E-Pack HQN Susan Mallery 1. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 1 - Susan Mallery Pack

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entraron sus hermanas. Miró el reloj rápidamente y vio que habían pasado menos de quince minutos desde que se había sentado en ese banco.

      –¡Impresionante! –le gritó a Jo.

      Su amiga se encogió de hombros.

      –Ya sabes lo que pienso de la gente que bebe sola.

      –Es medicinal.

      –¡Si tuviera un centavo por cada vez que he oído eso...!

      Nevada centró su atención en las dos mujeres que caminaban hacia ella. Tenían su altura exacta y el mismo cabello rubio y ojos marrones, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta que eran trillizas.

      Cuando eran niñas, distinguirlas había sido una pesadilla para casi todo el mundo, incluso para su familia, pero desde entonces habían ido cultivando diferencias hasta en la forma de vestir y en su estilo personal. Montana llevaba el pelo largo y ondulado, bonitos vestidos de flores y todo en tonos suaves. Por otro lado, Dakota era la que mejor vestía, aunque ahora mismo el hecho de que estaba embarazada habría facilitado aún más la identificación entre las tres.

      Nevada, particularmente, siempre se había considerado la más sensata de las hermanas, pese a su presente situación. Pasaba gran parte de sus días en obras donde los vaqueros y un par de botas eran un requisito más que una elección de moda, tomaba decisiones inteligentes, solucionaba problemas y hacía todo lo que podía por evitar tener que lamentarse de algo. Tucker era el bache más grande en ese, de lo contrario, tranquilo y ligeramente solitario trayecto que era su vida.

      –¡Ey! –exclamó Dakota sentándose en el banco frente a ella–. Jo nos ha llamado.

      Montana se sentó junto a Dakota y ladeó la cabeza.

      –Ha dicho que estabas bebiendo.

      Nevada agitó su vaso vacío mientras miraba a Jo.

      –Y también una quesadilla.

      –Creía que no querías comer nada.

      –He cambiado de opinión.

      –Bien –Jo fue hacia ella, agarró el vaso vacío y tomó nota de los pedidos de Dakota y Montana–. Ojalá fuerais lo suficientemente inteligentes como para parar cuando todavía podáis evitar una resaca.

      –Lo siento, pero eso no va a pasar –Nevada esperó a que Jo se marchara y después miró a sus hermanas–. Habéis llegado más deprisa de lo que me esperaba.

      –Es por este nuevo invento llamado «teléfono» –le respondió Montana–. Acelera la comunicación.

      Dakota posó las manos sobre la mesa.

      –¿Qué está pasando? Esto no es propio de ti. Tú no bebes en mitad del día.

      –Técnicamente ya ha pasado la mitad del día –apuntó Nevada. Ahí estaba ya: un ligero zumbido atravesándole el cerebro.

      –Bien. Normalmente estarías en la oficina, pero en cambio... –Dakota suspiró–. Tu entrevista. Ha sido hoy.

      –¡Ajá! –miró hacia la barra deseando que Jo se diera prisa.

      –Tendría que haber salido bien –dijo Montana, tan leal como siempre–. ¿No sabía el señor Janack lo cualificada que estás? Necesita a alguien con tu experiencia para ocuparse del factor local. Además, estás muy guapa.

      Nevada inhaló el aroma de las tortillas y del queso y su estómago bramó. No había almorzado porque los nervios provocados por la entrevista la habían obligado a seguir trabajando.

      –¿Qué ha pasado? –preguntó Dakota, al parecer menos interesada que su hermana en el aspecto de Nevada–. ¿Por qué crees que la entrevista no ha ido bien?

      –¿Qué te hace pensar que yo creo eso? –preguntó Nevada, sintiendo cómo el zumbido tomaba fuerza con cada segundo que pasaba. Incluso así, cuando Jo le llevó la segunda copa, dio un gran trago.

      –Verte beber así ha sido la primera pista.

      Tener una hermana psicóloga era un arma de doble filo.

      –No quiero hablar de ello. Si quisiera, habría ido a veros a las dos, pero no lo he hecho. Estoy aquí emborrachándome. Dejadme tranquila.

      Sus hermanas se miraron y, si Nevada se paraba a pensarlo, probablemente descubriría en qué estaban pensando ellas. Después de todo, genéticamente eran iguales. Pero ahora mismo lo único que le preocupaba eran los olores que emanaban de la cocina de Jo.

      –Nevada... –comenzó a decir Montana con una suave voz.

      No hizo falta más. Una sola palabra. ¿Por qué no podía ser como el resto de la gente y odiar a su familia? En ese momento, un buen distanciamiento le parecía el plan perfecto.

      –De acuerdo –refunfuñó–. La entrevista no ha sido con el señor Janack, Elliot, el padre. Ha sido con Tucker.

      –¿El chico que era amigo de Ethan? –preguntó Dakota como si no estuviera segura del todo, y era normal, teniendo en cuenta que solo lo había visto en una ocasión, un verano cuando eran niños.

      –No lo entiendo –dijo Montana–. ¿Ahora lleva la empresa?

      –Dirige todo el proyecto –respondió Nevada sin dejar de mirar la puerta de la cocina.

      –¿Y por qué es un problema? –preguntó Dakota.

      Nevada abandonó toda esperanza de recibir su comida pronto y miró a sus hermanas.

      –Conozco a Tucker. Cuando me marché a la universidad, Ethan me dijo que lo buscara y lo hice.

      –De acuerdo –interpuso Montana algo confundida–. ¿Pero entonces no es bueno el hecho de que lo conozcas?

      –Me he acostado con él. Y, como entenderéis, eso hace que la entrevista resulte muy incómoda.

      Jo apareció con la quesadilla y varias servilletas. Dejó el té de hierbas delante de Dakota y le entregó a Montana su cola light antes de dejar una cesta de patatas fritas y un cuenco de ensalada en el centro de la mesa.

      Nevada agarró una porción de quesadilla y le dio un mordisco ignorando las miradas de asombro de sus hermanas.

      –Pero hoy no –susurró Montana–. ¡No estarás diciendo que te has acostado hoy con él!

      Nevada terminó de masticar y tragó.

      –No. No he mantenido sexo durante mi entrevista. Fue antes. En la universidad.

      Comió un poco más mientras sus hermanas la miraban expectantes. Montana fue la primera en romper el silencio.

      –¿Qué pasó? No nos lo habías contado nunca.

      Nevada se limpió las manos con una servilleta y dio un sorbo a su bebida. Ahora el zumbido era más fuerte y eso haría que expusiera su secreto con mayor facilidad.

      –Cuando me fui

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