E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery
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Se quedaron mirándose.
–Bueno, y ahora que eso lo hemos superado, ¿qué pasa?
–Creía que podríamos empezar con una taza de café. Tenemos mucho que contarnos.
Capítulo 7
Tucker estaba a un lado del camino de tierra y parecía asombrado. Tenía un recipiente de comida entre las manos.
Nevada suspiró.
–¿No decías que podías apañártelas solo? ¿No fue lo que dijiste? ¿Que unas cuantas mujeres solteras no podían asustarte?
–Están por todas partes.
Un poco exagerado, pensó ella divertida.
–Solo hay tres.
–En una mañana.
Nevada sabía que no era solo por la comida, ya que Tucker también había recibido dos invitaciones para cenar y una para tomar un café.
–Te lo advertí, pero no quisiste escucharme.
–Me equivoqué –se giró hacia ella–. ¿Qué hago?
Ella sonrió.
–¿Me equivoco al asumir que no estás interesado en tener ninguna aventura amorosa con una de las encantadoras chicas de este pueblo?
–No, no me interesa. Pero tampoco quiero que se enfaden conmigo. Tienes que ayudarme.
–Técnicamente no puedo.
Tal vez estaba mal disfrutar viéndolo pasar ese mal rato, pero estaba más que dispuesta a vivir con esa culpa.
–Admítelo, Tucker. Este pueblo tiene escasez de hombres y tú eres un hombre.
«Un hombre que sabe besar», pensó antes de apartar esos recuerdos de la noche anterior. Había sido mucho más fácil no pensar en Tucker cuando no tenía que verlo todos los días y cuando el último recuerdo del tiempo que habían pasado juntos había sido tan terrible. Ahora sabía lo que era besarlo cuando estaba sobrio y con tanto interés como tenía ella.
–Tienes que hacer que paren –le dijo.
–¿Qué me darás si lo hago?
La pregunta fue automática y fruto de la costumbre por el hecho de tener cinco hermanos. Antes de que él pudiera decir nada, alzó las manos.
–No importa. No respondas a eso. Te ayudaré porque soy una buena persona y eso hará que mi madre se sienta orgullosa. No hay otra razón. Vamos.
Comenzó a dirigirse a su camioneta.
–¿Adónde vamos?
–Al pueblo.
Estuvieron allí en menos de quince minutos. Aparcó junto al lago y apagó el motor.
–Vamos a pasear por el pueblo y vas a fingir que estás coladito por mí. Para cuando hayamos vuelto a la obra, se habrá extendido el rumor y tu problema estará solucionado.
–Eso puedo hacerlo.
Agradeció que él no insistiera en el porqué de su ayuda. Sí, claro, en parte lo hacía por su madre, pero aunque era cierto que había disfrutado viendo a Tucker pasándolo mal, no le gustaba que otras mujeres se acercaran a él.
Por mucho que Tucker y ella hubieran acordado que se iban a centrar solo en el trabajo todo el tiempo, eso no hacía que pudiera ignorarlo.
–Iremos al supermercado y a la librería de Morgan. Después, daremos un rápido paseo por Frank Lane y entonces ya serás intocable.
–Te debo una –dijo al salir de la camioneta.
Y en más sentidos de lo que él se creía, pensó Nevada.
Comenzaron a caminar hacia el centro y, cuando llegaron a una esquina y pararon en un semáforo, Tucker le agarró la mano. Ella tardó un segundo en recordar que eso formaba parte del plan, que había sido su propia idea. Mientras que su cerebro estaba ocupado procesando la información, su cuerpo hervía bajo un estallido de calor y sus partes más femeninas despertaron.
No, de ningún modo, se dijo. No podía permitirse reaccionar así ante Tucker, pero aleccionarse de ese modo no ayudaría mucho, no cuando él estaba entrelazando sus dedos con los suyos y apretándole fuerte.
Pasaron por el supermercado mientras ella le ofrecía una chispeante conversación e intentaba no fijarse en cómo se rozaban sus hombros y en cómo él le sonreía.
De nuevo en la calle, se sintió aliviada al ver a Pia y a Raúl, que empujaba un carrito de bebé doble, yendo hacia ellos.
–Hola –dijo soltándole la mano a Tucker y corriendo hacia sus amigos–. Habéis salido.
–¡Por fin! –exclamó Pia–. Pensamos que ya era hora de presentarle a las niñas su pueblo. Además, hoy empiezan a trabajar en el Festival del Otoño y quiero ver cómo van las cosas. Luego vendrán las jornadas de artistas con un invitado especial y también tengo que comprobar el inventario para la decoración de Halloween.
Nevada les presentó a Tucker y los dos hombres se dieron la mano.
–Son preciosas –dijo él sorprendiéndola.
Pia asintió.
–No puedo llevarme el mérito, así que lo único que puedo decir es que estoy de acuerdo contigo. Además, son muy buenas. He estado leyendo toneladas de artículos en Internet sobre cólicos y noches sin dormir, así que tenemos suerte. ¿Qué hacéis por aquí?
–Estoy protegiendo a Tucker de las mujeres solteras del pueblo.
Tucker la miró.
–¿Tenías que decir eso?
Nevada le sonrió.
–Lo siento. ¿Era un secreto?
Raúl sacudió la cabeza.
–Las mujeres de este pueblo son decididas y resueltas –rodeó a Pia con un brazo–. Mira cómo me cazaste tú.
–Fuiste tú el que me suplicó que me casara contigo y me diste lástima.
–Sigue diciendo eso y puede que algún día sea verdad.
Nevada sabía que se habían enamorado de un modo inesperado mientras Pia estaba embarazada de los embriones de su amiga.
–Si la cosa se pone fea, podéis salir con nosotros –dijo Pia acercándose a Raúl.
–Gracias.