Economía española y del País Valenciano. Autores Varios

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la productividad económica en los diversos sectores –particularmente, los abonos químicos en la agricultura de exportación– o el efecto negativo de un sistema de tipo de cambio múltiple en casi todo el período. Por otra parte, en el mercado interior, por el impacto que ocasiona el estancamiento o retroceso de los niveles de vida sobre una actividad industrial incipiente orientada a la manufactura de bienes de consumo y por el sofocante intervencionismo gubernamental (Fabra, 2000: 128). Lógicamente, el aislamiento impide beneficiarse de la recuperación europea posbélica.

      • 1959-1975

      La tercera etapa empieza a nivel mundial con la finalización de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Será de un auge continuado de la Europa occidental sin precedentes, de un mundo bipolarizado políticamente entre EE. UU. y la URSS, de una economía americana indiscutiblemente pionera (que fijará las nuevas reglas de juego mediante el sistema monetario de Bretton Woods y la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial para ayudar a los países más retrasados) y de unos importantísimos acuerdos comerciales –por primera vez, de carácter multilateral– en el seno del GATT (Acuerdo General de Comercio y Aranceles). Asimismo, en esta etapa tiene lugar la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) (1957) –la futura Unión Europea (UE)–, con seis miembros, los tres del Benelux (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), Italia, Francia y Alemania Federal.

      Pero para la economía española y la valenciana el comienzo de la etapa se retrasa hasta 1959, cuando las cosas empiezan a cambiar profundamente gracias al Plan de Estabilización. La razón es que, a pesar del imponente crecimiento económico que la Europa occidental estaba viviendo desde la reconstrucción posbélica, con la ayuda del Plan Marshall (la Segunda Guerra Mundial había sido intensísima en el escenario europeo), España, en su cerrazón autárquica, sólo recibía los impulsos de este crecimiento del entorno europeo de manera muy débil. Aun así, los acuerdos con el Vaticano y EE. UU. en 1953 y ciertos cambios en los ministerios económicos hacen de los cincuenta una década de transición. Los acuerdos mencionados facilitan la entrada de España en la ONU en 1955 y, posteriormente, en las grandes instituciones económicas internacionales: FMI y Banco Mundial y, finalmente, OCDE (el club de los países avanzados).

      Una etapa, pues, en la que la economía española obtendrá muchas ventajas y se enfrentará a algunos retos importantes. Una etapa en la que se dan unos cambios en profundidad que llegan a la vida cotidiana porque se pasa de un mundo de escaseces a una sociedad de consumo. La adquisición masiva de electrodomésticos y la generalización de la motorización, emblematizada por el Seat 600, son los paradigmas de esta nueva etapa.

      En resumidas cuentas, hay una importante mejora de la capacidad adquisitiva en el mercado interior gracias a la entrada de capitales extranjeros, pero también a los importantes ingresos generados por un turismo constituido por olas de trabajadores europeos que acaban de conseguir el derecho a las vacaciones pagadas y que buscan fundamentalmente, sol, playa y precios bajos. Tampoco debemos olvidar los cuantiosos envíos de ahorros de los tres millones largos de trabajadores emigrantes españoles repartidos por Europa.

      Al crecimiento de la demanda interna se sumará, a finales de los sesenta, la expansión de las exportaciones, favorecidas por la devaluación de la peseta de 1967 y el Acuerdo de Preferencias Arancelarias con la CEE, de 1970.

      La economía valenciana se beneficiará significativamente de la nueva situación creada por el Plan de Estabilización y el aumento del nivel de vida. Muchas de sus potencialidades latentes podrán desplegarse en un mercado interior con creciente capacidad adquisitiva y en un mercado exterior cada vez más accesible, y aprovechando en parte el know how acumulado durante décadas mediante las exportaciones agrarias a Europa.

      Uno de los fenómenos más trascendentales fue el intenso proceso industrializador que transformó sustantivamente la estructura económica valenciana. Un proceso más intenso que el vivido por la economía española y que se trasladó a la balanza comercial de manera clara en la segunda mitad de los sesenta con el aumento significativo de las partidas de exportación manufacturera. Un proceso que se realizó a partir de la base industrial previa que se había configurado a finales del XIX –el profesor Ernest Lluch lo llamará el hilo industrial- y sin la que difícilmente habría sido posible.

      Se vivirá, pues, un crecimiento y unos cambios y transformaciones sin precedentes bajo el liderazgo de la industria. Desde entonces, la dimensión de la economía valenciana, medida por la producción de bienes y servicios, se ha multiplicado por más de seis, al mismo tiempo que se ha producido una profunda ampliación y diversificación de la oferta productiva.

      Esta diversificación incluye una terciarización progresiva (los servicios aumentarán significativamente su peso en el valor del PIB valenciano, a precios corrientes) tal y como ha sucedido habitualmente en el resto de economías avanzadas. En el caso valenciano, además, ayudada por la extraordinaria expansión del sector turístico, particularmente a partir de los años setenta.

      • De 1976 a la actualidad

      Finalmente, la última etapa se caracterizará en un primer momento por la larga crisis económica mundial (1974-1985). Después habrá unos años de recuperación, 1985-1991, seguidos de una corta pero durísima crisis, 1992-1993, y una larga etapa de expansión económica que llegará, con altibajos, hasta el 2008. Una crisis de alcance y naturaleza inéditos interrumpirá abruptamente esta etapa expansiva hasta sumir a la mayoría de las economías avanzadas en una recesión.

      La primera de las crisis de los setenta, debida, principalmente, a la crisis del sistema monetario de Bretton-Woods (de 1971-1972, que lleva a la flotación de tipo de cambio) y al encarecimiento del precio del petróleo y de otras materias primas (1972-1973), significó un punto de inflexión en la lógica del crecimiento económico del mundo occidental.

      Europa, por ejemplo, había vivido una expansión basada en la capacidad para beneficiarse de la generalización de una trayectoria tecnológica desarrollada fundamentalmente en EE. UU. La ruptura de estas pautas en Europa no se debió únicamente al encarecimiento de la energía, sino a un conjunto de factores que operaron poco a poco: el posfordismo, el acercamiento a la frontera tecnológica y la necesidad –no cubierta plenamente hasta el momento presente– de mayor flexibilidad en los mercados de trabajo y financieros y en las formas de organización empresarial.

      Además, simultánea y progresivamente, tiene lugar la emergencia de nuevos países industrials en el sudeste asiático y la profundización de la globalización económica, la consolidación de bloques continentales como la Unión Europea y un nuevo salto tecnológico vinculado a las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) –la tercera gran revolución tecnológica–, ya en los años noventa.

      En España, el inicio de esta etapa –es decir, la crisis económica mundial, retrasada aquí un año y agravada por la impericia gubernamental– coincide con la transición democrática. Esta coincidencia impidió la toma de medidas rigurosas anticrisis durante mucho tiempo, a diferencia de lo ocurrido en los países del entorno, por la impericia, efectivamente, de los gobiernos españoles del último franquismo y por la debilidad de los primeros de la transitión.

      Hay

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