Invitación a la fe. Juan Luis Lorda Iñarra

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Invitación a la fe - Juan Luis Lorda Iñarra страница 4

Invitación a la fe - Juan Luis Lorda Iñarra Patmos

Скачать книгу

universo. La física intenta encontrar las leyes por las que se mueven las cosas. No hace falta Dios para explicar de cerca por qué se mueven las cosas. Las cosas se mueven por causas leyes naturales, unas se mueven por otras.

      En el mundo griego o romano, la gente creía que el mundo se movía por causas divinas, porque mezclaban los dioses con las fuerzas naturales. Pero desde que llegó el cristianismo, se distinguió claramente entre Dios y el universo. Dios es el Creador del universo, pero no es parte del universo y no está dentro del universo. El universo tiene sus leyes propias y se mueve por ellas.

      Por eso, no hace falta Dios para explicar por qué se mueven las cosas. Basta encontrar las leyes. Lo mismo que para explicar por qué se mueve un reloj no hace falta pensar en el relojero. El relojero hace falta para explicar por qué existe el reloj. Para entender cómo funciona un mecanismo, no hace falta pensar en el que lo ha hecho. En cambio, para explicar por qué existe un mecanismo, sí que hace falta pensar en quién lo ha inventado. Un mecanismo inteligente tiene que proceder de una inteligencia.

      En el mundo pasa algo parecido. Para explicar el funcionamiento del mundo no hace falta Dios. Pero para explicar de dónde viene tanta inteligencia como hay metida en las leyes y estructuras del universo (y en nuestra mente), sí que hace falta pensar en Dios. Para explicar el movimiento de las cosas, basta la física. Pero cuando queremos explicar por qué existe la física o por qué hay leyes inteligentes en el universo, entonces nos ponemos ante la pregunta por la causa última, que es la pregunta por Dios. Por eso, la pregunta por Dios no es una pregunta de la física, es una pregunta del físico.

      A veces se dice que la ciencia ha desplazado a Dios, pero más bien sucede lo contrario. Hoy conocemos mucho mejor la composición de la materia y las leyes de la vida y son mucho más fascinantes de lo que podían imaginar nuestros antepasados. El universo es sorprendente y maravilloso. Por eso, es muy difícil creer que se ha hecho solo a sí mismo por pura casualidad y que no tiene ninguna explicación inteligente. No se puede aceptar que la casualidad ha causado, sin darse cuenta, tanta inteligencia. Es más fácil pensar que debe haber una inteligencia creadora.

      Cuando pensamos en las maravillas del universo, en todo lo que conoce la física o la biología, es fácil concluir que debe existir una inteligencia detrás. Decíamos. Pero con eso llegamos solo a la inteligencia. Nos falta un rasgo importante del Dios cristiano, que es la bondad y la justicia: la voluntad.

      De la observación del universo, se puede deducir que hay mucha inteligencia metida allí. Pero no sabemos si esa inteligencia es buena o maligna o quizá traviesa. Esto pasaba en el mundo antiguo. Los dioses se confundían con las fuerzas de la naturaleza y, por eso, eran bastante imprevisibles, injustos y, en definitiva, inmorales. En realidad, un átomo o un animal no es ni justo ni injusto. Se mueve por sus leyes propias y basta.

      Sin embargo, los seres humanos normales creemos que debemos ser justos, que es una cosa buena y un ideal para nuestra vida. La justicia, lo mismo que el amor, son grandes ideales humanos. La mayor parte de la gente los considera el horizonte de su vida.

      Y para fundamentar esto, lo mismo que para fundamentar nuestra inteligencia, hace falta Dios. Es muy distinto pensar que en el fondo de la realidad hay un Dios justo y bueno que pensar que sólo hay una materia indiferente.

      Los canallas siempre piensan que los que quieren vivir de acuerdo con la justicia son tontos. Y que los listos son los que se dan cuenta de que la justicia no sirve para nada. Y tienen parte de razón. El que desprecia la justicia tiene alguna ventaja, porque se quita una traba para obrar. Si no creo en la justicia, puedo engañar y robar a los demás. Esto me da ventajas tácticas.

      Pero también me aleja de los ideales de la humanidad. Me hace menos humano. Sin moral y sin justicia me parezco más a un animal que vive movido por sus impulsos. Pero la diferencia está en que el animal no puede pensar y el ser humano sí. El animal no tiene inteligencia abstracta, por eso no puede hacer esa comparación que los humanos consideramos la regla de oro de la moral: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero el hombre sí puede. Y a la mayoría le parece muy importante en su vida.

      Los seres humanos esperamos de los demás que sean justos. La injusticia nos parece un fracaso de humanidad. De alguna manera suponemos que la justicia forma parte o debe formar del orden humano en el mundo. Algo que deben hacer las personas, aunque no puedan hacerlo los animales. Y la echamos en falta cuando no está, cuando una sociedad es injusta. La justicia es como una ley que debe estar allí y no como una preferencia absurda que nos inventamos. Por eso, cuando estamos convencidos de que es mejor obrar de acuerdo con la justicia, obramos como si la explicación última de la realidad fuera un Dios justo. Casi somos cristianos sin saberlo.

      Cuando se descubre a Dios a través de la naturaleza, se aprecia la inteligencia y la belleza. Cuando se descubre a Dios a través del fondo del corazón humano, se descubre la profundidad inmensa del espíritu y una aspiración a la justicia y a la bondad. Sin embargo, con la sola observación de la naturaleza y de los seres humanos no basta para saber cómo es Dios, ni qué piensa de nosotros, ni qué quiere de nosotros. Ni siquiera es suficiente para saber si nos aprecia y nos quiere. Si no nos lo dice, no lo podemos saber.

      A veces, la naturaleza es desconcertante, porque nos hace daño. Refleja la inteligencia y la belleza de Dios, pero no la justicia o la bondad de Dios. Un bello alud de nieve nos puede sepultar y un movimiento de fuerza del mar puede arrasar una ciudad. Y una epidemia puede causar un inmenso sufrimiento a la humanidad. La naturaleza refleja algo de Dios, pero no es Dios. Tiene sus propias leyes físicas o biológicas.

      Tampoco el fondo del corazón es un indicio suficientemente seguro. Aunque es fuerte el indicio de que si somos inteligentes tiene que haber un fondo inteligente en la realidad. Y que si aspiramos a ser buenos y justos debe haber algún fundamento para la moral y la justicia. Por eso, Dios tiene que ser inteligente, bueno y justo.

      Pero esto es solo una deducción bastante probable, no se nos impone como una evidencia. Solo podríamos estar seguros de la intimidad de Dios y de sus pensamientos, si Él mismo nos los mostrara. No basta mirar a las criaturas, hace falta esperar la palabra del Creador.

      La fe cristiana sostiene que Dios ha hablado. Que ha hablado en la historia de Israel. Y que ha hablado en Jesucristo. El Evangelio de San Juan llega a decir en el prólogo, que “a Dios nadie lo ha visto nunca, el Unigénito que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado”. Es decir que sabemos cómo es Dios, porque lo ha revelado el Hijo de Dios, Jesucristo.

      Se podría decir que el centro del mensaje de Jesucristo es decir que Dios es Padre, enseñar a los discípulos a tratar a Dios así, y estar seguros de que nos ama como un buen padre a sus hijos. Para que no cupiera ninguna duda, Jesucristo contó la parábola del hijo pródigo. Un hijo que pidió a su padre la parte de la herencia que le tocaba, se fue, la malgastó de mala manera y, cuando no le quedaba ni para comer, volvió a su casa. Jesús cuenta que el padre le esperaba con los brazos abiertos.

      Hay quien dice que esta parábola ha convertido a más gente que todos los sermones de los predicadores. Desde luego, es bien elocuente para saber cómo nos ama y nos perdona Dios. También es elocuente para saber cómo tenemos que amarnos y perdonarnos nosotros. Por eso en el Padrenuestro se pide: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Este rasgo de Dios, lleno de misericordia, no lo podríamos conocer contemplando la naturaleza o nuestra conciencia. Lo sabemos por Jesucristo.

      Dios tiene que ser muy distinto que nosotros y al mismo tiempo, parecido a nosotros. Tiene que ser distinto porque no somos dioses. Pero tiene que guardar un parecido porque somos inteligentes y libres. Estamos seguros de que Dios

Скачать книгу