100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу 100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери страница 208

100 Clásicos de la Literatura - Люси Мод Монтгомери

Скачать книгу

de arriba sería igual si la materia de nuestra complexión seminal no impidiese la regla de la naturaleza humana. Mas como el húmedo radical lo es menos o más, y de mejor cualidad, y tiene más duración en un efecto que en otro -el cual es sujeto y alimento del calor, que es nuestra vida-, acaece que el arco de la vida de un hombre es de mayor o menor tensión que el del otro. Alguna muerte hay violenta, o apresurada por enfermedad accidental; mas sólo la que el vulgo llama natural es el término del cual dice el salmista: «Pusiste un límite que no se puede pasar. Y como Aristóteles, maestro de nuestra vida, percibió este arco de que ahora se habla, opinó que nuestra vida no era otra cosa que un subir y bajar; por lo cual dice, donde trata de la juventud y la vejez, que la juventud no es sino aumento de aquélla. Difícil es saber cuál es el punto más elevado de tal arco, por la desigualdad que antes se ha dicho; mas creo que en los más, entre los treinta y los cuarenta años. Y me parece que en los perfectamente conformados está en los treinta y cinco años. Y muéveme a creerlo el pensar que, óptimamente conformado, fue Nuestro Salvador Cristo, el cual quiso morir a los treinta y tres años de su vida; porque no era digno de la divinidad el ir decreciendo. Y no es de creer que no quisiera vivir en nuestra vida hasta la cima, pues que había vivido en el bajo estado de la infancia. Y así lo manifiesta la hora del día de su muerte, que quiso asemejar a su vida, por lo que dice Lucas que murió como a la hora sexta, que vale tanto como decir el colmo del día. Por donde se comprende que el colmo de la vida de Cristo era su año treinta y cinco.

      A la verdad, este arco, no sólo le dividen por la mitad las escrituras; mas, según los cuatro combinadores de las cualidades contrarias que entran en nuestra composición -a las cuales parece ser propia, a cada una, digo, una parte de nuestra vida-, en cuatro partes se divide y llámanse cuatro edades. La primera es adolescencia, que se asemeja al calor y a la humedad; la segunda, juventud, que se asemeja al calor y a la sequedad; la tercera, senectud, que se asemeja al frío y a la sequedad; la cuarta, senilidad, que se asemeja al frío y a la humedad, según escribe Alberto en el cuarto de la Meteora.

      Y hácense estas partes igualmente con el año, en primavera, estío, otoño e invierno. Y en el día, hasta la tercia. Y luego, hasta la nona, dejando en medio a la sexta, por la razón que se comprende, y luego hasta el véspero, y del véspero en adelante. Y por eso los gentiles decían que el carro del sol tenía cuatro caballos: al primero llamaban Eoo; al segundo, Piroi; al tercero, Eton; al cuarto, Flegon, según escribe Ovidio en el segundo de Metamorfoseos, acerca de las partes del día. Y se ha de saber brevemente que, como se ha dicho más arriba en el sexto capítulo del tercer Tratado, la Iglesia, en la distinción de las horas del día temporales, que son cada día grandes o pequeñas, según la cantidad del sol, y como la hora sexta, es decir, el mediodía, es la más noble de todo el día y la más virtuosa, dispone sus oficios en cada parte, es decir, de antes y de después, como puede. Y por eso el oficio de la primera parte del día, es decir, la tercia, se dice al fin de ésta, y el de la tercera parte y el de la cuarta se dicen al principio. Y por eso se dice media tercia, antes de tocar a aquélla; y media nona, luego de haber tocado para ésta; así también media víspera. Y así, sepan todos que la nona exacta siempre debe sonar al comienzo de la séptima hora del día; y basta esto a la presente digresión.

      XXIV

      Volviendo a nuestro discurso, digo que la vida humana se divide en cuatro edades: La primera, se llama adolescencia, es decir, acrecimiento de vida; la segunda se llama juventud, es decir, edad que puede aprovechar; esto es, dar perfección; y así se entiende perfecta, porque nadie puede dar sino lo que tiene; la tercera se llama senectud; la cuarta se llama senilidad, como más arriba se ha dicho.

      De la primera nadie duda; mas todos los sabios están de acuerdo en que dura hasta los veinticinco años; y como hasta ese tiempo nuestra alma se propone el crecimiento y embellecimiento del cuerpo, de donde se siguen muchas y grandes transformaciones en la persona, no puede discernir perfectamente la parte racional. Por lo cual quiere la razón que antes de esa edad no pueda el hombre hacer ciertas cosas sin curador de perfecta edad.

      El tiempo de la segunda, la cual es verdaderamente colmo de nuestra vida, es considerado diversamente por muchos. Mas dejando lo que de ello escriben los filósofos y los médicos, y volviendo a la propia razón, digo que en los más - que es en quienes se puede y debe formar juicio- esa edad es de veinte años. Y la razón que tal me da es la de que si el colmo de nuestro arco está en los treinta y cinco, tanto cuanto de subida tiene esta vida ha de tener de descenso; y esa subida y bajada es como el sostén del arco, en el cual se advierte poca flexión. Tenemos, pues, que la juventud se cumple a los cuarenta y cinco años.

      Y como la adolescencia tiene veinticinco años de subida a la juventud; y así se termina la senectud a los setenta años.

      Mas como la adolescencia no comienza al principio de la vida, tomándola del modo que se ha dicho, sino casi ocho años después, y como nuestra naturaleza se afana por subir, y al descender refrena -porque el calor natural ha venido a menos y puede poco, y el húmedo ha engrosado, no en cantidad, sino en calidad, de modo que es menos vaporoso y consumible-, acaece que, después de la senectud, queda de nuestra vida una cantidad de diez años, sobre poco más o menos.

      Y este tiempo se llama senilidad. Como tenemos en Platón, del cual se puede decir que era perfectamente constituido, por su perfección y por la fisonomía, que tomó Sócrates de él cuando por vez primera lo vio, que vivió ochenta y un años, según atestigua Tulio en el de Senectud. Y yo creo que si Cristo no hubiese sido crucificado, y hubiese vivido el tiempo que su vida podía conforme a la naturaleza recorrer, a los ochenta y un años de cuerpo mortal hubiérase transformado en eterno.

      A la verdad, como arriba se ha dicho, estas edades pueden ser más largas o más cortas, según nuestra complexión y constitución; mas sean como quieran, parécenle que esta proporción, como se ha dicho, debe conservarse en todas, es decir, haciendo las edades más o menos largas, según la integridad de todo el tiempo de la vida natural. En todas estas edades, esta nobleza, de la cual tan diversamente se habla, muestra sus efectos en el alma ennoblecida; y esto es lo que pretende demostrar esta parte sobre la cual escribimos ahora.

      Donde se ha de saber que nuestra buena y recta naturaleza precede conforme a razón en nosotros -como vemos proceder a la naturaleza de las plantas, y por eso diferentes hábitos y maneras son más razonables en unas que en otras-, en quienes el alma ennoblecida procede ordenadamente por un camino simple, ejercitando sus actos a su edad y su tiempo, pues que a su último fruto están ordenados.

      Y Tulio está de acuerdo con esto en el de Senectud. Y dejando a un lado la ficción que del diverso proceso de las edades emplea Virgilio en la Eneida; y dejando a lo que el eremita Egidio dice en la primera parte del Regimiento de

      Príncipes; y dejando lo que apunta Tulio en el de Offici; siguiendo únicamente aquello que la razón puede ver por sí, digo que esta primera edad es puerta y camino por la cual se entra en nuestra buena vida.

      Y esta entrada es menester que tenga necesariamente algunas cosas, las cuales la buena Naturaleza, que desfallece en las cosas necesarias, da; como vemos que da hojas a la vid para defensa del fruto y los vástagos con que defiende y sustenta su debilidad; y así sostiene el peso de su fruto.

      Da, pues, la Naturaleza a esta vida cuatro cosas necesarias para entrar en la ciudad del buen vivir. La primera es obediencia, la segunda suavidad, la tercera vergüenza, la cuarta adorno corporal, como dice el texto en la primera partícula. Ha de saberse, pues, que del mismo mundo que quien no ha estado nunca en una ciudad no sabe seguir el camino, sin que se lo enseñe quien lo haya hecho, así el adolescente, que entra en la selva engañosa de esta vida, no sabría seguir el buen camino si sus mayores no se lo mostrasen. Y aun el enseñárselo no bastaría, si no obedeciera sus mandatos; y por eso en esta edad es necesaria la obediencia.

      Muy bien podría decir alguien: ¿Conque podría llamársele obediente lo mismo al que siga los malos consejos que al que siga los buenos?

Скачать книгу