E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery Pack

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de Morgan, Nevada estaba a punto de sugerir que podían parar a comprar un dulce antes de entrar cuando Tucker la sorprendió llevándola hacia él.

      –¿Qué? –preguntó ella.

      En lugar de responder, la besó.

      Sentir su boca fue algo delicioso y su ya alertado cuerpo reaccionó. Consciente de que estaban en mitad de la calle y de que cualquiera podía verlos, quiso echarse atrás, pero no pudo. Había algo en él que hacía imposible que se moviera, imposible que hiciera nada más que perderse en la sensación de sus labios contra los suyos.

      La rodeó con los brazos y tanto sus hombros como sus muslos se tocaron. Ella deseó devolverle el abrazo, pero justo cuando estaba a punto de separar los labios para poder intensificar el beso, él se apartó.

      –¿Qué ha sido eso?

      Tucker le sonrió y volvió a tomarle la mano.

      –Solo he hecho lo que me has dicho. Que parezca que estoy loco por ti.

      ¡Oh, claro! El plan para protegerlo.

      –Ah... eh... vale –se aclaró la voz–. Lo has hecho bien.

      Tucker le guiñó un ojo.

      –A mí también me ha gustado.

      ¿Y esas reglas de «solo trabajo»? ¿Y eso de ser solo amigos? La verdad era que Tucker Janack siempre lograba encandilarla y siempre lo haría. El truco sería descubrir cómo lograr controlar sus reacciones ante él y no perder la cordura al mismo tiempo.

      Al cabo de un par de días esquivando a Tucker, haciendo su trabajo y sin querer nada más que escapar de la desmoralizante tensión sexual que sentía cada vez que estaba cerca de ese hombre, Nevada quedó aliviada cuando recibió una llamada de Montana. Dakota y ella querían una reunión de mellizas. Quedaron en una hora y sugirieron reunirse en casa de su madre.

      Nevada llegó pronto; había sido una gran excusa para marcharse de la obra. Esperaba que después de que sus hermanas hablaran de lo que tuvieran que hablar, pudiera pedirles consejo sobre cómo aclararse la mente en cuanto a Tucker porque, por sí sola, no encontraba ninguna idea.

      Centrarse en el pasado y odiarlo no era una opción de verdad. Habían pasado diez años, ella había tenido tanta culpa como él y prefería mirar hacia delante que mirar atrás. Además, le encantaba su trabajo y quería seguir trabajando con él. Que Tucker se pusiera una máscara de gorila cada día la ayudaría mucho, pero no estaba segura de cómo pedirle que lo hiciera.

      Llamó a la puerta, como siempre hacía, antes de abrirla.

      –¡Soy yo! –gritó–. ¿He llegado la primera?

      No obtuvo respuesta. Oyó un ruido procedente de la cocina y recorrió el pasillo preguntándose de qué querrían hablar. Tal vez Montana estaba embarazada. Eso sí que sería divertido. Simon era un tipo genial. Tal vez iban a anunciar su compromiso, lo cual significaría que sus dos hermanas estaban felizmente enamoradas.

      Bien por ellas, pensó diciéndose que no debía dejarse afectar por ello porque, con el tiempo, ella también encontraría a su chico. Tenía que ser positiva.

      Perdida en sus propios pensamientos, apenas se fijó en que volvió a oír ese extraño sonido, y a la vez que se daba cuenta de que era más un gemido que una palabra, entró en la cocina y se encontró a su madre con Max Thur-man.

      Desnudos.

      Sobre la mesa de la cocina.

      Teniendo sexo.

      Fue uno de esos momentos que hizo que el tiempo se ralentizara. Se sintió como si estuviera bajo el agua, incapaz de moverse con rapidez o de respirar. La imagen pareció quemarle el cerebro. Gritó y se cubrió los ojos, pero ya era demasiado tarde.

      –¡Nevada!

      –¡Lo siento! –gritó antes de salir corriendo todo lo deprisa que pudo. Salió afuera y se quedó en mitad del jardín intentando recuperar el aliento.

      –¡No, no, no!

      Cerrar los ojos no la ayudó en nada, como tampoco lo hizo canturrear. Hiciera lo que hiciera, seguía viéndolos desnudos y haciéndolo.

      –¿Qué está pasando?

      Vio a sus hermanas correr hacia ella y salió corriendo en la otra dirección. La persiguieron por la calle.

      –¡Para! –gritó Montana–. Dakota está embarazada y no puede correr detrás de ti.

      Eso la hizo detenerse, pero no podía mirarlas.

      –¡Oh, Dios, es horrible! Voy a tener que necesitar terapia psicológica el resto de mi vida.

      Sus hermanas la rodearon, parecían preocupadas.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó Dakota agarrándole el brazo–. ¿Estás enferma?

      Nevada señaló a la casa.

      –Ahí dentro. Encima de la mesa.

      Montana se quedó pálida.

      –¿Le ha pasado algo a mamá?

      Nevada sacudió los brazos.

      –Está bien. No puedo... No me hagáis decirlo.

      Pensó en gatitos, en chocolate y en barcos y se preguntó si había alienígenas en Marte antes de ceder ante lo inevitable y dejar que la sintonía de la atracción de Disney «El pequeño mundo» le llenara la cabeza, pero eso tampoco ayudó.

      Dakota la zarandeó.

      –¿Puedes decirnos qué está pasando?

      –He visto a mamá practicando sexo con Max. ¡Encima de la mesa de la cocina! –gritó y volvió a cubrirse la cara–. No puedo sacármelo de la cabeza.

      Bajó las manos y vio a sus hermanas mirándose. Montana hizo ademán de reír.

      –No tiene gracia –insistió Nevada–. Hemos desayunado en esa mesa. Hemos decorado galletas y hecho los deberes ahí. ¿Cómo voy a poder volver a mirar a mamá a la cara?

      –Creo que eso va a ser más un problema para ella que para ti –le dijo Dakota–. ¡Vaya! No me puedo creer que mamá estuviera teniendo sexo con Max. Supongo que es el tipo del tatuaje.

      Su madre tenía el nombre de Max tatuado en la cadera.

      –Pues yo voy a tener más problemas con Max que con mamá –admitió Montana–. Es mi jefe y podría ser algo complicado.

      –¡No quiero volver nunca! –gimoteó Nevada–. Crecí en esa casa, adoro esa casa, pero no quiero volver a entrar ni hablar con mamá.

      –Lo superarás –le dijo Dakota, demasiado calmada y con voz de estar divirtiéndose demasiado.

      –Eso no lo sabes. Solo es una suposición.

      –Soy

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