Doce Pasos y Doce Tradiciones. Anonimo

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Doce Pasos y Doce Tradiciones - Anonimo

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alergia, la llamaban. El tirano alcohol blandía sobre nosotros una espada de doble filo: primero, nos veíamos afligidos por un loco deseo que nos condenaba a seguir bebiendo y luego por una alergia corporal que aseguraba que acabaríamos destruyéndonos a nosotros mismos. Eran muy contados los que, acosados de esta manera, habían logrado ganar este combate mano a mano. Las estadísticas demostraban que los alcohólicos casi nunca se recuperaban por sus propios medios. Y esto aparentemente había sido verdad desde que el hombre pisó las uvas por primera vez.

      Durante los años pioneros de A.A., únicamente los casos más desesperados podían tragar y digerir esta dura verdad. E incluso estos “moribundos” tardaban mucho en darse cuenta de lo grave de su condición. Pero unos cuantos sí se dieron cuenta y cuando se aferraban a los principios de A.A. con todo el fervor con que un náufrago se agarra al salvavidas, casi sin excepción empezaban a mejorarse. Por eso, la primera edición del libro “Alcohólicos Anónimos”, publicado cuando teníamos muy pocos miembros, trataba exclusivamente de casos de bajo fondo. Muchos alcohólicos menos desesperados probaron A.A., pero no les dio resultado porque no podían admitir su impotencia.

      Es una tremenda satisfacción hacer constar que esta situación cambió en los años siguientes. Los alcohólicos que todavía conservaban su salud, sus familias, sus trabajos e incluso tenían dos coches en su garaje, empezaron a reconocer su alcoholismo. Según aumentaba esta tendencia, se unieron a ellos jóvenes que apenas se podían considerar alcohólicos en potencia. Todos ellos se libraron de esos diez o quince años de auténtico infierno por los que el resto de nosotros habíamos tenido que pasar. Ya que el Primer Paso requiere que admitamos que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables, ¿cómo iban a dar este Paso personas como ésas?

      Era claramente necesario levantar el fondo que el resto de nosotros habíamos tocado hasta el punto que les llegara a tocar a ellos. Al repasar nuestros historiales de bebedores, podíamos demostrar que, años antes de darnos cuenta, ya estábamos fuera de control, que incluso entonces nuestra forma de beber no era un simple hábito, sino que en verdad era el comienzo de una progresión fatal. A los que todavía lo dudaban, les podíamos decir, “Tal vez no seas alcohólico. ¿Por qué no tratas de seguir bebiendo de manera controlada, teniendo en cuenta, mientras tanto, lo que te hemos dicho acerca del alcoholismo?” Esta actitud produjo resultados inmediatos y prácticos. Entonces se descubrió que cuando un alcohólico había sembrado en la mente de otro la idea de la verdadera naturaleza de su enfermedad, esta persona nunca podría volver a ser la misma. Después de cada borrachera, se diría a sí mismo, “Tal vez esos A.A. tenían razón…” Tras unas cuantas experiencias parecidas, a menudo años antes del comienzo de graves dificultades, volvería a nosotros convencido. Había tocado su fondo con la misma contundencia que cualquiera de nosotros. La bebida se había convertido en nuestro mejor abogado.

      ¿Por qué tanta insistencia en que todo A.A. toque fondo primero? La respuesta es que muy poca gente tratará de practicar sinceramente el programa de A.A. a menos que haya tocado fondo. Porque la práctica de los restantes once Pasos de A.A. supone actitudes y acciones que casi ningún alcohólico que todavía bebe podría siquiera soñar en adoptar. ¿Quién quiere ser rigurosamente honrado y tolerante? ¿Quién quiere confesar sus faltas a otra persona y reparar los daños causados? ¿A quién le interesa saber de un Poder Superior, y aun menos pensar en la meditación y la oración? ¿Quién quiere sacrificar tiempo y energía intentando llevar el mensaje de A.A. al que todavía sufre? No, al alcohólico típico, extremadamente egocéntrico, no le interesa esta perspectiva—a menos que tenga que hacer estas cosas para conservar su propia vida.

      Bajo el látigo del alcoholismo, nos vemos forzados a acudir a A.A. y allí descubrimos la naturaleza fatal de nuestra situación. Entonces, y sólo entonces, llegamos a tener la amplitud de mente y la buena disposición para escuchar y creer que tienen los moribundos. Estamos listos y dispuestos a hacer lo que haga falta para librarnos de esta despiadada obsesión.

      Segundo Paso

      “Llegamos a creer que un Poder superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio.”

      AL leer el Segundo Paso, la mayoría de los recién llegados a A.A. se ven enfrentados a un dilema, a veces un grave dilema. Cuántas veces les hemos oído gritar: “Miren lo que nos han hecho. Nos han convencido de que somos alcohólicos y que nuestras vidas son ingobernables. Después de habernos reducido a un estado de impotencia total, ahora nos dicen que sólo un Poder Superior puede librarnos de nuestra obsesión. Algunos de nosotros no queremos creer en Dios, otros no podemos creer, y hay otros que, aunque creen en Dios, no confían en que El haga este milagro. Bien, ya nos tienen con el agua al cuello—pero, ¿cómo vamos a salir del apuro?”

      Consideremos primero el caso de aquel que dice que no quiere creer—el caso del rebelde. Su estado de ánimo sólo puede describirse como salvaje. Toda su filosofía de la vida, de la que tanto se vanagloriaba, se ve amenazada. Cree que ya hace bastante al admitir que el alcohol le ha vencido para siempre. Pero ahora, todavía dolido por esa admisión, se le plantea algo realmente imposible. ¡Cuánto le encanta la idea de que el hombre, que surgió tan majestuosamente de una sola partícula del barro primitivo, sea la vanguardia de la evolución, y por consiguiente el único dios que existe en su universo! ¿Ha de renunciar a todo eso para salvarse?

      Al llegar a este punto, su padrino se suele reír. Para el recién llegado, esto es el colmo. Es el principio del fin. Y es cierto: es el principio del fin de su antigua forma de vivir y el comienzo de una nueva vida. Su padrino probablemente le dice: “Tómatelo con calma. El traje que te tienes que poner no te va a quedar tan estrecho como tú te crees. Vamos, yo no lo he encontrado tan estrecho, ni tampoco un amigo mío que había sido vicepresidente de la Sociedad Americana de Ateísmo. El se lo puso y dice que no le aprieta en absoluto.”

      “De acuerdo,” dice el recién llegado, “sé que lo que me dices es la verdad. Todos sabemos que A.A. está lleno de personas que antes pensaban como yo. Pero, en estas circunstancias, ¿cómo quieres que me lo ‘tome con calma’? Eso es lo que yo quisiera saber.”

      “Muy buena pregunta,” le responde el padrino. “Creo que puedo decirte exactamente cómo tranquilizarte. Y no vas a tener que esforzarte mucho. Escucha, si tuvieras la bondad, las tres siguientes afirmaciones. Primero, Alcohólicos Anónimos no te exige que creas en nada. Todos sus Doce Pasos no son sino sugerencias. Segundo, para lograr y mantener la sobriedad, no te tienes que tragar todo lo del Segundo Paso en este preciso momento. Al recordar mi propia experiencia, veo que me lo fui tomando en pequeñas dosis. Tercero, lo único que necesitas es una mente verdaderamente abierta. Deja de meterte en debates y de preocuparte por cuestiones tan profundas como el tratar de averiguar si fue primero el huevo o la gallina. Te repito una vez más, lo único que necesitas es una mente abierta.”

      El padrino continúa: “Fíjate, por ejemplo, en mi propio caso. Estudié una carrera científica. Naturalmente respetaba, veneraba e incluso adoraba la ciencia. A decir verdad, todavía lo hago—excepto lo de adorarla. Repetidas veces mis maestros me expusieron el principio básico de todo progreso científico: investigar y volver a investigar, una y otra vez, y siempre con una mente abierta. La primera vez que eché una mirada al programa de A.A., mi reacción fue exactamente como la tuya. Este asunto de A.A., me dije, no es nada científico. No puedo tragarlo. No me voy a parar a considerar tales tonterías.

      “Luego me desperté. Tuve que admitir que A.A. producía resultados, prodigiosos resultados. Me di cuenta de que mi actitud ante éstos había sido muy poco científica. No era A.A. quien tenía la mente cerrada, sino yo. En el instante en que dejé de debatir, pude empezar a ver y sentir. En ese momento, el Segundo Paso, sutil y gradualmente, empezó a infiltrarse en mi vida. No puedo fijar ni la ocasión ni el día preciso en que llegué a creer en un Poder superior a mí mismo, pero sin duda ahora tengo esa creencia. Para llegar a tenerla, sólo tenía que dejar de luchar y ponerme a practicar

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