Invitación a la fe. Juan Luis Lorda Iñarra

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Invitación a la fe - Juan Luis Lorda Iñarra Patmos

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que hay en nosotros. La Biblia (el libro del Génesis) dice que hemos sido hechos “a imagen de Dios”. Lo más alto entre las características del universo es la inteligencia y libertad (y la justicia y el amor). Tiene que venir de Dios y tienen que estar en Dios.

      Estamos seguros de que ese Dios nos quiere como un Padre, porque lo ha revelado Jesucristo. Pero al revelar que Dios es Padre, dijo claramente que él, Jesús, era “Hijo de Dios”. No lo dijo en un sentido amplio, sino en un sentido estricto: Realmente, “Hijo de Dios”. Por eso los cristianos confesamos que el Hijo es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza del Padre”, como dice el Credo.

      Y, además, Jesucristo habló del Espíritu Santo. Ya habían hablado los libros anteriores de la Biblia, pero Jesucristo habló mucho más y prometió que lo recibirían sus discípulos. Por eso, los cristianos creemos en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. A esto le llamamos la Trinidad: en Dios hay tres Personas íntimamente unidas por el conocimiento y el amor.

      Nosotros tenemos experiencia de lo que es una unión de amor y de amistad. Sabemos lo que es un matrimonio que se quiere, una familia unida, unos amigos de verdad. Sabemos lo que son esos vínculos de amor que aquí nos parecen los más hermosos de la vida. Pues también son imágenes del Dios real, que son tres Personas íntimamente unidas. Eso es la Trinidad.

      La capacidad de relación es lo que más define a las personas, nuestra característica más profunda, que pone en juego nuestra inteligencia y libertad. Ser persona es poderse relacionar con las cosas, pero sobre todo con las personas, y establecer uniones de inteligencia y afecto. Todas las comunidades humanas, en distinto rango, son comunidades de inteligencia y afecto, donde se comparte la intimidad. Sería horrible vivir solos, sin podernos relacionar y hablar y compartir. Cuanto menos compartimos, más pobre y triste es nuestra vida, porque estamos hechos para amar y ser amados. Pues esto también es huella e imagen de ese Dios que es Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

      Es un gran misterio y al mismo tiempo un hermoso misterio. Cuando los cristianos pensamos en el fundamento de la realidad, pensamos en esa comunidad de Personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nuestro universo humano es personal. Y lo más importante del universo son las características personales: la inteligencia, la libertad y el amor. También la justicia, que es la base de las relaciones entre las personas, pero el amor es su plenitud.

      A esto no llegamos pensando, lo sabemos porque nos lo ha revelado Jesucristo, y nos da una imagen muy bella del universo que es coherente con nuestro ser y con nuestras aspiraciones personales. Además, ese Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo se relaciona con nosotros. El cristianismo no es otra cosa que ser introducido en el misterio, en la relación y en la vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

      2. LA BIBLIA

      1. LA BIBLIA Y SUS LIBROS

      Con casi todas las cosas que se refieren a la religión cristiana pasa lo mismo: da la sensación de que son cosas sabidas, pero muy pocos serían capaces de explicarlas si les preguntaran por ellas.

      ¿Qué es la Biblia? Quizá sea la pregunta más fácil. Casi todo el mundo puede responder que es un libro sagrado judío y cristiano. Muchos también lo han abierto y han intentado leer algo. Pero es difícil hacerse idea de lo que es la Biblia ojeando sus páginas sin ninguna preparación. Tampoco entendemos bien la Ilíada, si no sabemos nada de la historia, la geografía, la cultura, la religión y las costumbres griegas antiguas.

      Además, la Biblia es más complicada que la Ilíada, porque no es un libro, sino muchos libros reunidos en un tomo. Antiguamente, se conservaban en rollos separados. Y todavía se hace así en las sinagogas judías.

      Son libros muy distintos, que han sido redactados durante más de mil años. Algunos relatos son más antiguos que la escritura hebrea en la que fueron escritos, porque antes se transmitían oralmente. La escritura hebrea nació al escribir la Biblia. Y lo mismo ha sucedido después con muchas lenguas. La Biblia ha sido un libro muy importante en la historia de la escritura y de la cultura humanas. Por ejemplo, el alfabeto cirílico, ruso, se creó para escribir la Biblia. Y se suele decir que el alemán moderno, como tantas lenguas, se configuró con la traducción de la Biblia que hizo Lutero.

      ¿Y por qué era tan importante conservar estos libros antiguos? Muy pocos pueblos han conservado su historia desde los tiempos más antiguos. En España, por ejemplo, no conservamos ningún libro, ninguna tradición y ninguna historia de los muchos pueblos y tribus que encontraron los romanos cuando llegaron. Seguramente, tendrían tradiciones, pero o no consiguieron escribirlas o no consiguieron transmitirlas.

      La mayor parte de las lenguas del mundo no han tenido y no tienen escritura. Pero el pueblo hebreo sí que tenía. Tenía una historia que transmitir y elaboró una escritura para contarla. ¿Por qué? Porque se consideraba y se considera un pueblo que hace más de tres mil quinientos años conoció a Dios y estableció una Alianza con Él. Todos los libros de la Biblia se refieren a ese trato con Dios y a la historia de esa Alianza.

      Los libros de la Biblia se suelen dividir en tres grupos. El primero son los libros que cuentan el inicio de la historia del pueblo hebreo y su desarrollo: por eso se les llama “libros históricos”, en un sentido amplio. El segundo grupo son los libros que recogen la vidas y enseñanzas de los profetas de Israel, que hablaban en nombre de Dios; por eso, se les llama “libros proféticos”. Y en el tercer grupo se ponen el resto de los libros, sobre todo, el libro de los salmos, que son las oraciones poéticas de Israel; también los textos que recogen su sabiduría. A este conjunto de la Biblia judía, los cristianos añadieron los cuatro evangelios de Jesucristo y los escritos de los Apóstoles.

      Decíamos que la Biblia está compuesta de muchos libros de diverso tipo y de diferentes épocas. A veces, es difícil fijar cuándo se ha escrito un texto, porque puede basarse en relatos orales anteriores; y también, porque a lo largo de la historia, se pueden haber juntado textos o mejorado la redacción. Lo que sabemos es que, en tiempos de Jesucristo, hace dos mil años, los libros que componen nuestra Biblia ya eran como son hoy. Y tanto la tradición judía como la cristiana han hecho un enorme esfuerzo por conservarlos. Son los textos que mejor han atravesado la historia humana, por la multitud de copias, traducciones y testimonios que conservamos. De ningún otro libro de la antigüedad tenemos tantas y tan buenas copias y traducciones.

      Los primeros cinco libros de la Biblia forman una unidad, que los cristianos llamamos “Pentateuco”, palabra griega que significa “cinco libros”. Los judíos le llaman la “Toráh”, que en hebreo quiere decir “la Ley”, porque contiene la ley de vida que tienen que vivir; pero también porque en esos textos se narra el origen del pueblo judío. Son algo así como su “Constitución”.

      El primer libro del Pentateuco es el Génesis, que narra los orígenes del universo y del pueblo de Israel. A los judíos les gusta llamarle por la primera palabra del libro, Beresit, que significa “en el principio”, porque la primera frase de ese libro y de toda la Biblia es: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra”.

      En ese libro se narra sobre todo la historia de los patriarcas y de su alianza con Dios. Se llaman patriarcas a los padres del pueblo hebreo. El Génesis cuenta que un día Dios se presentó a Abraham, un caldeo, habitante de Mesopotamia, hoy Irak. Estableció con él una Alianza. Le pidió que le adorara sólo a Él. Y le hizo unas promesas: que su descendencia formaría un gran pueblo; que recibiría una tierra (la tierra prometida, Israel); y que por esta alianza serían bendecidas todas las naciones. Después, Dios se presentó varias veces a Abraham y renovó solemnemente la Alianza. Guiado por la fe en Dios, Abraham salió de Caldea y se instaló en la tierra prometida, la que ocuparía su

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