El desarrollo y la integración de América Latina. Armando Di Filippo

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El desarrollo y la integración de América Latina - Armando Di Filippo

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Entre los nombres que, por razones de espacio, han sido omitidos, o no lo suficientemente destacados en la reseña, podríamos incluir: de Chile a Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel, Pedro Sainz y Ricardo Ffrench Davis; de Argentina a Aldo Ferrer, Benjamín Hopenhayn, Alfredo Eric Calcagno, Adolfo Gurrieri y Pedro Paz; de Brasil al propio Celso Furtado (“padre fundador” junto con Prebisch de la ELD), Helio Jaguaribe, Carlos Lessa, María Concepción Tavares y Antonio Barros de Castro; de México a Juan Noyola; de Uruguay a Octavio Rodríguez; de Perú a Aníbal Quijano. Esta lista podría extenderse mucho más y seguiría siendo irremediablemente sesgada e injusta. De allí nuestra exhortación a visitar la Sala de Cepal preparada por don José Besa exdirector de la Biblioteca de Cepal.

      CAPÍTULO III

      El contexto histórico de posguerra

      Las condiciones históricas que enmarcaron el pensamiento de la Cepal incluyen factores de naturaleza global o planetaria y factores propios de la dinámica interna de las sociedades latinoamericanas. Entre los factores globales cabe señalar la situación mundial de posguerra que dio origen a un nuevo orden internacional signado por un espíritu de paz y cooperación internacional, fuertemente asumido ante los terribles estragos de la Segunda Guerra Mundial.

      A diferencia de la primera mitad del siglo XX caracterizada por dos cruentas guerras mundiales asociadas a posiciones nacionalistas y colonialistas de varias grandes potencias, el fin de la Segunda Guerra Mundial inauguró un nuevo orden que trató de contener el flagelo de la guerra y sustituirlo por el mecanismo de las negociaciones internacionales. Asimismo, el nuevo espíritu negociador y pacificador incluiría el fin de la lógica colonialista y una rápida expansión en el número de las naciones políticamente independientes.

      Fue en ese marco que los temas de la pobreza de las ex colonias y, en general de las regiones periféricas, se ubicaron en el centro de los foros mundiales y fueron asumidos por las naciones desarrolladas, a través de la fundación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). A la ONU se fueron incorporando, además de América Latina, las ex colonias de Asia, África, y el Caribe no latino, cuya independencia fue teniendo lugar al fin de la Segunda Guerra Mundial.

      América Latina, era una región claramente periférica con pasado colonial, pero su proceso de descolonización había tenido lugar tempranamente a inicios del siglo XIX. Su inserción en el orden internacional de ese siglo se había apoyado en la producción y exportación de alimentos y materias primas, requeridos para el desarrollo de las potencias occidentales (en particular Gran Bretaña), las que, durante el siglo XIX, profundizaban su revolución industrial.

      Además, en el plano de la producción intelectual, América Latina heredaba rasgos principales de la cultura occidental. Era el “extremo occidente”, como la denominó Alain Rouquié (1989), pero occidente al fin. Un rasgo de esa adscripción a la cultura occidental provenía de los influjos premodernos de los más de tres siglos de colonización ibérica cristalizados en los idiomas y la religión predominantes.

      Los valores de la modernidad occidental, recién comenzaron a institucionalizarse en América Latina a comienzos del siglo XIX. Provinieron en primer lugar de la independencia política, con la adopción de cartas constitucionales de corte liberal, emulando la impuesta por la Revolución Americana de 1776. En segundo lugar, el otro rasgo del occidente moderno fue la inserción en el orden capitalista mundial liderado por Inglaterra. Pero, como es obvio, ninguna de estas formas de modernización, tuvieron lugar “a imagen y semejanza” de los procesos acontecidos en Europa y Estados Unidos. En América Latina ambos procesos históricos implicaron la superposición de la ideología liberal (económica y política) sobre los valores, principios e instituciones pre-modernas, pero claramente occidentales, de la herencia colonial.

      Además, la complejidad de las sociedades latinoamericanas se acrecentaba mediante dos datos históricos adicionales. Primero, por el hecho de la existencia de civilizaciones prehispánicas que, a pesar de haber asumido, en general la lengua y religión de sus conquistadores mantenían latentes los rasgos fundamentales de sus propias culturas. Y segundo, por la internación de inmigrantes africanos (y en menor medida asiáticos) en condiciones de esclavitud, quienes también portaron sus rasgos culturales. Ambos grupos étnicos guardaron en su memoria colectiva los sufrimientos de la opresión colonial.

      Por todas las razones señaladas, no es de extrañar que en América Latina surgiera una corriente de pensamiento orientada a tratar de explicar las razones de la pobreza y desigualdad social, partiendo de un examen de las economías latinoamericanas, pero abriéndolo a las restantes dimensiones societales, aprovechando los aportes de las ciencias sociales de occidente, pero, al mismo tiempo, buscando poner de relieve los propios problemas regionales.

      La Cepal estaba en condiciones excepcionales para intentar esta empresa, interpretativa y propositiva a la vez, porque era un organismo internacional de Naciones Unidas, gestado en los valores de tolerancia, paz, cooperación y defensa de los derechos y libertades humanas. La cobertura o ámbito de acción de Cepal incluía la América Española y Portuguesa a las que luego se agregó el Caribe de habla inglesa, principalmente descolonizado a fines de la Segunda Guerra Mundial. De muchas maneras, por las razones apuntadas, su posición era excepcionalmente favorable para asumir un papel de vocera de América Latina y portaestandarte de la identidad regional.

      El ángulo de los economistas

      Las asimetrías o desequilibrios estructurales de las economías periféricas que fueron privilegiados en los exámenes de la Cepal ya incluidos en el Estudio fueron fundamentalmente dos. El primero se vincula con la estructuración económica periférica y sus desequilibrios inherentes. El segundo se vincula con los problemas sociales de la distribución del ingreso y con las relaciones de poder entre las clases que concurren a la apropiación del producto.

      El primer desequilibrio estructural, de mayor interés para los economistas, tenía lugar en el plano del comercio y las finanzas internacionales y derivaba de la inserción periférica de las economías latinoamericanas en el comercio mundial. Aquí se plantean dos versiones de esa posición periférica: la decimonónica y la de la primera mitad del siglo XX.

      El punto medular radica en que la especialización productiva mundial dictada por dichos centros es de naturaleza tal que los frutos del progreso técnico (ganancias de productividad) son controlados por ellos, y afectan la dinámica de desarrollo de las regiones periféricas, que asimilan pasivamente las oleadas de progreso técnico provenientes de los primeros. En las versiones: decimonónica y de la primera mitad del siglo XX, la especialización productiva mundial asignó a las periferias la misión de producir alimentos y materias primas exportados a los centros a cambio de las manufacturas provenientes de estos, requeridas para satisfacer las demandas de consumo y de inversión de las regiones periféricas.

      Dos de las consecuencias principales de esta dinámica sistémica a escala mundial fueron, primero, la tendencia de las periferias a sufrir posiciones deficitarias en el balance de comercio mundial, y, segundo, la tendencia al deterioro de los términos de intercambio de productos primarios periféricos frente a las manufacturas céntricas.

      Por el lado de la demanda internacional de productos primarios latinoamericanos, para explicar estas asimetrías, se tomaban dos puntos básicos de partida. De un lado las, así denominadas “leyes de Engel” (en referencia al economista y estadístico alemán Ernst Engel [1821-1896]), registraban una estructuración del gasto familiar y personal en canastas de consumo que crecía asimétricamente a medida que aumentaba el ingreso por persona. Efectivamente, se verificaba una reducción, en términos relativos al gasto total, en el consumo de alimentos y de otros productos escasamente elaborados, en favor del aumento del componente manufacturero y de servicios. De otro lado se partía de las proposiciones que el propio Prebisch había formulado sobre los procesos técnicos industriales y sus estructuras de costos, respecto

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