100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

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100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери

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este apetito, porque el uno lleva un camino, y el otro, otro. Como dice el apóstol: «Muchos corren al palio, mas uno sólo es el que lo coge»; así estos humanos apetitos por diversas calles parten del principio, y una sola calle, es la que a nuestra paz nos conduce. Y por eso, dejando a un lado a todos los demás con el Tratado, se adelante a lo que bien empieza.

      Digo, pues, que desde el principio ama a sí mismo, aunque indistintamente. Luego va distinguiendo las cosas que prefiere y las que le son más o menos odiosas, y sigue y huye, más o menos, según distingue la conciencia, no solamente en las demás cosas que ama en segundo lugar, sino que también distingue en sí lo que ama principalmente. Y al conocer en sí diversas partes, más ama las más nobles que tiene. Y como quiera que es parte más noble del hombre el ánimo que el cuerpo, aquél prefiere; y así, amándose a sí mismo principalmente, y por sí las demás cosas, y prefiriendo la mejor parte de sí mismo, manifiesto es que ama más al ánimo que al cuerpo u otra cosa; el cual ánimo, más que otra cosa, debe naturalmente amar. Conque si la mente deleitase siempre en el uso de la cosa amada, que es fruto de amor en la cosa que sobremanera se ama, el uso es sobremanera deleitoso. El uso de nuestro ánimo nos es sobremanera deleitoso, y lo que nos es sobremanera deleitoso es nuestra felicidad y nuestra bienaventuranza, más allá de la cual no hay ningún deleite mayor ni se muestra ningún otro; como puede ver quien bien considere la precedente argumentación.

      Y que no diga nadie que todo apetito es ánimo, porque aquí se entiende por ánimo solamente lo que respecta a la parte racional, esto es, la voluntad y el intelecto. De modo que si se quisiese llamar ánimo al apetito sensitivo, aquí no ha lugar la instancia ni puede tenerlo; porque nadie duda que el apetito racional es más noble que el sensual, y, por lo tanto, más armable; y así lo es éste de que ahora se habla.

      A la verdad, el uso de nuestro ánimo es doble, es decir, práctico y especulativo -práctico es tanto cuanto operativo-, y uno y otro sobremanera deleitosos; aunque mal lo sea el de la contemplación, como más arriba se ha dicho. El del práctico consiste en que obremos virtuosamente, es decir, honestamente, con prudencia, con templanza, con fortaleza y con justicia; el del especulativo consiste, no en obrar nosotros, sino en considerar las obras de Dios y de la Naturaleza. Y uno y otro uso son nuestra bienaventuranza y suma felicidad, como puede verse. La cual es la dulzura de la semilla susodicha, como ahora se ve manifiestamente, a la que muchas veces no llega esta semilla, por haber sido mal cultivada o por haberse desviado su producción.

      Igualmente puede hacerse, con muchas correcciones y cultivo, que allí donde la semilla no cae al principio, puédese llevar en su proceso, de modo que llega a dar fruto. Y es casi injertar una naturaleza ajena sobre distinta raíz. Así pues, no hay nadie a quien pueda excusársele; porque si en su raíz natural no tiene el hombre esta semilla, puede muy bien tenerla por vía de injerto. Así, ha habido tantos que de hecho se injertaron cuantos son los que se desvían de la buena raíz.

      A la verdad, de estos usos, el uno está mucho más lleno de bienaventuranzas que el otro; el cual es el especulativo, que, sin mixtificación alguna, úsalo nuestra parte más noble, la cual, por el amor radical que se ha dicho, es sobremanera amable, como lo es el intelecto. Y esta parte no puede tener en esta vida su perfecto uso, el cual es ver a Dios -que es lo sumo inteligible-, sino en cuanto el intelecto lo considera y lo mira por sus efectos. Y que nosotros pedimos esta bienaventuranza suma y no la otra -es decir, la de la vida activa- nos lo enseña el Evangelio de Marcos, si bien lo consideramos. Dice Marcos que María Magdalena y María Jacobita y María Salomé fueron a buscar al Salvador al sepulcro y no le hallaron a él; mas hallaron a un joven vestido de blanco, que les dijo: «Preguntáis por el Salvador, y yo os digo que no está aquí; mas por eso no hayáis temor; mas id y decid a sus discípulos y a Pedro que los precederá en Galilea, y allí lo veréis, como os dijo». Por estas tres mujeres pueden entenderse las tres sectas de la vida activa, es decir, los epicúreos, los estoicos y los peripatéticos que van al sepulcro, es decir, al mundo presente, que es receptáculo de las cosas corruptibles, y preguntan por el Salvador, es decir, por la Bienaventuranza, y no lo hallan; mas encuentran a un joven con blancas vestiduras, el cual, según el testimonio de Mateo, dijo: «El Ángel de Dios descendió del cielo, y una vez que vino volvió la piedra y se sentó sobre ella, y su vista era como relámpago, y sus vestiduras eran como de nieve».

      Este Ángel es nuestra nobleza, que de Dios procede, como se ha dicho, que habla en nuestra razón, y les dice a cada una de estas sectas, es decir, a quien quiera que va buscando la bienaventuranza en la vida activa, que no está aquí; mas que vaya y les diga «a los discípulos y a Pedro» es decir, a los que le van buscando y a los que se han apartado, como Pedro que le había negado, «que en Galilea los precederá»; es decir, que la Bienaventuranza los precederá en

      Galilea, es decir, en la especulación. Galilea vale tanto como decir blancura; y la blancura es un color lleno de luz corporal más que ningún otro; y así la contemplación está más llena de luz espiritual que cualquier otra cosa que aquí abajo haya. Y dice: «Él os precederá»; y no dice «Él estará con vosotros», para dar a entender que Dios siempre precede a nuestra contemplación; y no podremos nunca alcanzarle aquí a Él, que es nuestra Bienaventuranza suma. Y dice: «Allí lo veréis como dijo», es decir, es decir, allí gozaréis de su dulzura, es decir, de la felicidad, como se os ha prometido aquí; esto es, como está establecido que podéis tenerla. Y así se demuestra que nuestra bienaventuranza, que es la felicidad de que se habla, podremos primero hablarla imperfectamente en la vida activa, esto es, en el ejercicio de las virtudes morales, y luego casi perfecta en el ejercicio de las intelectuales. Obras ambas que son vía expedita y derecha que conduce a la suma bienaventuranza, la cual aquí no se puede lograr, como se demuestra por lo que se ha dicho.

      XXIII

      Pues que se ha demostrado suficientemente y muestra la definición de nobleza, y en todas sus partes, como ha sido posible se ha declarado, de tal modo, que ora puede verse ya qué es el hombre noble, procedamos a la parte del texto que comienza: El alma de estas bondades adornada; en la cual se muestran las señales por que se puede conocer al hombre a quien se llama noble.

      Y divídese esta parte en dos: en la primera se afirma que esta nobleza luce y resplandece manifiestamente durante la vida del noble; en la segunda se muestra específicamente en sus esplendores; y comienza esta segunda parte:

      Obediente, suave y pudorosa.

      Acerca de la primera parte, se ha de saber que esta divina semilla de que antes se ha hablado, de seguida germina en nuestra alma, creciendo y diversificándose por cada potencia del alma, según las exigencias de éstas. Germina, pues, en la vegetativa, en la sensitiva y en la racional, y se originan por la virtud de éstas otras muchas, enderezándolas a su perfección y sosteniéndose en ellas hasta que, con la parte de nuestra alma que nunca muere, vuelve al cielo, al altísimo y glorioso Sembrador. Y dice esto en cuanto a la primera que se ha dicho.

      Luego cuando dice: Obediente, suave y pudorosa, etc., muestra aquello por que podemos conocer al hombre noble mediante señales aparentes, que son obra divina de esta bondad. Y se divide esta parte en cuatro, conforme a las cuatro edades en que obra diversamente, como son: Adolescencia, juventud, senectud y senilidad; y comienza la segunda parte: Es en la juventud templada y fuerte; la tercera comienza: Es en su senectud; la cuarta comienza: Luego, en la cuarta parte de la vida.

      Y éste es el sentido general de esta parte. Acerca de la cual se ha de saber que todo efecto, cuando es efecto, recibe semejanza de su causa, en cuanto le es posible conservarla. Por lo cual, como quiera que nuestra vida, como se ha dicho, y aun la de todo ser viviente aquí abajo, ha sido causada por el cielo, y el cielo por todos estos efectos, no por completo círculo, mas sólo por parte de él, se les descubre, y así es menester que su movimiento sea arriba, y como un arco casi todas las vidas retiene -y digo que las retiene tanto a las de los hombres como de los demás seres vivientes-, ascendiendo y girando, han de ser casi semejantes a imagen de arco. Volviendo, pues, a la nuestra de que ahora se habla, digo que procede subiendo

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