100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Aquí, pues, hemos de recordar lo que más arriba se argumenta en el capítulo XXII de este Tratado acerca del apetito, que nace en nosotros desde nuestro principio. Este apetito no hace sino ahuyentar y huir; y siempre que ahuyenta todo aquello que es menester y huye de lo que es menester, el hombre está en los términos de su perfección. A la verdad, ese apetito ha de ser guiado de la razón. Porque del mismo modo que un caballo suelto, por más que sea de naturaleza noble por sí solo, sin el buen caballero no sabe conducirse, así este apetito, que irascible y concupiscente se llama, por más que sea noble, es menester que obedezca a la razón. La cual le guía con freno y espuelas como buen caballero; usa el freno cuando ahuyenta -y llámase a este freno templanza, que muestra el término hasta donde ha de sujetarlo-; usa la espuela cuando huye, para volverlo al lugar de donde quiere huir y esta espuela se llama fortaleza o magnanimidad, la cual virtud muestra el lugar donde se ha de detener y luchar.
Y así, refrenado, muestra Virgilio, nuestro mayor poeta, que estaba Eneas en la parte de la Eneida en que esta edad se representa, parte que comprende el cuarto, quinto y sexto libro de la Eneida. ¡Y cuanto refrenar fue aquél cuando, habiendo recibido tanta complacencia de Dido, como se dirá en el séptimo
Tratado, y gozado con ella tantos deleites, partió para seguir honesto, laudable y fructuoso camino, como está escrito en el cuarto de la Eneida! ¡Cuánto espolear fue aquél, cuando el propio Eneas luchó solo con la Sibila para entrar en el infierno en busca del alma de Anquises, su padre, contra tantos peligros, como se muestra en el libro sexto de dicha historia! Por donde se ve cómo en nuestra juventud hemos de ser, para nuestra perfección, templados y fuertes. Y esto es lo que hace y demuestra la buena naturaleza, como dice el texto expresamente.
Además necesita esta edad para su perfección ser amorosa, porque le es menester mirar hacia atrás y adelante, como cosa que está en el círculo meridional. Es menester que ame a sus mayores, de los cuales ha recibido ser, alimento y doctrina, de modo que no parezca ingrata. Es menester que ame a sus menores, a fin de que, amándolos, les dé de sus beneficios, por los cuales luego, en la menor prosperidad, sea por ellos sostenido y honrado. Y este amor es el que el poeta nombrado en el quinto libro susodicho, muestra que tuvo Eneas, cuando dejó a los viejos troyanos en Sicilia, recomendados a Aceste, y los apartó de los trabajos; y cuando enseñó en aquel lugar a Ascanio, su ahijado, esgrimiento con los otros adolescentes. Por donde se ve que a esta edad es necesario amor, como el texto dice.
Es, además, necesario a esta edad ser cortés, porque, aunque en todas las edades esté bien el ser de corteses maneras, en ésta es mayormente necesario, porque, al contrario, no las puede tener la senectud, por la serenidad y gravedad que en ella se requieren; y menos aún la senilidad. Y el altísimo poeta, en el sexto libro susodicho, muestra que Eneas tal cortesía usaba, cuando dice que para honrar al cadáver de Miseno, que había sido trompetero de Héctor y luego habíase encomendado a él, se desciñó y tomó el hacha para ayudar a cortar la leña para el fuego en que debía arder el cadáver, como era su costumbre. Por lo cual se ve que ésta es necesaria a la juventud; y por eso el alma noble la muestra en ella, se ha dicho.
Además es necesario a esta edad el ser leal. Lealtad es acatar y poner en obra lo que las leyes dicen; y esto le es menester principalmente al joven. Porque el adolescente, como se ha dicho, por minoría de edad, merece algún perdón; el viejo, por su mayor experiencia, debe ser justo y no acatar ninguna ley sino en cuanto su recto juicio esté de acuerdo con la ley, pues que casi sin ley alguna debe seguir su razón; lo cual no puede hacer el joven. Y baste con que éste cumpla la ley, y en cumplirla se complazca, como dice el susodicho poeta en el susodicho quinto libro que hizo Eneas, cuando hizo los juegos en Sicilia, en el aniversario de su padre, que lo que prometió por las victorias lealmente se lo dio a cada uno de los victoriosos, como era entre ellos antigua costumbre, que era su ley.
Por lo cual manifiesto es que a esta edad son necesarias lealtad, cortesía, amor, fortaleza y templanza, como dice el texto que ahora se ha expuesto; y así, el alma noble todas ellas muestra.
XXVII
Asaz visto y argumentado suficientemente acerca de la partícula del texto en que se encuentran las probidades que el alma noble presta a la juventud, hemos de proceder a la tercera parte, que comienza: Es en su senectud. En la cual se propone mostrar el texto aquellas cosas que la naturaleza noble muestra y debe tener en la tercera edad, es decir, en la senectud. Y dice que el alma noble es en la senectud prudente, justa y generosa, y que se alegra con oír hablar bien en provecho de otro, lo cual es ser afable. Y a la verdad, estas cuatro virtudes son a esta edad convenientísimas.
Y para verlo, se ha de saber que, como dice Tulio en el de Senectud, «curso cierto tiene nuestra vida y un camino simple, el de nuestro buen natural»; y a cada parte de nuestra vida le ha sido dada estación para ciertas cosas. De aquí que, como a la adolescencia se ha atribuido, como se ha dicho más arriba, aquello que pueda madurar y perfeccionarse, así a la juventud le han sido atribuidas la perfección y la madurez, para que la dulzura de su fruto le sea aprovechable a ella y a los demás; porque, como dice Aristóteles, el hombre es animal civil, porque le es menester, no sólo ser útil para sí, pero a los demás. Por lo cual se lee que Catón, no sólo para sí creía haber nacido, mas para la patria y el mundo todo.
Así pues, después de la propia perfección, la cual se adquiere en la juventud, es menester alcanzar aquella que, no sólo alumbra a uno mismo, sino a los demás; y es menester que el hombre se abra, como una rosa que ya no puede estar más tiempo cerrada y difunde el olor que dentro ha engendrado; y esto es menester en la edad de que hablamos. Conviene, pues, ser prudente,,es decir, sabio; y para ser tal requiérese buena memoria de las cosas vistas, y buen conocimiento de las presentes, y buena previsión de las futuras.
Y como dice el filósofo en el sexto de la Ética, «imposible es que sea sabio el que no es bueno». Y así no se le ha de decir sabio a quien con argucias y engaños procede, sino que se le ha de llamar astuto; porque así como nadie llamaría sabio a quien supiese jugar con la punta de un cuchillo en el borde del ojo, así no se ha de decir sabio a quien sabe hacer una cosa mala, al hacer la cual siempre antes que a los demás a sí propio ofende.
Si bien se mira, de la prudencia proceden los buenos consejos, que conducen a cada cual a buen fin en las cosas y obras humanas. Y éste es el don que Salomón, viéndose elevado al gobierno del pueblo, pidió a Dios, como está escrito en el libro de los Reyes. Ni espera el prudente a que se le pida: aconséjame; sino que proveyendo por sí, sin ser requerido, le aconseja; del mismo modo que la rosa, que, no sólo al que va en busca de su olor se lo ofrece, sino también a todo el que lo sigue. Podría decir aquí algún médico y legista: ¿Con que he de llevar mi consejo y darle sin que nadie me lo pida y no obtendré fruto? Respondo, como dice Nuestro Señor: «De grado recibo si de grado me lo dan». Digo, pues, sin ser legista, que aquellos consejos que no tienen que ver con tu arte y que proceden sólo del buen sentido que te dé Dios que es la Providencia de que se habla no debes vendérselo a los hijos de aquel que te los ha dado; aquellos que respectan al arte que has comprado, puedes venderlos; pero no tanto que no sea menester diezmarlos alguna vez y dar de ellos a Dios, es decir, a los míseros, que sólo poseen el grado divino.
Es menester, además, a esta edad ser justo, para que sus juicios y autoridad sean luz y ley para los demás. Y como esta singular virtud, es decir, la justicia, viéronla mostrarse perfecta en esta edad, encomendaron el regimiento de las ciudades a los que estaban en esta edad; y por eso el Colegio de los regidores, Senado se llamó. ¡Oh, mísera, mísera patria mía! ¡Cuánta compasión me aflige por ti, siempre que leo o escucho cosa que haga referencia a regimientos ciudadanos! Mas como de la justicia se tratará en el penúltimo Tratado de este volumen, basta el presente con lo poco que