El Maestro y Margarita. Mijaíl Bulgákov
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Riujin tembló de nuevo cuando, silenciosamente, se abrieron las puertas blancas y tras ellas se vio el corredor, alumbrado por las lámparas nocturnas. Por el corredor trajeron una camilla con ruedas de goma y en ella colocaron al dormido Iván que se perdió en el corredor. Tras él se cerraron las puertas.
—Doctor —dijo en un susurro el conmovido Riujin— ¿él está enfermo de verdad?
—Sí.
—¿Qué es lo que tiene? —preguntó Riujin con timidez
Con ojos cansados el médico lo observó y contestó con pereza: —Excitación motora y del habla... interpretaciones delirantes... por lo visto, el caso es complicado. Esquizofrenia hay que suponer y, además, alcoholismo.
Riujin, sin entender las palabras del médico con la excepción de que el caso de Iván era, por lo visto, malo, suspiró y preguntó: —¿Y qué es eso del consultante sobre el cual habla?
—Al parecer alguien que impresionó su dañada imaginación. Quizá una alucinación.
Unos minutos más tarde, el camión conducía a Riujin hacia Moscú. Amanecía y la luz aún no apagada de los faroles de carretera era ya innecesaria y desagradable. El chofer, molesto por la noche perdida, iba a toda velocidad y no frenaba en las curvas.
El bosque desaparecía, quedaba atrás en alguna parte y, por un costado, el río corría hacia algún lugar y al encuentro del camión venían muchas cosas, vallas con letreros de advertencia, leña apilada, altos postes, extraños mástiles en los cuales estaban ensartados carretes, montones de cascajo, tierra surcada por canales, en una palabra, se senda que Moscú estaba allí, a la vuelta, y pronto se echaría sobre ellos y los envolvería.
En la cama del camión, Riujin estaba sentado sobre una barra de hierro que lo zarandeaba y traqueteaba y le hacia ir adelante. Las toallas del restaurante iban en el camión, echadas allí por Pantaleón y el miliciano que se había ido antes en un trolebús. Riujin quiso reunirías mientras murmuraba con rabia "Que se vayan al diablo. ¿Qué soy en realidad? Como un idiota estoy dando vueltas". Después, les dio un empujón con el pie y dejó de mirarlas.
Su estado de ánimo era horrible. Resultaba claro que la ida al manicomio había dejado una profunda huella en su espíritu. Riujin intentó comprender qué le desganaba. ¿El corredor con sus lámparas grises? ¿El pensamiento de que la peor desgracia en el mundo era perder la razón? Sí, sí, por supuesto, era eso. Pero aquello era sólo una idea general. Había algo más. ¿Qué era? El agravio. Sí, sí, las palabras ofensivas lanzadas por Desamparado directamente a su rostro. Y lo triste resultaba que en la ofensa se hallaba la verdad. Riujin dejó de mirar a los lados, se fijó en el suelo sucio y comenzó a farfullar, a lamentarse y herirse así mismo.
Sí, la poesía... Él ya tenía treinta y dos años. Pero ¿qué vendría después? Más adelante escribiría unos cuantos versos al año. ¿Hasta la vejez? Sí, hasta la vejez. ¿Qué le traerían a él esos versos? ¿La gloria? Qué descaro. No te mientas a U mismo. La gloria nunca llegará para aquel que escribe malos versos. ¿Por qué eran malos? La verdad, él dijo la verdad, se inculpó Riujin a sí mismo sin compasión: "No creo en nada de lo que escribo".
Envenenado por un soplo de neurastenia, el poeta se inclinó y, debajo de él, el suelo dejó de traquetear. Alzando la cabeza, vio que hacía rato ya estaban en Moscú. Sobre Moscú amanecía y las nubes eran doradas y el camión se hallaba atascado en una larga columna de coches a la vuelta de la avenida y cerca de él estaba parado, sobre un pedestal, un hombre metálico con la cabeza algo inclinada que miraba indiferente hacia la avenida.(26)
Extraños pensamientos llegaron a la cabeza del enfermo poeta.
"Allí estaba un ejemplo de la verdadera fortuna , Riujin se alzó en toda su estatura en la cama del camión y levantó las manos, amenazando al intocable hombre de hierro. "Cualquier paso que dio en la vida, cualquier cosa que le ocurrió, siempre fue en su beneficio, todo giró alrededor de su gloria. ¿Pero qué hizo él? No alcanzó a comprenderlo. ¿Hay algo de especial en estas palabras "Las tormenta se hizo brumosa"?(27) "No comprendo... Tuvo suerte, suerte", de repente los amargos pensamientos de Riujin concluyeron y él sintió que bajo sus pies el camión se movía. "Le disparó, le disparó aquel guardia blanco, le fracturó la cadera y le aseguró la inmortalidad."(28)
El atascamiento de coches cesó. En dos minutos, el completamente enfermo e incluso envejecido poeta entraba en la terraza de Griboiédov que ya estaba casi vacía. En una esquina bebía un grupo de noctámbulos, en el centro de los cuales se agitaba un conocido animador que tenía en la cabeza un gorrito oriental y sostenía en la mano una copa de vino.
Cargando las toallas, Riujin fue recibido con amabilidad por Archibald Archibáldovich que enseguida lo liberó de los malditos trapos. Posiblemente, si no hubiese estado tan agotado por su estancia en la clínica y el viaje en el camión, a Riujin le habría agradado contar lo sucedido en el sanatorio, adornando el relato con detalles inventados. Pero en aquel instante no era capaz de eso. Luego de su atormentadora aventura, Riujin, por muy poco observador que fuera, observó atentamente al pirata, por primera vez, y comprendió que, aunque é?te le preguntara sobre Desamparado e incluso gritara "ay, ay", en realidad, le era completamente indiferente la suerte del poeta y nada lamentaría. "Correcto, hace bien", pensó Riujin cínicamente con rabia autodestructiva e interrumpiendo el relato sobre la esquizofrenia, dijo:
—Archibald Archibáldovich, una copita de vodka, a mí...
Un gesto de comprensión apareció en el rostro del pirata.
—Lo entiendo... Enseguida —dijo e hizo una señal a un camarero. Un cuarto de hora más tarde, Riujin, en completa soledad, estaba sentado y se inclinaba sobre un plato de pescado. Mientras bebía copa tras copa, se decía que arreglar algo en su vida era ya imposible y sólo le quedaba olvidar.
Había desperdiciado su noche mientras otros se divertían y resultaba imposible volverla atrás.
Bastaba levantar la cabeza de la lámpara hacia arriba, hacia el cielo, para comprender que la noche se había perdido irremediablemente. Apresurados, los camareros retiraban los manteles de las mesas. Los gatos que rondaban la terraza tenían aspecto mañanero. Irremediablemente, al poeta se le echaba el día encima.
Capítulo 7
Un mal departamento
Si en la siguiente mañana, a Stiopa(29) Lijodéyev le hubiesen dicho "Stiopa, si no te levantas enseguida te fusilaremos , él hubiese respondido con voz queda, apenas audible: "Fusílenme, hagan conmigo lo que quieran, pero no me levantaré".
No ya levantarse. Le parecía que no podía abrir los ojos pues, si sólo lo intentaba, caería un rayo sobre su cabeza y la partiría en pedazos. En esa cabeza sonaba una pesada campana y entre los ojos y los párpados cerrados navegaban unas manchas marrones de bordes rojo-verdes. Para colmo tenía náuseas y le parecía que estaban conectadas con los sonidos de un inoportuno fonógrafo.
Trataba de recordar algo, pero sólo se acordaba de que, al parecer, en el día anterior y en un lugar desconocido» él se hallaba parado con una servilleta en la mano e intentaba besar a una dama. a la cual le prometía visitarla al siguiente día, exactamente al mediodía. La dama se negaba y contestaba "No, no estaré en casa", pero Stiopa insistía "pues sí, iré, iré".
Quién