Los años que dejamos atrás. Manuel Délano

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Los años que dejamos atrás - Manuel Délano

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excelencia, en su gran mayoría democratacristianos.

      Los “cieplanes”, como los llamaban, eran conocidos por estar entre los economistas más críticos de las transformaciones neoliberales emprendidas por la dictadura. Se basaban en fundamentos técnicos y no solo en la pasión. Creían en el mercado, pero con regulaciones, estaban en desacuerdo con el desmantelamiento del Estado y reprochaban la falta de diálogo social. Dos de ellos, René Cortázar y Jorge Marshall, descubrieron una manipulación o error del Índice de Precios al Consumidor (IPC) del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), que subestimó la inflación en los primeros años después del golpe, lo que perjudicaba a los consumidores y trabajadores6.

      Foxley era considerado bastante más cercano al principal contendor de Aylwin en las elecciones primarias de la DC, Gabriel Valdés, excanciller del presidente Eduardo Frei Montalva, del llamado sector “chascón”, situado más en la izquierda de este partido.

      “Para mi sorpresa, me pidió que lo acompañara”, cuenta Foxley.

      Valdés y Foxley tenían un muy buen amigo en común, Edgardo Boeninger, exrector de la Universidad de Chile. “Con él jugábamos de memoria”, rememora Foxley. En temas políticos, Boeninger era el consejero al que más escuchaba Aylwin, y él consideraba esencial que Foxley y Ominami acompañaran al candidato presidencial en la gira.

      Foxley aceptó la invitación de Aylwin. Junto con Ominami recorrieron Europa acompañando al candidato. Los recibían los mandatarios y primeros ministros con ceremonias y honores como si ya gobernara la Concertación. En Francia, lo hizo el presidente François Mitterrand, quien en 1970 vibró con el triunfo de Salvador Allende, porque mostraba un camino democrático amplio para la izquierda, incluidos los comunistas, que también lo llevó a él al gobierno de su país entre 1981 y 1995. Siendo secretario general del PS francés, a los 55 años, Mitterrand visitó a Allende en La Moneda en 1971. En una reunión le preguntó a Allende si se podía lograr el socialismo cambiando las estructuras económicas y preservando la democracia7.

      Mitterrand sabía que Aylwin había sido un tenaz opositor de Allende. Cuando visitó al presidente Mitterrand, Aylwin le explicó gráficamente que quienes en el pasado habían sido adversarios entre sí, socialistas y democratacristianos, eran ahora “una coalición: ganamos el plebiscito, somos una coalición entre centro e izquierda. Aquí está la izquierda”, dijo y mostró a Ominami, “y aquí está la Democracia Cristiana”, e indicó a Foxley y a él mismo.

      En cada país, Aylwin explicaba qué quería hacer, y Foxley y Ominami planteaban las cifras de las necesidades económicas y la cooperación que la naciente democracia requeriría.

      Ominami y Foxley estaban entre los cuadros técnicos y políticos más conocidos de la Concertación. El primero, socialista renovado, tienda a la que se incorporó en el exilio, al emigrar desde el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), en el que militó siendo adolescente; y el segundo, democratacristiano desde joven, sin experiencia en el gobierno, pero sí con una amplia trayectoria de trabajo académico con la izquierda socialdemócrata.

      –Todo fue muy formal –recuerda Foxley– hasta que llegó el momento de partir de regreso desde Madrid. Yo me iba a quedar unos días en España y me iba a juntar con mi señora para descansar un poco y fuimos a dejar a Aylwin al aeropuerto Barajas. Cuando yo me despedí de él, me dijo: “Bueno, hasta luego ministro”.

      “Era una forma muy parca, muy aylwinista, de decir las cosas. Esa fue la primera señal. Después las cosas se dieron”, cuenta Foxley.

      Ominami recuerda que su designación fue por “la vía de los hechos” en este periodo. Sin que hubiese un nombramiento formal, todos entendían que él iba a ser ministro. Pero “igual Aylwin hizo el rito”, recuerda. Antes de anunciar el gabinete ministerial, el presidente electo lo llamó por teléfono para que se reunieran.

      –¿Usted sabe a qué viene? –le preguntó Aylwin.

      –Más o menos –respondió Ominami.

      “Era obvio, estaba cantado”, agrega.

      La gira constituyó también una temprana señal para los empresarios y agentes económicos: las cabezas del equipo económico de la Concertación serían Foxley y Ominami, y las relaciones con Europa mejorarían con el retorno de la democracia.

      –Lo esencial de la gira –recuerda Ominami–, era mostrarle a Chile que nosotros éramos capaces de gobernar este país y que el mundo iba a estar con nosotros. Eso se hizo ampliamente. A Aylwin lo recibieron, literalmente, como el futuro presidente de Chile. Fuimos a Alemania, Italia y Francia, y en los tres países fue recibido como Presidente de la República. Eso tuvo mucha repercusión internamente, porque era la democracia: Chile estaba volviendo nuevamente al escenario internacional.

      Con una enorme deuda social pendiente, que se expresaba en un índice de pobreza sobre el 40%, una economía sobrecalentada como efecto del aumento del gasto estatal por el plebiscito y la campaña presidencial, y una inflación anual que en 1989 se estiró al 21,4%, muy por sobre el 12,7% de 19888, la preocupación prioritaria de Foxley y Ominami era que la marcha de la economía en democracia fuese funcional al proceso de transición y no lo torpedeara bajo la línea de flotación.

      Ambos tenían muy presente el fracaso del gobierno del presidente Raúl Alfonsín, en Argentina, quien llegó a la Casa Rosada en diciembre de 1983, después de siete años de dictaduras militares en el país vecino, precedido de enormes expectativas. Las Fuerzas Armadas debieron devolver el poder a los civiles tras la derrota en la guerra de las Malvinas, enfrascadas en recriminaciones mutuas entre sí y con el baldón de los atropellos a los derechos humanos. El primer gobierno civil en Argentina había enfrentado problemas como los que podía tener la democracia chilena a partir de 1990.

      Aunque Alfonsín, un abogado radical, tenía respaldo, no supo lidiar con la economía de su país durante la llamada “década perdida” de los años ochenta, asfixiado por la deuda externa y la deuda social heredadas, y por una rebelde y desbordada inflación.

      Tampoco Alfonsín terminó los juicios que inició su gobierno contra los altos mandos de las Fuerzas Armadas por los crímenes cometidos por la represión en dictadura. En medio de los chantajes, amenazas y hasta tres levamientos fallidos de los militares en su contra –conocidos como los carapintadas por la pintura de camuflaje que usaron en sus rostros–, y presiones políticas, dictó a fines de 1986 la Ley de Punto Final, que acotaba los juicios por violaciones a los derechos humanos a los jefes militares y a mediados de 1987 otra de Obediencia Debida, que estableció el perdón para mandos medios y subalternos. Ambas fueron rechazadas por las organizaciones defensoras de los derechos humanos y familiares de las víctimas. El gobierno que sucedió a Alfonsín enfrentó un cuarto alzamiento9.

      En medio de la crisis política y económica, Alfonsín puso término anticipado a su mandato de seis años, que iba a culminar en diciembre de 1989. Seis meses antes, en julio, entregó la presidencia al peronista y opositor Carlos Menem, quien se impuso al candidato de la Unión Cívica Radical en mayo.

      El fracaso económico y las asonadas de los carapintadas que ocurrían en el país vecino fueron analizados con cuidado por los líderes de la oposición chilena, que estaban en plena campaña presidencial. También las observaban los empresarios y La Moneda.

      Las lecciones que dejó el naufragio del gobierno de Alfonsín marcaron a los dirigentes de la Concertación. No querían repetir sus errores. El manejo de la economía debía ser responsable, planteaban, y en materia de derechos humanos, la fórmula iba a ser “aylwinista”, con avances, pero en la medida de lo posible.

      En la perspectiva de

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