E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery Pack

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comenzaban a humedecerle el pelo. Al final, se levantó y se vistió.

      Todas sus esperanzas y sueños y todo su amor se derrumbaron a su alrededor y se sentó en el sofá sollozando. Todo lo que había imaginado se había desvanecido, había quedado roto por la realidad. A Tucker no le había importado en un sentido romántico porque estaba enamorado de Cat. Para él, ella no era nada más que la hermana pequeña de su amigo. Ella había malinterpretado su amabilidad, la había considerado afecto y se había construido una fantasía apoyándose en nada más sustancial que la arena.

      Aún conteniendo las lágrimas, se levantó y volvió a su residencia. Tras pasar una hora en la ducha, seguía sintiéndose fatal. Peor aún, se sentía estúpida. Había sido una idiota y no podía culpar a nadie más que a sí misma.

      Había pasado la noche despierta, regodeándose en la autocompasión y preguntándose cuándo tardaría en olvidar a su primer amor.

      A la mañana siguiente había ido a clase como si nada hubiera pasado. Había hablado con sus amigos, se había reído cuando había tenido que hacerlo y había actuado como si se encontrara bien.

      Pero no había servido de nada.

      Dos días más tarde, Cat la había llamado.

      –¿Fue maravillosa? –le preguntó la otra mujer.

      –¿Qué?

      –Tu noche con Tucker. Estabas enamorada de él así que quise que lo tuvieras.

      –No lo entiendo. Me dijiste que habías roto con él.

      –Eso es lo que le dije también a él porque, de lo contrario, no se habría acostado contigo. Ha sido mi regalo para ti, Nevada. Somos amigas y eso es lo que hacen las amigas.

      Comenzó a pensar en aquella noche, en lo borracho que había estado él y en el hecho de que ni siquiera había sabido quién era ella. Al menos, no al final.

      –¿Acaso se acuerda de lo que pasó? –preguntó odiándose por querer saberlo.

      –Recuerda algunas cosas –Cat se rio–. Tenía una buena resaca cuando hablé con él. Me lo confesó todo esperando que me enfadara, pero claro, yo no estaba enfadada. Que estuvieras con él había sido idea mía y ahora está agradecido de que haya vuelto con él.

      –¿Que vas a volver con él?

      –Sí, ya te lo he dicho. Te regalé una noche con él. Así que, vamos, cuéntamelo todo. ¿Fue maravillosa?

      Nevada sacudió la cabeza y volvió al presente, al salón que había remodelado y decorado ella misma. A la vida que se había creado.

      Diez años atrás le había colgado el teléfono a Cat y no había vuelto a hablar con ella, al igual que tampoco había vuelto a hablar con Tucker. Había logrado seguir adelante con su vida, recuperarse, pero nunca había olvidado ni aquella noche ni la humillación que le causó. A cualquiera que le hubiera preguntado le habría dicho que ya había olvidado a Tucker y ahora tenía la oportunidad de demostrarse a sí misma que no estaba mintiendo al decirlo.

      Denise Hendrix estaba sentada en el salón con el periódico extendido sobre la mesita de café y sabiendo que estaba flirteando con el desastre. A su edad, saltarse su clase de yoga no era algo que pudiera permitirse hacer. Corría el riesgo de que todo el cuerpo le empezara a chirriar o, peor, que le sucediera eso de lo que hablaban en esos anuncios de la tele tan espantosos sobre la rotura de huesos y las operaciones de cadera.

      Pero la idea de pasar una hora intentando perfeccionar la postura del perro cabeza abajo no la atraía nada. Como tampoco la atraían ninguna de sus actividades cotidianas. Se sentía inquieta, como una niña sabiendo que solo faltaban unos días para Navidad, y esa expectación hacía imposible que pudiera centrarse en nada. Ahora la diferencia era que no sabía qué estaba esperando.

      Todos sus hijos eran felices y habían tenido éxito. Sus amigos estaban sanos y sus inversiones marchaban muy bien. Ya había revisado la caldera, había mandado limpiar los canalones del tejado y tenía mucha comida en la nevera. Así que, ¿a qué estaba esperando? Tenía que seguir adelante con su vida.

      El timbre de la puerta sonó salvándola de más introspección. Aunque era excelente a la hora de comprender las vidas de los demás, nunca se le había dado bien reflexionar sobre la suya propia.

      Cruzó el salón y, al abrir la puerta, allí se encontró a un hombre con el que hacía más de treinta y cinco años que no hablaba.

      Ahora comprendía el motivo de su inquietud: era el aniversario de la última vez que había visto a Max.

      Max Thurman había sido su primer amor, su primer amante, su primer todo. Había creído que lo amaría para siempre hasta que había conocido a Ralph Hendrix. Los dos hombres no podían haber sido más distintos. Max siempre había sido salvaje, conducía una moto y era algo problemático. Ralph había sido responsable y ya con planes de meterse en el negocio de su padre.

      Movida por un impulso, había aceptado una cita con Ralph durante una de sus frecuentes peleas con Max y, aunque había esperado aburrirse, había quedado encantada.

      Max se había marchado del pueblo unas semanas después y nadie sabía adónde había ido. Hacía aproximadamente un año había reaparecido, y ella se había mantenido apartada de su camino al no saber bien qué sentía por el hecho de que su antiguo novio hubiera vuelto a la escena del crimen.

      Tenía buen aspecto, pensó distraídamente. Su cabello rubio se había vuelto gris, pero le sentaba bien. Sus ojos azules seguían siendo tan penetrantes como recordaba, la sonrisa igual de natural y el cuerpo igual de musculoso.

      –Hola, Max.

      –Denise.

      Ella dio un paso atrás para dejarlo pasar y cuando Max pasó por su lado, sintió una emoción que recordaba, como si no hubiera pasado el tiempo. Resultaba reconfortante saber que ahora podía ser tan tonta como cuando había tenido diecinueve años.

      Se miraron.

      –Ha pasado mucho tiempo. ¿Cómo estás?

      –Bien. Me mudé aquí el año pasado.

      –Eso había oído.

      –Te he visto por el pueblo un par de veces.

      Ella asintió y miró a otro lado.

      –Yo te he evitado.

      –Ya me he fijado. Suponía que necesitabas tiempo.

      Denise se rio.

      –Han pasado treinta y cinco años. ¿Cuánto tiempo más ibas a darme?

      Él sonrió y fue como si no hubiera pasado el tiempo entre los dos. Las rodillas le flaquearon y su corazón dio un brinco.

      –Hasta hoy.

      No sabía ni qué quería ni qué esperaba de ella, pero eso no importaba. Era Max. Su Max.

      –Ralph murió hace casi once años.

      –Lo sé. Lo siento.

      –Lo

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