no pudiera asistir al entierro de Harry. Cuando le comenté lo sucedido y le pedí que cambiara la fecha de la reunión, me dijo que no podía ser… que la empresa estaba por encima de cualquier otra cosa –dijo.

      –Comprendo que te hayas ido –replicó Xavier–. Pero, ¿qué habrías hecho si Harry no te hubiera dejado la mitad de los viñedos?

      –No lo sé. Supongo que buscarme otro trabajo o establecerme por mi cuenta –contestó.

      –Si me vendes tu parte de los viñedos, te daré una suma tan generosa que podrás abrir tu propia empresa. Podrías volver a Londres y hacer lo que quisieras.

      Ella alzó la barbilla.

      –No voy a vender, Xav. Me voy a quedar aquí –sentenció–. Deja de presionarme como si fueras un vulgar matón.

      Xavier la miró perplejo.

      –¿Como un vulgar matón?

      –Bueno, quizás he exagerado un poco, pero intentas intimidarme.

      –Yo no intento intimidar a nadie.

      –Pero intimidas de todas formas. Tienes puntos de vista tajantes y ningún miedo a expresarlos en voz alta.

      –Eso no me convierte en un matón. Yo escucho a la gente. El otro día, hasta te escuché a ti sin juzgarte… O por lo menos, sin juzgarte demasiado –dijo con humor.

      –¿Y qué me dices de tu seguridad? Eso también intimida.

      –Oh, vamos… No me dirás que tener confianza en uno mismo es un delito –razonó él–. Además, yo soy como soy. Si te intimido, qué se le va a hacer.

      –Descuida. Soy perfectamente capaz de enfrentarme a ti.

      –¿Me estás desafiando, Allegra?

      –Por supuesto que no. ¿Por que tienes que sacar las cosas de quicio? –preguntó, cansada.

      –Yo no estoy sacando las cosas de quicio. Preferiría que fueras un socio como Harry, que se mantenía al margen de los viñedos, pero es evidente que eso no va a pasar… Durante los dos próximos meses, estamos condenados a trabajar juntos. Espero que lo hagas lo mejor que puedas, pero no te voy a dificultar las cosas.

      –Gracias, Xav. No te preocupes por mí; nunca he sido una vaga.

      Xavier se preguntó por qué había dicho eso. ¿Es que su exjefe la había acusado de serlo? En tal caso, era un tonto además de un canalla. Con sus informes, Allegra le había demostrado que sabía trabajar. Era cualquier cosa menos una vaga.

      Xavier detuvo el vehículo al llegar a la granja de Harry. Después, salió del coche, abrió el maletero y sacó las maletas de Allegra.

      –Gracias –dijo ella–.

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