Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles

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Obras Inmortales de Aristóteles - Aristoteles Colección Oro

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de lo que son en sí mismas estas diferentes especies; estudiará, por ejemplo, la identidad y la semejanza, y todas las cosas de este género, así como sus opuestas; en una palabra, los contrarios; porque demostraremos en el análisis de los contrarios que casi todos se reducen a este principio, la posición de la unidad con su contrario.

      La filosofía tendrá además tantas partes como esencias hay; y entre estas partes habrá necesariamente una primera, una segunda. La unidad y el ser se subdividen en géneros, unos anteriores y otros posteriores; y abarcará tantas partes de la filosofía como subdivisiones existen.

      El filósofo se halla, así, en idéntico caso que el matemático. En las matemáticas existen partes; una primera, una segunda y así sucesivamente.

      Una sola ciencia se ocupa de los opuestos, y la pluralidad es lo opuesto a la unidad; una sola y misma ciencia se ocupará de la negación y de la privación, porque en estos dos casos es tratar de la unidad, como que respecto de ella tiene lugar la negación o privación: privación simple, por ejemplo, cuando no se da la unidad en esto, o privación de la unidad en un género particular. La unidad tiene, por lo tanto, su contrario, lo mismo en la privación que en la negación: la negación es la ausencia de tal cosa particular: bajo la privación existe asimismo alguna naturaleza particular, de la que se dice que hay privación. De otro lado, la pluralidad es, como hemos citado, opuesta a la unidad. La ciencia de que se trata se ocupará de lo que es contrario a las cosas de que hemos hablado: esto es, de la diferencia, de la desemejanza, de la desigualdad y de los demás modos de este género, examinados, o en sí mismos, o con relación a la unidad y a la pluralidad. Entre estos modos será necesario ubicar también la contrariedad, porque la contrariedad es una diferencia, y la diferencia entra en lo desemejante. La unidad se entiende de muchas formas: y por tanto estos diferentes modos se entenderán lo mismo; aunque, sin embargo, corresponderá a una sola ciencia el conocerlos todos. Porque no se refieren a muchas ciencias solo porque se tomen en muchas acepciones. Si no fuesen modos de la unidad, si sus elementos no pudiesen referirse a la unidad, entonces corresponderían a ciencias diferentes. Todo se refiere a algo que es primero; por ejemplo, todo lo que se dice uno, se refiere a la unidad primera. Lo propio debe de acontecer con la identidad y la diferencia, y sus contrarios. Cuando se ha analizado en particular en cuántas acepciones se toma una cosa, es imprescindible referir luego estas diversas acepciones a lo que es primero en cada categoría del ser; es necesario ver cómo cada una de ellas se liga con la significación primera. Y así, ciertas cosas reciben el nombre de ser y de unidad, porque los poseen en sí mismas; otras porque los producen, y otras por alguna razón semejante. Es por tanto claro, como hemos citado en el planteamiento de las dificultades, que una sola ciencia debe tratar de la sustancia y sus distintos modos; esta era una de las cuestiones que nos habíamos fijado.

      El filósofo tiene que poder tratar todos estos puntos, porque si no perteneciera y fuera todo esto propio del filósofo, ¿quién ha de analizar, si Sócrates y Sócrates sentado son la misma cosa; si la unidad es opuesta a la unidad; qué es la oposición; de cuántas formas debe entenderse, y una multitud de cuestiones de este género? Puesto que los modos, a los que nos hemos referido, son modificaciones propias de la unidad en tanto que unidad, del ser en tanto que ser, y no en tanto que números, líneas o fuego, está claro que nuestra ciencia deberá estudiarlos en su esencia y en sus accidentes. El error de los que se ocupan de ellos no consiste en hacerlo de seres extraños a la filosofía, y sí en no decir nada de la esencia, la cual precede a estos modos. Así como el número en tanto que número tiene modos propios, por ejemplo, el impar, el par, la conmensurabilidad, la igualdad, el aumento, la disminución, modos todos ya del número en sí, ya de los números en sus recíprocas relaciones y lo mismo que el sólido, al propio tiempo que puede encontrar inmóvil o en movimiento, ser pesado o ligero, posee también sus modos propios, de igual manera el ser en tanto que ser posee ciertos modos particulares, y estos modos son objeto de las investigaciones del filósofo. La prueba de esto es que las pesquisas de los dialécticos y de los sofistas, que se disfrazan con el traje del filósofo, porque la sofística no es otra cosa que la apariencia de la filosofía, y los dialécticos disputan, sobre todo, tales pesquisas, digo, son todas ellas relativas al ser. Si se ocupan de estos modos de ser, es evidentemente porque son del dominio de la filosofía, como que la dialéctica y la sofística se agitan en el mismo círculo de ideas que la filosofía. Pero la filosofía difiere de la una por los efectos que genera, y de la otra por el género de vida que impone. La dialéctica trata de conocer, la filosofía conoce; por lo que respecta a la sofística, no es más que una ciencia aparente y sin realidad.

      Existe en los contrarios dos series opuestas, una de las cuales es la privación, y todos los contrarios pueden reducirse al ser y al no ser, a la unidad y a la pluralidad. El reposo, por ejemplo, pertenece a la unidad, el movimiento a la pluralidad. Por lo demás, casi todos los filósofos están de acuerdo en decir que los seres y la sustancia están constituidos por contrarios. Todos dicen que los principios son contrarios, adoptando los unos el impar y el par, otros lo caliente y lo frío, otros lo finito y lo infinito, otros la amistad y la discordia. Todos sus demás principios se reducen, al parecer, como aquellos a la unidad y la pluralidad. Admitamos que efectivamente se reducen a esto. En tal caso, la unidad y la pluralidad constituyen, en cierto modo, géneros bajo los cuales vienen a colocarse sin excepción alguna los principios reconocidos por los filósofos anteriores a nosotros. De aquí se infiere ciertamente que una sola ciencia debe ocuparse del ser en tanto que ser, porque todos los seres son o contrarios o compuestos de contrarios; y los principios de los contrarios son la unidad y la pluralidad, las cuales entran en una misma ciencia, sea que se apliquen o, como probablemente debe decirse con mayor acierto, que no se aplique cada una de ellas a una naturaleza única. Aunque la unidad se tome en diferentes acepciones, todos estos distintos sentidos se refieren, sin embargo, a la unidad primitiva. Lo propio ocurre respecto a los contrarios; y por esta razón, incluso no concediendo que el ser y la unidad son algo universal que se encuentra igualmente en todos los individuos o que se da fuera de los individuos (y quizá no estén separados realmente de ellos), será siempre exacto que ciertas cosas se refieren a la unidad, y otras proceden de la unidad.

      Por consiguiente, no es al geómetra a quien toca estudiar lo contrario, lo perfecto, el ser, la unidad, la identidad, lo diferente; él tendrá que limitarse a reconocer la existencia de estos principios.

      Por lo tanto, es evidente que pertenece a una ciencia única estudiar el ser en tanto que ser, y los modos del ser en tanto que ser; y esta ciencia se trata de una ciencia teórica, no solo de las sustancias, sino también de sus modos, de los mismos de que acabamos de hablar, y también de la prioridad y de la posterioridad, del género y de la especie, del todo y de la parte, y de las demás cosas análogas.

      Parte III

      Ahora nos toca examinar si el estudio de lo que en las matemáticas se denominan axiomas y el de la esencia, dependen de una ciencia única o de ciencias diferentes. Está claro que este doble examen es objeto de una sola ciencia, y que esta ciencia es la filosofía. En efecto, los axiomas abarcan sin excepción todo lo que existe, y no tal o cual género de seres tomados aparte, con exclusión de los demás. Todas las ciencias se valen de los axiomas, porque se aplican al ser en tanto que ser, y el objeto de toda ciencia es el ser. Pero no se valen de ellos sino en la medida que basta a su propósito, es decir, en cuanto lo permiten los objetos sobre los que recaen sus demostraciones. Y de este modo, puesto que existen en tanto que seres en todas las cosas, porque este es su carácter común, al que conoce el ser en tanto que ser, es a quien pertenece el examen de los axiomas.

      Debido a ello, ninguno de los que se ocupan de las ciencias parciales, ni el geómetra, ni el aritmético intentan demostrar ni la verdad ni la falsedad de los axiomas; y solo exceptúo algunos de los físicos, por entrar esta pesquisa en su asunto. Los físicos son los únicos que han pretendido abarcar, en una sola ciencia, la naturaleza toda y el ser. Pero como existe algo superior a los seres físicos, porque los seres físicos no son más que un género particular del ser, al que trate de lo universal y de la sustancia primera es al que atañerá igualmente estudiar este algo. La física es, ciertamente, una especie de filosofía,

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