101 cuentos sanadores. Susan Perrow

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101 cuentos sanadores - Susan  Perrow Colección Vivir con niños

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de culpa; ¡es importante recordarlo siempre! El objetivo debe centrarse en reflejar simplemente los hechos, lo que está sucediendo, y ofrecer, a través de las “metáforas” y el “viaje” o “desarrollo”, la manera de trabajar y cambiar poco a poco ese comportamiento, al mismo tiempo que se proporciona una resolución realista. Si se fuerza este proceso orientándolo a conseguir un propósito, el cuento no solo resulta demasiado intelectual, sino menos efectivo. Es preciso considerar que, a menudo, el comportamiento reside en lo profundo de nosotros en forma de un hábito, de modo que solo se puede cambiar cuando se permite que la nueva percepción y las imágenes creativas se sumerjan en las profundidades de la voluntad y allí, ocultas y en silencio, realicen sus efectos misteriosos transformadores.

       Un cuento sanador debería, en la medida de lo posible, dejar que el oyente sea libre de sacar sus propias conclusiones, que el “poder del cuento” pueda ejercer así su propia magia. Como sugiere el escritor Ben Okri, deja que el cuento haga su trabajo “en silencio, de forma no visible”:

       Es fácil olvidar lo misteriosos y poderosos que son los cuentos. Hacen su trabajo en silencio, de forma no visible. Trabajan con todo el contenido de la mente y del yo. Se convierten en parte de uno mismo mientras nos cambian3.

      En los cuentos terapéuticos, la resolución se traduce en la recuperación de la armonía o equilibrio en una situación o comportamiento que ha sido disruptivo o ha perdido el equilibrio. Aunque la resolución se sitúa al final del cuento, en líneas generales, es mejor reflexionar al respecto desde que se inicia la planificación del cuento. Si la resolución no está clara, entonces será difícil saber cómo trabajar con las metáforas y el desarrollo; por esa razón tomé la decisión de comentar este aspecto de la estructura desde el principio.

      Es importante que la resolución ofrezca una reafirmación, en vez de crear un sentimiento de culpa. En el cuento “La trompa del elefante” (página 97), por ejemplo, el comportamiento de golpear a los demás está en desequilibrio y es inaceptable para los hermanos y hermanas de Tembo, que intentan alejarse de él mientras va dando golpetazos y porrazos a lo largo del día. No se sienten seguros porque no pueden adivinar en ningún momento qué va a hacer exactamente con su fuerte trompa. Entonces, Tembo se cae por las rocas resbaladizas, pero ahora sus golpetazos y porrazos no pueden ayudarle, de modo que termina atascado en una poza al fondo de los acantilados, lejos de su familia. Con la ayuda de la abuela elefanta y la “cuerda” y que forman los elefantes con sus trompas y colas por fin rescatan a Tembo. A través de las metáforas de “obstáculo” y de “ayuda” (que se comentan en las páginas 38 y 39), el cuento ofrece un sencillo viaje transformador que se inicia cuando “se utiliza la fuerza para hacer daño” y termina “cuando se utiliza la fuerza para ayudar”. Al elefantito no se le hace sentir culpable por su comportamiento, sino que el desarrollo del cuento conduce, de forma natural, a una resolución positiva en la que se restablecen el equilibrio y la armonía. Por el contrario, en el cuento tan entretenido de Rudyard Kipling sobre el elefante y su trompa —incluido en su libro Precisamente así—, el equilibrio solo se recupera al final, cuando al elefantito —previamente el afectado— se le concede el poder de hacer daño a los demás; por lo tanto, no se le puede considerar un cuento sanador en el sentido literal y profundo de la palabra.

      En el cuento “Pequeño Lobo” (página 196), no sirven de nada los esfuerzos de la madre para animar a su hijo a unirse al resto de la manada y aprender las costumbres del clan de los lobos. Sin embargo, es evidente que su falta de interés indica que hay un desequilibrio. ¿Puedes imaginarte un lobo sentado en la nieve, tapándose las orejas con las garras y con los ojos bien cerrados? Entoncers, al sufrir la vivencia de caer en la trampa del cazador (el viaje), la experiencia de desequilibrio es llevada al límite, pero se resuelve inmediatamente después, cuando rescatan al lobo y lo liberan para que pueda correr con el resto de la manada. ¡Qué alivio para Pequeño Lobo y también para el interesado oyente!

      Según el tipo de comportamiento y de situación, se requieren diferentes planteamientos. En algunos casos son bastante directos; por ejemplo, si se escribe un cuento para un niño que está continuamente diciendo palabrotas o palabras “feas”, la resolución evidente será sustituir las palabrotas por un uso más constructivo de la voz; de este modo, en “Pitón canta y la osa danza” (página 253), la serpiente termina por utilizar su voz para cantar bellas canciones.

      En el cuento “Los caballos arcoíris” se presenta un enfoque más complicado, puesto que está dirigido a los niños de la nueva Sudáfrica y trata el tema de la antidiscriminación (página 209). El cuento conduce al oyente atento a través de conflictos de intolerancia y orgullo; lentamente las minúsculas nubes grises creadas por esos conflictos cubren el cielo, empieza a llover y se inunda la tierra. La necesidad común de encontrar un refugio obliga a todos los caballos a reunirse en una gruta en lo alto de las montañas. Al final ceden sus coloridas crines de arcoíris para ayudar a tejer unas alas con el fin de que el caballo dorado pueda volar por el cielo y traer de vuelta la luz del sol. La resolución transformadora se produce cuando el comportamiento de intolerancia se convierte en una actitud de “aceptación” o tolerancia por decisión propia, no a través del castigo o la imposición.

      Sin embargo, en un cuento escrito para un niño de padres separados, la resolución sería menos evidente; aquí se precisaría de una reflexión profunda, ya que el cuento no debería dar más esperanza de la que ofrece la vida real, es decir, ¡no se puede sugerir que los padres volverán a estar juntos otra vez! Tal vez sea necesario realizar algunas preguntas que ayuden a organizar la resolución: ¿siguen en contacto el padre y la madre?, ¿pasan tiempo con el niño?, ¿alguno de los dos ha desaparecido de la vida del niño? Podría ser también una oportunidad para que los propios padres capten un mensaje en el cuento y cambien su actitud; como, por ejemplo, aprender a ser coherentes y entender la importancia de priorizar las necesidades del niño. Quizás el cuento podría tratar de una madre y un padre peces que viven separados, cada uno en su laguna entre las rocas. El niño pez podría nadar de una laguna a la otra a través de un camino de algas y corales. ¿Las algas podrían susurrar una canción especial? El padre o la madre podría cantar esta canción cuando llevara al niño de una casa a la otra; de esta manera, se reduciría la ansiedad que surge a menudo en esos momentos de traspaso de responsabilidades. Se podría incluir en el cuento la metáfora de la luz intensa del sol que se filtra a través del agua e ilumina cada laguna en momentos diferentes. Si no es conveniente que las dos lagunas estén cerca (es posible que los padres estén distanciados, física o emocionalmente), podrían estar en los extremos opuestos de un ancho arrecife o podría haber entre ellos algún promontorio rocoso o una playa (¡o una gran extensión del océano!). Pensar y elaborar estos desarrollos y resoluciones diferentes puede ser un bálsamo reparador tanto para los padres, el terapeuta o el maestro como para el niño.

      Cuando se escribe un cuento para un niño que tiene un amigo o un familiar con una enfermedad terminal (o que ya ha fallecido), sería totalmente inadecuado crear cuentos donde el enfermo se recupera y vive feliz para siempre. El creador de cuentos tiene una gran responsabilidad, ya que debe intentar crear una imagen más importante para llegar a una resolución que lleve al oyente a un lugar incluso más elevado o diferente del terrenal. Por otro lado, sería ideal que, cuando los padres escriban cuentos para sus propios hijos, lo hagan desde sus propias convicciones religiosas o filosóficas. Asimismo, los maestros o terapeutas deben tener en consideración las creencias de la familia a la hora de escribir un cuento. Véanse cuatro ejemplos en los siguientes cuentos: “La mariposa” (página 133), “El manto de luz del abuelo”

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