Los años que dejamos atrás. Manuel Délano
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–El fracaso de Alfonsín nos golpeó mucho –recuerda Foxley–. Desde el punto de vista político sentíamos mucha afinidad con lo que estaba intentando hacer Alfonsín. La consolidación de la democracia en Argentina nos parecía un gran ejemplo para América Latina y, por lo tanto, fue extremadamente decepcionante cuando se demostró que los ajustes de la economía no estaban dando resultados y estaban sufriendo en un desajuste muy fuerte.
Los dirigentes concertacionistas entendían que debían generar en democracia un clima que imposibilitara asonadas golpistas y el descrédito económico. Ambos factores, combinados, eran explosivos.
El fantasma de Alfonsín estaba muy presente.
“Alfonsín era bastante parecido a Aylwin ”, plantea Ominami.
Agrega:
– Aylwin no entendía de economía, pero tenía una gracia. Confiaba en nosotros. Nos preguntaba mucho. No podíamos fallar y teníamos que hacer que la economía fuera funcional. Debíamos tener una economía en crecimiento, pagar la deuda social, y todo esto con respeto a los equilibrios macroeconómicos. Si no, nos íbamos a la cresta.
Para quienes como Ominami provenían de la izquierda, existía otro fantasma presente: el de no repetir la crisis económica de la Unidad Popular.
Foxley tenía patente la experiencia de otras transiciones a la democracia, un tema que habían estudiado en Cieplan con cientistas políticos y economistas de países de América Latina, Europa y Estados Unidos. Examinaban gobiernos autoritarios –en los años ochenta hubo muchos– y cómo eran las transiciones a la democracia.
En uno de esos encuentros internacionales correspondió examinar el caso de Chile. Era el país que aparecía con menos probabilidades de transitar a la democracia. Los factores eran varios: el control férreo de Pinochet sobre las Fuerzas Armadas, el extenso periodo de consolidación que tuvo, la fragmentación de los opositores, la represión.
“Salí de ese encuentro medio deprimido”, cuenta Foxley.
El economista Albert Hirschman, nacido en Alemania pero radicado en Estados Unidos después del triunfo de Hitler, uno de los que estudiaba estas transiciones, se refería al “posibilismo” y decía: “Nunca los dados están echados”. Esto significaba que el tránsito del autoritarismo a la democracia dependía “de la capacidad de la gente de transformar sus propias condiciones y las de otros en forma gradual. Así las cosas pueden cambiar”, recuerda Foxley.
Cercano a Aylwin desde que estudió en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, Enrique Krauss, militante democratacristiano, resolvió desde temprano en la campaña vincular su destino político al de “don Patricio”.
Siendo estudiante de Leyes, Krauss eligió cursar con Aylwin la asignatura de Derecho Procesal Administrativo. Esa decisión cambió su vida. Aunque no fue el primero del curso y era 15 años menor que su profesor, se hizo amigo del democratacristiano riguroso, que dictaba por primera vez ese ramo, y lo había preparado en el verano. Quizás los unieron tanto sus diferencias como sus semejanzas.
Krauss, un hombre jovial y con la simpatía a flor de piel, capaz de reírse de sí mismo –y de los demás– sin trepidar, fue cultivando su relación con Aylwin . Se conocieron más en los años sesenta, cuando Krauss fue funcionario de la Cámara de Diputados, mientras paralelamente Aylwin era senador.
Todavía con el impulso de los primeros años de la marea azul de su gobierno, el presidente Eduardo Frei Montalva llamó a Krauss en 1966 para el cargo de subsecretario del Interior. Dos años después lo designó ministro de Economía, hasta que Krauss partió a la secretaría de la campaña presidencial de Radomiro Tomic, quien quería proseguir la “revolución en libertad”, como la llamaban entonces, que había iniciado el mandatario falangista en 1964.
La oratoria portentosa y florida de Tomic, capaz de hablar horas seguidas de una variedad de temas en forma coherente, y de seducir auditorios como pocos en la historia chilena, no fue suficiente en la reñida elección del 4 de septiembre de 1970. Con un programa que tenía parecidos con el de la Unidad Popular, Tomic terminó tercero, detrás de Allende y Alessandri.
Krauss se integró en 1973 a la Cámara Baja como diputado por la provincia de Cautín, en la actual región de la Araucanía. No perdió el vínculo con esa zona del país en la dictadura. Su aspiración en 1989 era ser candidato por Cautín.
Ese año, mientras caminaban por la terraza cercana a la playa Torpederas, en los faldeos del cerro Playa Ancha, en la zona sur de Valparaíso, Aylwin sondeó a Krauss. “¿Qué quieres hacer?”, le preguntó.
La pregunta era de largo aliento y no baladí.
Krauss le contó a Aylwin que mantenía sus contactos en Cautín. Este último reflexionó y le dijo que prefería que siguiera en la campaña con él. Krauss accedió. Sentía que Aylwin era su amigo y camarada de partido.
Fue el jefe inicial de la campaña presidencial cuando Aylwin era el candidato democratacristiano. Al pasar a ser el abanderado de toda la coalición opositora, nombró en reemplazo de Krauss al radical Enrique Silva Cimma.
Pero Krauss era mucho más cercano a Aylwin que Silva Cimma. Aparecía como el poder tras el candidato presidencial. Su papel era articular la relación territorial y con la DC10.
“No fui el generalísimo. Esa palabra no nos gustaba”, recuerda Krauss.
Todavía no terminaba la campaña y la mayoría de las encuestas daba como ganador al candidato de la Concertación en primera vuelta, con mayoría absoluta, cuando Aylwin nuevamente conversó con Krauss.
Otra vez el tema fue el futuro. “¿Qué quieres hacer?”, le preguntó Aylwin.
Krauss recordó el papel destacado de Gabriel Valdés como canciller de Frei Montalva, que era reconocido en toda la oposición. Además, le atraía el trabajo en el exterior. Le respondió que quería ser ministro de Relaciones Exteriores.
Aylwin se sorprendió. “Me puedes pedir todo, menos ese cargo, que ya está reservado. Es el único que no puedes escoger”.
Krauss permaneció en silencio y Aylwin le dijo:
–Quiero que seas mi ministro del Interior.
Krauss no dudó. Es el cargo más importante del Poder Ejecutivo después del presidente. Asume como vicepresidente ante la ausencia del jefe del Estado. La mayor responsabilidad de su vida, en el primer gobierno democrático después de la dictadura.
Era quedar en la historia.
Los nominados se sentían imbuidos de la épica envuelta en las tareas que Aylwin les asignaba.
Dos personas fueron clave en las designaciones ministeriales: Edgardo Boeninger y Enrique Correa. De profesiones diferentes, el primero ingeniero y economista, el segundo con estudios en filosofía y antes para ser seminarista, compartían un ávido interés por la política y el análisis. Ante los problemas, estructuraban escenarios y desenlaces posibles, lo que los hacía parecer calculadores. Ambos provenían del tronco común democratacristiano, pero estaban en trincheras distintas.
Boeninger tenía trayectoria académica –fue decano de Economía y después rector de la Universidad de Chile, cargo que ocupó hasta poco después del golpe militar de 1973– y había sido director de Presupuestos