¡Corre Vito!. David Martín del Campo

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¡Corre Vito! - David Martín del Campo Cõnspicuos

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folletos que mandamos hacer... deja empujar las cobijas para leer bien, dicen así: “Grupo Romántico Los Marsellinos. Un trío para amenizar sus fiestas y reuniones. Canciones y boleros, rancheras y tropicales. Nos las sabemos todas. Agustín Lara, José Alfredo Giménez”, sí, con G, “Álvaro Carrillo, Guty Cárdenas, Gonzalo Curiel, Armando Manzanero, José José. Llámenos y nos arreglamos. Por hora o por velada. También atendemos serenatas” y luego vienen nuestros nombres, “Silvano Andrade, guitarra clásica. Mario Talavera, requinto”, ¿será?, y luego yo, “Vito Beristáin, voz”. ¿No me pudieron poner, siquiera, “tenor”? Pero ya para qué.

      Aquí están las fotos que nos mandamos tomar, con bigotito artificial para vernos menos chamacos, y en la parte de atrás la entrevista que nos hicieron en el periódico Avance donde confundimos todo, charros con mariachis, Tecalitlán con Tlaquepaque, Consuelito Velázquez con María Greever. ¿Haz de creer? Lo que pasa es que nos contrataron para cantar en una boda y uno de los invitados resultó que era periodista y nos entrevistó al final, cuando ya andábamos todos, los marsellinos y él también, más pedros que San Pedo Domecq. Además que el famoso periodista, de apellido Comesaña, nos cobró doscientos pesos por la nota. Lo que es el precio de la fama, ¿verdad?

      Bueno, y ahí estaban los caváderes de los marsellinos y yo con el paquete de los folletos. No salía de mi confusión. ¿La gente se muere para siempre? Como que estaba esperando que aquello fuese una broma, que de pronto alguien gritara, “¡bueno, ya, se acabó!” y todos, los deudos y los periodistas soltaran de pronto la carcajada porque Mario y Silvano saldrían de sus ataúdes, que eran modelo económico, y limpiándose el maquillaje recuperarían su color y sus ganas de vivir. Pero los caváderes no tienen ganas de vivir. Los caváderes no mean, no ríen, no rezan como los demás, Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo y Bendita tú eres, entre todas las mujeres... ¡Carajo! ¿Por qué me quitaron a mis amigos? ¡Por qué acabaron con Los Marsellinos! ¿A quién hacían daño pegando propaganda del Frente Democrático Nacional! Y lo peor, ¿por qué preferí el cachondeo con Patricia en el cine Variedades que acompañar a mis amigos en su último trance?

      Estaba pensando eso en la cafetería de la funeraria porque tú bien lo sabes: no me gusta llorar en público. Es más, no me gusta llorar. Demasiadas lágrimas han corrido en mi familia como para anegar otro mar. Fue cuando se me acercó un primo de Silvano, que es ingeniero y vive desde hace años en Guadalajara. Me explicó que se acababa de bajar del avión y que votará por el PAN. Como si tuviera que ver una cosa con la otra. Las elecciones son el domingo próximo, es decir, de mañana en ocho. De las pendejadas que habla uno cuando no tiene de qué hablar. Comenzó a revisar los folletos que asomaban del paquete que había puesto sobre el mostrador. Sacó uno y lo comenzó a leer en voz baja. Cómo me cae mal la gente que no puede leer sin mover los labios. En eso pensaba, y en muchas otras cosas cuando de repente me dice, sincerándose: “Ni modo Vito, se acabó el gallo”, y le dije que sí, que ni modo... y me quedé helado. Acababa de recordar la frase.

      Pero eso fue hace tres años y la pobre anciana ahora también es caváder.

      “Se acabó el gallo”, repitió, y yo me quedé piense y piense. Entonces el ingeniero Andrade (nunca me acuerdo de los nombres propios) me comenta al devolverme el folleto, no van a servir. “Mira, aquí dice que se arreglan, que cobran por hora o por velada, que les llamen... pero no tiene apuntado el teléfono”.

      Era cierto; qué tarugos. Y yo con la frasecita martilleándome la cabeza, le digo entonces para que se le quitara lo mamón. “Tienes razón, no van a servir, se nos olvidó ese detalle... además de que tu primo y Mario son cadáveres”.

      Qué pinches los velatorios. Como que no te acostumbras a ver esas caras mustias, y lo peor: esas mujeres que lloran y lloran en los rincones, como la mamá de Mario, que no se dejaba consolar. ¡Suéltenme, suéltenme; así estoy bien!

      Oye Vito, una pregunta, me dice entonces el primo de Silvano. ¿Por qué se pusieron ese nombre tan jacarandoso?, digo, como trío. ¿Los Marsellinos?, le subrayo, pues por una sencilla razón. Mario y Silvano, que son las guitarras, viven en el edificio de Marsella, la calle de Marsella, a la vuelta de mi casa. Por eso los tres somos, es decir, éramos Los Marsellinos. Y entonces, al aceptar la crudeza del verbo en pretérito, me solté a llorar sobre el hombro de ese joven ingeniero que había llegado una hora antes de Guadalajara y que votará por Acción Nacional.

      2

      Después de todo no era tan antipático el primo de Silvano. Traía guardada una anforita y sin preguntar me sirvió un generoso chorrito en el café. Ah, qué alivio aquel ron. Esos gestos son de los que no se olvidan. Nos fuimos sincerando mientras afuera de la cafetería los periodistas entrevistaban al representante del candidato. Hasta me empecé a creer eso del atentado que, ante los reflectores de televisión, insistían en llamar “masacre fascista”. Mira, lo peor, ¿sabes qué es lo peor de todo?, preguntó el ingeniero Andrade. Ni idea, contesté porque ¿puede haber algo peor que morirse? Mira, lo peor de todo, me dice, es que hoy era su cumpleaños, su cumpleaños de Silvano. Mira nomás: iba a cumplir veinte años, y ya el Señor lo llamó a su lado.

      La verdad yo guardaba más amistad con el gordo Mario. Siempre ocurre eso con los amigos comunes: Juan es más amigo de Pedro, Pedro de Carlos, Carlos de Roberto. ¿Qué es la amistad, después de todo? Una complicidad para siempre, “amor sin sexo”, como dijo una vez Carlos Monsiváis en la presentación de un libro.

      Quedarte sin amigos debe ser como ingresar un poco al manicomio. Y mira quién lo dice. Yo al menos te tengo a ti... que es como no tener a nadie, ya lo sé. Pero, ¿sabes inge?, le dije al primo de Silvano luego de probar mi café piqueteado: Nunca en mi vida he leído un libro. Y el otro, como si nada. Volvió a sacar su ánfora, de ésas que llaman “pachitas”, y se apostrofó (qué verbo) el último chorrito. ¿Ni siquiera el de Cien Años en el Laberinto de Soledad?, me preguntó a punto de ofendido.

      Ni siquiera.

      Pero qué ignorante el inge. Una cosa es que no hayas leído un libro completo y muy otra que no hayas empezado mil o que no sepas quién es García Márquez o Ángeles Mastretta. En la vida hay que estar informados... en la muerte no. Se me ocurrió decírselo: “La muerte es desinformación”.

      El inge Andrade puso cara de ah, cabrón, ya se le subió. Es lo malo de soltar así mis genialidades. Nadie me entiende, soy un incomprendido. ¡Bu bú...! mamacita; dame la teta... Eso es algo de lo que nunca se privó Silvano. Su mamá, cuando éramos más chicos, tenía unas sorbederas de miedo. Yo creo que por eso nos hicimos amigos. Entonces los tres, Silvano, Mario y yo vivíamos en el mismo edificio de Marsella pero luego, con la crisis, nos tuvimos que cambiar a otro “menos ostentoso”, como decía el tío Quino. Y bye bye a las mámerson de la mamá de Silvano.

      ¿Te acuerdas de las tetotas de tu tía?, me dieron ganas de preguntarle al primo de Silvano, pero en ese momento saludaba a quién sabe qué pariente. ¿Y ahora, qué van a hacer?, le dije. ¿Mis tíos? ¿Qué van a hacer mis tíos? No sé. Mira, supongo que aguantar vara. Mira, ha de ser terrible perder así un hijo.

      Qué conmovedor. Hasta me dieron ganas de platicarle la tragedia de mi hermanito, pero ya lo he dicho: en casa han escurrido demasiadas lágrimas. El día que escriba la historia de mi familia me volveré famoso. Y el otro: Mira, no es que sea curioso pero ¿cómo fue que se hicieron grupo? Digo, ¿cómo se hizo el trío Los Marsellinos?, preguntó el ingeniero Andrade porque así es su estilo, hablar a empujones. Debe ser de los que van al WC a las cinco y a las cinco y media.

      Es una historia muy larga, le comencé a explicar, pero comenzó en serio con el terremoto

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