Haneke por Haneke. Michel Cieutat

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Haneke por Haneke - Michel Cieutat

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es un gran compositor que llega tan lejos en su arte que lo convierte en la negación de la cultura tradicional, que ha perdido la credibilidad por los acontecimientos a los que estaba ligada. Y así, en su ultimísima creación, la música se reduce a un grito, a un aullido. Una de las claves del libro es el paralelismo que Mann establece entre la descomposición de Alemania y la del protagonista, que por desesperación llega a hacer un pacto con el diablo. A la vez, el destino de Leverkühn remite al de Nietzsche, cuyos escritos, gracias a unos tremendos malentendidos, acabaron por preparar el advenimiento del fascismo. Por lo tanto, puede leerse Doctor Fausto como una biografía indirecta de Nietzsche trasladada al mundo musical. Pero el discurso de Thomas Mann es tan complejo, mezcla tantas referencias y conceptos, que es imposible resumirlo en unas pocas frases.

       ¿Hasta dónde llegó en la universidad?

      Hasta cuarto curso, aunque el último año ya había empezado a trabajar. Debía cumplir con mis obligaciones, me había casado y esperábamos un hijo. Empecé como obrero en una fábrica, luego arreglé calefacciones y más tarde fui cajero en Correos. A la vez también trabajaba para la radio y la prensa.

       ¿Cómo pudo acceder a la radio y a la prensa si carecía de experiencia en ese sector?

      Me había puesto en contacto con varios periódicos para ofrecerles algunos relatos que había escrito. En cuanto a la radio, tenía una carta de recomendación de alguien que conocí en Wiener Neustadt y que era profesor en una universidad estadounidense. Mientras estaba en el instituto le enseñé lo que escribía, y me apoyó y alentó. Gracias a él, me puse en contacto con el encargado del servicio cultural de la radio austríaca, que me encargó críticas de libros, y para los domingos, adaptaciones radiofónicas de novelas literarias divididas en capítulos de media hora de duración. Al mismo tiempo, también publicaba críticas cinematográficas en la prensa escrita. Así empecé a ganarme la vida. Eran unos ingresos muy modestos, pero el trabajo me gustaba mucho. Luego, a través de mi padre, que ya no era actor, sino director de casting de los telefilms de la cadena de televisión ZDF, pude hacer unas prácticas de tres meses en la cadena Südwestfunk de Baden-Baden. Fue en 1967 y pasé de un mundo absolutamente apolítico a otro en ebullición. Me interesó mucho descubrír puntos de vista totalmente nuevos. Tuve la suerte de sustituir, durante las prácticas, a alguien que se había jubilado. Era Dramaturg, un puesto que no existe en la televisión francesa, me parece. Consiste en leer los guiones que llegan a la cadena, seleccionar los mejores y seguir la producción de estos telefilms hasta su finalización. Hacía un año que buscaban a alguien para reemplazarle, pero ninguna persona de las que se habían presentado valía y se quedaron conmigo. Así fue como me convertí en el Dramaturg de televisión más joven de Alemania. A partir de ese momento llevé una vida normal con un verdadero salario y horarios de oficina.

       ¿Cómo vivió el inquieto periodo de los años 1967-1968?

       ¿Se implicó personalmente en los diversos movimientos contestatarios?

      No del todo. Estaba de acuerdo con algunas ideas, pero nunca he sido de los que bajan a luchar en la calle. Soy demasiado cobarde. Es más, contaré algo que me pasó mucho más tarde en Francia, en Avignon. Me había separado de mi primera mujer y vivía con una actriz. Nos encontramos en medio de una manifestación de campesinos que tiraban manzanas a la calle cuando, de golpe, aparecieron los antidisturbios con escudos transparentes para cargar contra la gente. Eché a correr a toda velocidad, y al cabo de un momento me pregunté dónde estaba mi chica. Luego ella me puso verde, con razón. Me sentí muy avergonzado.

       Pero en la radio, ¿no incitó a los oyentes a pasar a la acción?

      No. A pesar de compartir muchas de estas ideas, tampoco me interesaba tanto por la política. Lo mismo ocurre con mis obras como cineasta, hablo de la sociedad, pero no lo hago desde un punto de vista ideológico.

       Sin embargo, que sepamos, durante el Festival de Berlín del año 2000 firmó una petición contra Jörg Haider, líder de la extrema derecha austríaca.

      No lo recuerdo en absoluto. Pero estoy seguro de que Haider era una vergüenza para el país. Generalmente hablando, no suelo firmar peticiones. Muchos colegas míos lo firman todo, donde sea, lo que conlleva una auténtica inflación y no me gusta. Pero Haider me sacó de quicio y debí dejarlo claro de una forma u otra en algunas entrevistas. Todavía hoy, el escenario político en Austria es una auténtica catástrofe y prefiero no hablar de ello.

       Volvamos a los últimos años de la década de los sesenta. ¿El movimiento contestatario le ayudó a abrir la mente?

      Al igual que conocer a Ulrike Meinhof, una mujer realmente asombrosa a la que la cadena de radio le propuso escribir un guion. Todos los jefes de departamento vinieron a saludarla cuando llegó. Era brillantísima, expresaba cómodamente sus opiniones sin dejar de ser encantadora, con mucho humor y riéndose de sí misma. La veíamos a menudo durante el periodo en que preparaba un guion en torno a unas chicas en un reformatorio. Se implicó mucho para apoyarlas. Intentó ayudarlas e incluso acogió a varias en su casa, pero se radicalizaba cada vez más. Con cada nueva visita a nuestra oficina, se mostraba algo más amargada, convencida de que nunca se conseguiría una buena reforma porque el sistema no lo permitiría. Y llegó el momento en que participó en la primera acción violenta con el grupo Fracción del Ejército Rojo. No pensábamos que daría el paso, tenía hijos, era una mujer muy culta y una auténtica estrella del periodismo. Pero debíamos haberlo previsto: su rigor moral y su intransigencia solo podían empujarla hacia métodos radicales.

       ¿Cómo explica esta contradicción en el comportamiento de Ulrike Meinhof, que partiendo de ideas humanistas se convirtió en una terrorista de la banda de Baader?

      Es el eterno problema que plantea cualquier ideología. Cuando una idea se transforma en ideología, se crean antagonismos y las relaciones personales se hacen rápidamente inhumanas. Es el tema de La cinta blanca.

       Es una teoría que se ha demostrado regularmente: Jesús tenía buenas ideas...

      ¡Exacto!

      ...pero la Iglesia las convirtió en cristianismo.

      Es exactamente el problema que existe hoy en día con los musulmanes y el islamismo.

       En cierto modo, también ocurrió lo mismo con el nazismo. ¿En qué medida le impactó la herencia de culpabilidad nacional que sintió la generación de la cultura germana nacida durante o poco después de la guerra?

      Aunque fuera inconscientemente, debió marcarme. He pensado mucho en este problema, como es natural, pero nunca me he sentido culpable en cuanto al nazismo. Me siento culpable por otras mil cosas en la vida diaria. Creo que no se puede vivir sin ser culpable, pero es un tema que me toca profundamente y que se encuentra en todas mis películas. Y aunque no me sienta culpable, la mala conciencia germánica en cuanto a la II Guerra Mundial me parece totalmente justificada.

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