Obras Inmortales de Aristóteles. Aristoteles
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Escribe como si el cambio fuese necesario, pero no otorga causa a esta necesidad.
Sin embargo, Empédocles ha estado de acuerdo consigo mismo, en cuanto admite, no que unos seres son mortales y otros inmortales, sino que todo es mortal, menos los elementos.
La dificultad que habíamos expuesto era la siguiente: si todos los seres vienen de los mismos principios, ¿por qué los unos son mortales y los otros inmortales? Pero lo que hemos dicho anteriormente basta para demostrar que los principios de todos los seres no pueden ser los mismos.
Pero si los principios son diferentes una dificultad se plantea: ¿serán también inmortales o mortales? Porque si son mortales, está claro que proceden necesariamente de algo, puesto que todo lo que se destruye vuelve a convertirse en sus elementos. Se seguiría de aquí que habría otros principios anteriores a los principios mismos. Pero esto es imposible, ya tenga la cadena de las causas un límite, ya se prolongue hasta el infinito. Por otra parte, si se aniquilan los principios, ¿cómo podrá haber seres mortales? Y si los principios son inmortales, ¿por qué entre estos principios inmortales hay unos que producen seres mortales y los otros seres inmortales? Esto no es lógico; es imposible, o por lo menos exigiría grandes explicaciones. Finalmente, ningún filósofo ha admitido que los seres tengan principios diferentes; todos dicen que los principios de todas las cosas son los mismos. Pero esto equivale a pasar por alto la dificultad que nos hemos planteado, y que es considerada por ellos como un punto de poco interés.
Un asunto tan difícil de examinar, y de una importancia fundamental para el conocimiento de la verdad, es el de saber si el ser y la unidad son sustancias de los seres; si estos dos principios no son otra cosa que la unidad y el ser, tomado cada uno aparte; o bien si debemos plantearnos qué son el ser y la unidad, suponiendo que tengan por sustancia una naturaleza distinta de ellos mismos. Porque tales son en este punto las diferentes opiniones de los filósofos.
Platón y los pitagóricos reclaman, en efecto, que el ser y la unidad no son otra cosa que ellos mismos, y que tal es su carácter. La unidad en sí y el ser en sí; he aquí, según estos filósofos, lo que constituye la sustancia de los seres.
Los físicos plantean otra opinión. Empédocles, por ejemplo, intentando cómo reducir su principio a un término más conocido, explica lo que es la unidad; puede deducirse de sus palabras que el ser es la amistad; la amistad es, pues, según Empédocles, la causa de la unidad de todas las cosas. Otros quieren que el fuego o el aire sean esta unidad y este ser, de donde salen todos los seres y que los ha producido a todos. Lo propio ocurre con los que han admitido la pluralidad de elementos; porque deben necesariamente reconocer tantos seres y tantas unidades como principios reconocen.
Si no se recoge que la unidad y el ser son una sustancia, se infiere que no hay nada general, puesto que estos principios son lo más general que hay en el mundo, y si la unidad en sí y el ser en sí no son algo, con mayor razón no habrá ser alguno fuera de lo que se llama lo particular. Además, si la unidad no fuese una sustancia, es evidente que el número mismo no podría existir como una naturaleza separada de los seres. En efecto, el número se compone de mónadas, y la mónada es lo que es uno. Pero si la unidad en sí, si el ser en sí son alguna cosa, es necesario que sean la sustancia, porque no hay nada fuera de la unidad y del ser que se diga universalmente de todos los seres.
Sin embargo si el ser en sí y la unidad en sí son algo, nos será muy difícil concebir cómo puede haber ninguna otra cosa fuera de la unidad y del ser, es decir, cómo puede existir más de un ser, puesto que lo que es otra cosa que el ser no es. De donde se desprende necesariamente lo que decía Parménides, que todos los seres se reducían a uno, y que la unidad es el ser. Pero aquí se plantea una doble dificultad; porque ya no sea la unidad una sustancia, ya lo sea, es igualmente imposible que el número sea una sustancia: que es imposible en el primer caso, ya hemos dicho por qué. En el segundo, la misma dificultad sucede que respecto del ser. ¿De dónde vendría efectivamente otra unidad fuera de la unidad? Porque en el caso de que se trata existirían necesariamente dos unidades. Todos los seres son, o un solo ser o una multitud de seres, si cada ser es unidad.
Más todavía. Si la unidad fuese indivisible, no habría absolutamente nada, y esto es lo que piensa Zenón. En efecto, lo que no se hace ni más grande cuando se le añade, ni más pequeño cuando se le quita algo, no es, en su opinión, un ser, porque la magnitud es obviamente la esencia del ser. Y si la magnitud es su esencia, el ser ha de ser corporal, porque el cuerpo es magnitud en todos sentidos. Pero ¿cómo la magnitud añadida a los seres hará a los unos más grandes sin producir en los otros este efecto? Por ejemplo, ¿cómo el plano y la línea agrandarán, y nunca el punto y la mónada? Sin embargo, como la conclusión de Zenón es un poco dura, y por otra parte puede haber en ella algo de indivisible, se responde a la objeción, que en el caso de la mónada o el punto, la adición no aumenta la extensión y sí el número. Pero entonces, ¿cómo un solo ser, y si se quiere muchos seres de esta naturaleza, constituirán una magnitud? Sería lo mismo que pretender que la línea se compone de puntos. Y si se admite que el número, como dicen algunos, es producido por la unidad misma y por otra cosa que no es unidad, no por esto dejará de tenerse que indagar por qué y cómo el producto es tan pronto un número, tan pronto una magnitud; puesto que el no-uno es la desigualdad, es la misma naturaleza en los dos casos. En efecto, no se ve cómo la unidad con la desigualdad, ni cómo un número con ella, pueden generar magnitudes.
Parte V
Se plantea una dificultad que se relaciona con las anteriores, y es como sigue: ¿Los números, los cuerpos, las superficies y los puntos son o no sustancias?
Si no son sustancias no conocemos bien ni lo que es el ser, ni cuáles son las sustancias de los seres. En efecto, ni las modificaciones, ni los movimientos, ni las relaciones, ni las disposiciones, ni las proposiciones poseen, al parecer, ninguno de los caracteres de la sustancia. Se refieren todas estas cosas como atributos a un sujeto, y nunca se les da una existencia independiente. En cuanto a las cosas que parecen poseer más el carácter de sustancia, como el agua, la tierra, el fuego que constituyen los cuerpos compuestos en estas cosas, lo caliente y lo frío, y las propiedades de esta clase, son cambios y no sustancias. El cuerpo, que es el sujeto de estos cambios, es el único que se mantiene como ser y como verdadera sustancia. Y, sin embargo, el cuerpo es menos sustancia que la superficie, esta lo es menos que la línea, y la línea menos que la mónada y el punto. Por medio de ellos el cuerpo es determinado y, al parecer, es posible que existan independientemente del cuerpo; pero sin ellos la existencia del cuerpo es imposible. Por esta razón, mientras que los profanos y los filósofos de los primeros tiempos opinan que el ser y la sustancia es el cuerpo, y que las demás cosas son modificaciones del cuerpo, de suerte que los principios de los cuerpos son también los principios de los seres, filósofos más modernos, y que se han revelado en verdad más filósofos que sus predecesores, admiten por principios los números. Y así, como ya hemos expuesto, si los seres en cuestión no son sustancias, no existe absolutamente ninguna sustancia, ni ningún ser, porque los accidentes de estos seres no merecen con certeza que se les dé el nombre de seres.
Sin embargo, si por una parte se reconoce que las longitudes y los puntos son más sustancias que los cuerpos, y si por otra no sabemos entre qué cuerpos será necesario colocarlos, porque no es posible hacerlo entre los objetos sensibles, en este caso no existirá ninguna sustancia. En efecto, evidentemente estas no son más que divisiones del cuerpo, ya en longitud, ya en latitud, ya en profundidad. Finalmente, toda figura, cualquiera que ella sea, se encuentra igualmente en el sólido, o no existe ninguna. De forma que si no puede decirse que el Hermes existe en la piedra con sus contornos determinados, la mitad del cubo tampoco está en el cubo con su forma determinada, y ni existe tan solo en el cubo superficie alguna real. Porque si toda superficie, cualquiera que ella sea, existiese en él realmente, la que determina la mitad del cubo tendrían también en él una existencia real. El mismo razonamiento se aplica igualmente a la línea, al punto y a la mónada. Por consiguiente, si por una parte