100 Clásicos de la Literatura. Люси Мод Монтгомери
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Dios. El Cual no ha menester de los miembros corporales. Y dice a Marzia: «Dame las arras de los antiguos lechos, dame siquiera el nombre de matrimonio; lo cual es como decir que nuestra noble alma dícele a Dios: «Dame descanso, Señor mío; dame al menos que yo en esta vida que me resta pueda llamarme tuya». Y dice Marzia: «Dos razones me mueven a decir esto: es la una, que después de mí se diga que he muerto siendo mujer de Catón; la otra es que después de mí se diga que tú no me despediste, sino que de buen animo te casaste conmigo».
Por estas dos razones se muere el alma noble, y quiere partir de esta vida siendo esposa de Dios, y quiere mostrar que su creación fue gracia de Dios.
¡Oh, desventurados y mal nacidos, que preferís partiros de esta vida mejor bajo el título de Hortensios que de Catones! En el nombre del cual es digno terminar lo que es menester argumentar acerca de los signos de nobleza, porque en él la nobleza los muestra todos, para todas las edades.
XXIX
Pues que se ha mostrado el texto y los signos que para cada edad aparecen en el hombre noble, y por los cuales se le puede conocer, y sin los cuales no puede existir, como tampoco el sol sin luz ni el fuego sin calor, grítale a la gente a lo último de lo que de nobleza se ha contado, y dice: «¡Oh, vosotros los que oído me habéis, ved cuántos son los engañados!, es decir, los que, por ser de famosas o antiguas generaciones, o por ser descendientes de padres excelentes, creen ser nobles no habiendo en ellos nobleza. Y aquí surgen dos cuestiones, las cuales es bien resolver al fin de este Tratado. Podría decir meser Manfredi de Vico, que ahora se llama Pretor y Prefecto: «Sea yo como quiera, recuerdo y represento a mis antepasados, que por su nobleza merecieron el oficio de la Prefectura, y merecieron poner mano en la coronación del Imperio, siendo dignos de recibir la rosa del romano pastor; por lo cual debo recibir de la gente honor y reverencia». Y ésta es una de las cuestiones.
La otra es, lo que podría decir cualquiera de los San Nazzaro de Pavía o de los Piscicelli de Nápoles: si la nobleza es lo que se ha dicho, es decir, semilla divina, graciosamente puesta en el alma humana, y las progenies o estirpes no tienen alma, como es manifiesto, ninguna progenie o estirpe se podría llamar noble; y esto es contra la opinión de aquellos que dicen ser nuestras progenies nobilísimas en sus ciudades.
A la primera cuestión responde Juvenal en la octava sátira, cuando comienza exclamando: «¿De qué sirven estos honores que de los antiguos quedan, si aquel que de ellos quiere vestirse vive mal, y el que de los antiguos habla, mostrando las grandes y admirables obras, en míseras y viles obras se emplea? Si bien -dice el poeta satírico- ¿quién dirá que es noble por su generación al que de tal generación no es digno? Esto no es otra cosa que al enano llamar gigante». Luego después dícele al tal: «Entre tú y la estatua hecha en memoria de tu antepasado no hay más diferencia sino que su cabeza es de mármol y la tuya vive». Y en esto -con reverencia lo digo- no estoy de acuerdo con el poeta, porque la estatua, de mármol, de madera o de metal, erigida en memoria de algún hombre de mérito, se diferencia mucho en efecto del descendiente malvado. Porque la estatua afirma siempre la buena opinión en aquellos que han oído la fama de aquel de quien es la estatua, y la engendra en los demás; el hijo o nieto hace todo lo contrario; porque debilita la opinión de los que han oído hablar bien de sus antepasados; porque dice alguno de sus pensamientos: «No puede ser verdad cuanto se dice de los antepasados de éste, pues que de su simiente se ve planta semejante». Por lo cual nunca honor, sino deshonra, debe recibir el que a los buenos presta mal testimonio. De aquí que, a mi juicio, del mismo modo que quien infama a un hombre de valía merece que las gentes le huyan y no le escuchen, así el hombre vil, descendiente de buenos antepasados, merece ser por todos despreciado, y el hombre bueno debe cerrar los ojos para no ver el vituperio, vituperante de la bondad, que sólo en la memoria ha quedado. Y baste esto ahora en cuanto a la primera cuestión promovida.
A la segunda pregunta se puede responder que una progenie por sí sola no tiene alma, y bien es verdad que noble se le dice y lo es en cierto modo. Pues se ha de saber que el todo se compone de sus partes, y hay todo que constituye una simple esencia con sus partes; del mismo modo que en un hombre hay una esencia del todo y de cada parte suya; y lo que se dice de la parte, puede del mismo modo decirse del todo.
Hay otro todo que no tiene esencia común con las partes, como un montón de grano; pero la suya es una esencia secundaria que resulta de muchos granos que tiene en sí verdadera y primera esencia. Y en este todo se dicen las cualidades de las partes tan secundarias como su ser; por lo cual se dice un montón blanco, porque los granos de que el montón se compone son blancos.
A la verdad, esta blancura está primero en los granos, y secundariamente puede llamársele blanco. Y por tal modo se puede decir noble una estirpe o progenie. Pues se ha de saber que, del mismo modo que para la composición de un montón blanco es menester que predominen los granos blancos, del mismo modo para hacer una progenie noble es menester que en ella los hombres nobles predominen; de modo que tal bondad obscurezca y cele lo contrario que está dentro. Y del mismo modo que de un montón blanco de grano se podría quitar grano a grano el trigo, y grano a grano restituir meliga roja, y todo el montón por último cambiaría de color, así podríanse morir uno a uno los buenos de la progenie noble y nacer en ella los malvados, tanto que cambiaría el nombre y se habría de llamar no noble sino vil. Y baste esto para responder a la segunda cuestión.
XXX
Como más arriba se demuestra en el tercer capítulo de este Tratado, esta canción tiene tres partes principalmente. Por lo que, argumentadas dos, la primera de las cuales comienza en el capítulo susodicho y la segunda en el decimosexto -de modo que la primera en trece y la segunda en catorce se ha expuesto, sin el proemio del Tratado de la canción, que comprende dos capítulos-, en este trigésimo y último capítulo hemos de argumentar brevemente la tercera parte principal, la cual, a modo de tornada de esta canción, se hizo para su ornamento, y comienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerra.
Y aquí se ha de saber principalmente que todo buen fabricante, al terminar su trabajo, debe ennoblecerlo y hermosearlo en cuanto le sea posible, a fin de que se separe de él más célebre y precioso. Y tal me propongo hacer en esta parte, no como buen fabricante, sino como imitador suyo. Digo, pues: Irás, oh mi canción, contra el que yerra, etc. Este contra el que yerra es toda una parte y es el nombre de esta canción, tomado del buen Fray Tomás de Aquino, que a un libro suyo, que hizo para confusión de todos los que se apartan de nuestra fe, púsole por nombre Contra gentiles.
Digo, pues, que irás como si dijera: «Tú ya eres perfecta, y tiempo es ya de que no te estés quieta, de que andes, porque grande es tu empresa». Y cuando llegues al lugar donde esté Nuestra Señora, dile tu menester. Pues se ha de notar que, como dice Nuestro Señor, no se deben echar las margaritas a los puercos; porque a ellos no les aprovecha y a las margaritas les daña; y como dice el poeta Esopo en la primera fábula, más le aprovecha al gallo un granito de trigo que una margarita; y por eso deja ésta y coge aquél. Y considerando esto, con cautela digo y ordeno a la canción que descubra su menester allí donde se encuentre esta dama, es decir, la Filosofía. Encontrará a esta dama nobilísima cuando encuentre la cámara, es decir, el alma en que se alberga. Y la filosofía no sólo se alberga en los sabios, sino también, como se ha demostrado más arriba en otro Tratado, está por doquier vive el amor de ella. Y a estos tales les digo que manifiesten