Invitación a la fe. Juan Luis Lorda Iñarra

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Invitación a la fe - Juan Luis Lorda Iñarra Patmos

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hijo Isaac, y a su nieto, Jacob. Este tuvo doce hijos y de ellos surgieron las doce tribus de Israel. De cada patriarca el Génesis cuenta pocos recuerdos significativos y, sobre todo, la solemne renovación de la Alianza con Dios. Hay que leerlos como lo que son: antiquísimas tradiciones con fuerte sentido religioso. Estas escenas han constituido durante siglos la base de la imaginación de nuestros artistas, de manera que están representadas por todas partes.

      No todas las personas tienen facilidad para leer textos antiguos, por falta de gusto o de sensibilidad literaria. Los antiguos no se expresaban de la misma manera que nos expresamos hoy. Pero el que tenga sensibilidad disfrutará mucho con estos relatos que contienen un fuerte mensaje religioso del que todavía vivimos una parte importante de la humanidad.

      A la hermosa historia de los patriarcas, el Génesis antepone la creación del mundo, como si fuera un prólogo de la Alianza. Para entender bien lo que Dios ha hecho en la historia, hay que entender que también el mundo es obra de Dios. Es lo que quieren subrayar las narraciones de la creación.

      Son narraciones muy hermosas, que tienen el gusto literario de los textos antiguos y están llenas de imágenes. Recuerdan textos de otras culturas donde se habla de los orígenes mitológicos del mundo. Pero la Biblia marca una gran diferencia. En los relatos más antiguos de la humanidad se habla del origen de los dioses a la vez que del origen del mundo. Pero la primera frase de la Biblia es: “En el principio, creó Dios el cielo y la tierra”. La Biblia da por supuesto que sólo hay un Dios creador, que está ya antes del principio del mundo y que no se confunde con el mundo. Tres rasgos diferenciales.

      Los primeros capítulos del Génesis cuentan cómo Dios crea el cosmos en diversas etapas con la fuerza de su palabra. Y es bonito leer que, una vez tras otra, se dice que es bueno lo que Dios ha creado. Con eso nos asegura que el mundo, con toda su belleza y orden, ha salido de las manos de Dios. Que sólo hay un Dios creador y que todo lo que hay en la naturaleza son fuerzas naturales y creadas. Esto era muy diferente de lo que pensaban la mayor parte de los pueblos vecinos.

      También son muy hermosas y llenas de simbolismo las dos narraciones del origen del ser humano, Adán y Eva. Ocupan un lugar especial en la creación, porque son imagen de Dios y no solo un pedazo de tierra. Tienen una dignidad especial, tanto varón como mujer, por eso hay que respetarlos y no se puede derramar su sangre de cualquier modo. Dios bendice la fecundidad humana y el matrimonio, donde los dos forman “una sola carne”. También habla del primer pecado de Adán y Eva, por no respetar la ley que Dios les da. Es la prefiguración de todo pecado.

      El libro del Génesis cuenta el origen del universo como podía contarlo un autor de aquella época. Es un relato religioso y no un relato científico. A veces con afán polémico, durante más de dos siglos, algunos científicos han repetido que no hay creación porque la materia ni se crea ni se destruye. Pero desde 1965, la física moderna ha llegado a la conclusión de que nuestro universo ha surgido con una explosión que tuvo lugar hace, aproximadamente, 13 300 millones de años. No conviene mezclar demasiado los campos entre la Biblia, que tiene un lenguaje literario, con el de las ciencias que trabajan investigando la materia. Pero nunca se había parecido tanto lo que comprueba la física moderna con lo que cuenta el Génesis.

      Puede suceder que ese Big Bang de hace 13 300 años no sea realmente el origen, sino que haya fases anteriores. De momento, no lo sabemos. Lo que sabemos es que todo nuestro universo procede de ahí. Y, por otro lado, por el Génesis, sabemos que Dios creó el mundo. Quizá en ese momento, quizá antes. Pero así empezó el tiempo y nuestra historia.

      Las historias de los patriarcas, con ese sorprendente y hermoso prólogo que es la creación del mundo, definen el origen del pueblo hebreo, basado en la Alianza con Dios, con sus tres grandes promesas: será un pueblo numeroso, recibirá la tierra prometida, y en él serán bendecidas todas las naciones.

      El Génesis termina con la bonita historia de José, uno de los doce hijos de Jacob, que es vendido por sus hermanos como esclavo. Lo llevan a Egipto y allí, por lo mucho que vale, consigue llegar a ser un gran administrador que goza de la plena confianza del faraón. El hambre llevará a que acudan a él los mismos hermanos que le habían vendido. Y así la descendencia de los patriarcas se traslada a Egipto, con sus familias, sus criados y sus ganados. Un centenar de personas o quizá más.

      El Génesis, primer libro de la Biblia, acaba aquí. Todo esto es como la historia más antigua, las viejas tradiciones que quedan muy atrás en el tiempo. El siguiente libro de la Biblia, el Éxodo, empieza mucho después. Han pasado varios siglos y estamos hacia el siglo XIII o XIV antes de Cristo. La situación ha cambiado. La descendencia ha crecido hasta formar un pueblo. Y ya no gozan del favor de los egipcios, por miedo a ese aumento. Por eso el faraón quiere esclavizarlo y reducirlo. Son tiempos duros.

      Entonces Dios suscita un gran líder para liberar al pueblo. Es Moisés. Su historia es hermosa y vale la pena leerla en ese segundo libro de la Biblia que se llama Éxodo, porque trata de Israel que sale de Egipto.

      Moisés recibe el encargo de sacar a Israel de Egipto y conducirlo a la tierra prometida. Convence al faraón. Anima y organiza al pueblo, lo conduce por el desierto y obtiene un gran triunfo, al pasar el Mar Rojo, sobre los egipcios que les persiguen. Pero para que se vea cómo hace Dios las cosas, resulta que Moisés era tartamudo. Para explicarse, le ayuda su hermano, Aarón, que será nombrado sacerdote principal y origen de la casta sacerdotal de Israel.

      Moisés condujo al pueblo por el desierto hasta el monte que da nombre a la península, el Sinaí. Allí renovó solemnemente la Alianza del pueblo con Dios, entre manifestaciones espectaculares. Y recibió las leyes morales (los Diez Mandamientos) y las prescripciones para el culto. Construyeron una gran tienda o tabernáculo que en adelante será el lugar de Dios en medio de su pueblo. Cuando Moisés iba allí salía con el rostro encendido. Después condujo al pueblo hasta la frontera de la tierra prometida.

      Moisés es una personalidad fascinante, la segunda figura fundacional, después de Abraham. Hombre fiel a Dios y guía de Israel. El libro del Éxodo recuerda que “hablaba con Dios cara a cara como habla un hombre con su amigo” (Ex 33, 11-13). Y el último libro del Pentateuco, Deuteronomio, que resume todo, lamenta que “no ha vuelto a surgir un guía semejante en Israel que hable con Dios cara a cara” (Dt 34,10). Será Jesucristo.

      El libro del Éxodo con sus etapas: salir de la esclavitud, cruzar el Mar Rojo, peregrinar por el desierto, encontrarse con Dios y entrar en la tierra prometida, es también una parábola de la vida humana. Los judíos celebran la salida de Egipto en la fiesta de la Pascua. Pero ese día resucitó Jesucristo. La Iglesia celebra la Pascua recordando la liberación del pecado y la renovación del cristiano en Cristo resucitado.

      Después del Pentateuco, los libros siguientes de la Biblia, el de los Jueces, el de Josué y los libros de los Reyes cuentan la conquista de la tierra prometida y el establecimiento del Reino de Israel, con su capital en Jerusalén y su templo. Es una historia larga, con avances y retrocesos importantes. Al principio, el pueblo de Israel es gobernado por líderes religiosos que Dios hace surgir: se les llama Jueces. Pero, por la insistencia del pueblo, que quiere parecerse a sus vecinos, Dios les elige un rey. Primero, Saúl. Después, cuando falla Saúl, David.

      David es el origen de la monarquía israelita y el rey modelo. La tercera gran figura de la Biblia, después de Abraham, padre del pueblo, y de Moisés, guía de la liberación. Sin olvidarse de Adán, que queda atrás, como origen de la humanidad junto con Eva.

      David es el Rey que conquista la ciudad santa, Jerusalén que, desde entonces, será la capital del pueblo de la Alianza y el lugar principal de la presencia

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