Mabinogion. Relatos galeses medievales. Varios autores

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Mabinogion. Relatos galeses medievales - Varios autores

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su amistad y se mandaban caballos, sabuesos, halcones y cualquier objeto de valor que pensaran que podría complacer al otro. Y debido a que había pasado ese año en Annwfn y lo había gobernado con tanto éxito, uniendo los dos reinos gracias a su coraje y valor, el nombre de Pwyll príncipe de Dyfed cayó en desuso y fue llamado Pwyll Pen Annwfn de allí en más48.

      Un día, Pwyll estaba con un grupo grande de seguidores en Arberth, una de sus cortes principales, donde se le había preparado un banquete. Después de la primera comida se levantó para ir a pasear y se encaminó hacia la cima de una colina que estaba al norte, llamada Gorsedd Arberth49.

      –Señor –dijo uno de la corte–, la peculiaridad de esa colina es que cualquier noble que se siente en ella no se irá sin que haya ocurrido una de dos cosas: o bien recibirá heridas o daño, o bien verá una maravilla.

      –No temo recibir heridas o daño en medio de un grupo tan numeroso como éste, pero me gustaría ver una maravilla. Iré a sentarme en la colina.

      Así lo hizo. Mientras estaban sentados vieron a una mujer sobre un caballo grande y alto de color pálido, vestida de oro resplandeciente y seda brocada, viniendo por el camino que atravesaba la colina.

      –Hombres –dijo Pwyll–, ¿alguno de ustedes reconoce a la jineta?

      –No, señor –respondieron.

      –Que vaya uno a su encuentro y descubra quién es –dijo.

      Uno de ellos se levantó, mas cuando llegó a la senda ella ya había pasado. La persiguió a pie todo lo que pudo pero, cuanto más rápido iba, ella más se alejaba. Cuando vio que era inútil continuar, regresó junto a Pwyll y le dijo:

      –Señor, es inútil seguirla a pie.

      –Bueno –contestó Pwyll–. Vuelve a la corte, toma el caballo más veloz que conozcas y ve detrás de ella.

      Tomó el caballo y partió. Llegó a la llanura y picó al animal con las espuelas. Pero cuanto más picaba al caballo, tanto más ella se alejaba, a pesar de que llevaba el mismo paso que cuando había comenzado. El corcel del hombre se cansó y, cuando se dio cuenta de que su andar se debilitaba, regresó a donde estaba Pwyll.

      –Señor –le dijo–, es inútil perseguir a aquella dama. No conozco caballo más veloz en todo el reino que éste y, sin embargo, ha sido todo en vano.

      –Sí –respondió Pwyll–, debe haber alguna explicación mágica aquí. Vayamos a la corte.

      Llegaron a la corte y así transcurrió el resto de la jornada. Al día siguiente se levantaron y pasaron el tiempo hasta que llegó la hora de ir a comer. Después de la primera comida, Pwyll dijo:

      –Bueno, todos los que estuvimos ayer, vayamos a la cima de la colina. Y tú –le dijo a uno de los muchachos–, trae el caballo más veloz del campo que conozcas.

      Así lo hizo el joven y partieron rumbo a la colina junto con el animal. Cuando estaban por sentarse vieron venir por el mismo camino a la mujer sobre el caballo, vestida de igual manera.

      –Aquí está la jineta de ayer –dijo Pwyll–. Prepárate, muchacho, para descubrir quién es ella.

      –Señor –dijo él–, lo haré de buen grado.

      En eso la jineta llegó frente a ellos. Entonces el joven montó a caballo pero, antes de que pudiera asentarse en la silla, ella ya lo había pasado, sacándole buena ventaja; su paso no era diferente al del día anterior. El muchacho dispuso que el caballo ambulara e imaginó que, pese a la lentitud con la que andaba el animal, la alcanzaría. Sin embargo, todo fue inútil. Soltó las riendas del caballo, pero no se había acercado más que si estuviera a pie. Cuanto más picaba al corcel, ella más se alejaba, aunque su paso no fuera más rápido que antes. Puesto que veía que era infructuoso perseguirla, regresó y fue a donde estaba Pwyll.

      –Señor –le dijo–, el caballo no puede hacer nada mejor que lo que has visto.

      –He observado que es en vano perseguirla –respondió–. Juro por Dios que ella tiene un mensaje para alguien de este llano, si su obstinación le hubiera permitido decirlo. Volvamos a la corte.

      Llegaron y pasaron esa noche cantando y divirtiéndose hasta que estuvieron satisfechos. Al día siguiente se entretuvieron hasta que llegó la hora de ir a comer. Cuando terminaron la comida, Pwyll dijo:

      –¿Dónde están los que estuvieron conmigo en la cima de la colina ayer y el día anterior?

      –Aquí estamos, señor –respondieron ellos.

      –Vamos a sentarnos en la cima –dijo–. Y tú –dirigiéndose al palafrenero–, ensilla bien mi caballo y condúcelo al camino, y trae mis espuelas –el palafrenero así lo hizo.

      Llegaron a la colina y se sentaron. No habían estado mucho tiempo cuando vieron a la jineta venir por el mismo camino, de igual forma y paso.

      –Palafrenero –dijo Pwyll–, veo a la jineta. Dame mi caballo.

      Montó y, tan pronto como lo hizo, ella lo pasó. Giró por detrás de ella y dejó que su vivaz y saltarín caballo caminara. Le pareció que al segundo salto, o al tercero, la alcanzaría, pero no estaba más cerca de ella que antes. Apuró al caballo para que fuera lo más rápido posible; sin embargo, vio que era inútil perseguirla. Entonces dijo Pwyll:

      –Doncella, por el bien del hombre que más amas, espérame.

      –Aguardaré de buen grado –respondió ella–, pero hubiera sido mejor para el caballo si lo hubieses pedido hace un rato.

      La doncella se detuvo y esperó. Corrió la parte del tocado que cubría su rostro, fijó su mirada sobre él y empezaron a conversar.

      –Señora –dijo Pwyll–, ¿de dónde vienes y hacia dónde vas?

      –Estoy haciendo unos mandados –contestó–. Me alegra verte.

      –Te doy la bienvenida –dijo él.

      Entonces Pwyll pensó que los rostros de todas las doncellas y damas que había visto eran desagradables en comparación con el de ella.

      –Señora –le dijo–, ¿me dirás algo acerca de tus mandados?

      –Por Dios que lo haré –respondió ella–. Mi principal objetivo era conocerte.

      –Ese es, para mí, el mejor propósito que pudo traerte –dijo Pwyll–. ¿Me dirías quién eres?

      –Sí, señor –dijo–. Soy Rhiannon hija de Hyfaidd Hen y seré entregada a un hombre en contra de mi voluntad50. Pero jamás he querido a nadie por amor a ti, y aún no lo hago, a menos que me rechaces. Y es para conocer tu parecer en este tema que he venido.

      –Por Dios –contestó Pwyll–, esta es mi respuesta para ti: si pudiera optar entre todas las damas y doncellas del mundo, te elegiría a ti.

      –Bien –dijo ella–, si esto es lo que quieres, antes de que me entreguen a otro hombre arregla una cita conmigo.

      –Para mí, cuanto antes mejor –dijo Pwyll–. Organiza el encuentro donde tú quieras.

      –Lo

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