La otra cara de la adopción. Carme Vilaginés Ortet
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Los humanos tenemos un mundo interno que desconocemos en gran medida, un espacio mental en el que hay deseos, anhelos, inquietudes y miedos que ignoramos. Es la parte oscura de nuestra mente, que puede no tener nada que ver con nuestra voluntad y nuestros pensamientos. Es más, puede estar en las antípodas de nuestros pensamientos y deseos conscientes. Esta parte oscura tiene tanta fuerza que puede llevarnos por caminos que no deseamos y puede impedirnos seguir algunos caminos que hayamos elegido voluntariamente. Y ello ocurre sin que nos demos cuenta de que somos nosotros mismos quienes nos vamos poniendo palos en las ruedas.
Hay que tener en cuenta, también, que el cuerpo y la mente van juntos y están tan estrechamente vinculados que, si uno de ellos no funciona bien, es muy difícil que el otro pueda funcionar adecuadamente. La parte oculta de nuestra mente puede dominarnos hasta el punto de actuar sobre el cuerpo para salirse con la suya. Hay personas que siempre están enfermas de una afección u otra y van recorriendo las consulta médicas, también una tras otra. En estos casos, habría que llevar a cabo una investigación psicológica porque lo más probable es que, en el fondo de tantas enfermedades distintas, exista una problemática emocional que sólo pueda resolverse por la vía psíquica.
Hace ya muchos años que la Organización Mundial de la Salud habló de ello al declarar que un número muy elevado de las personas que frecuentan asiduamente los servicios médicos deberían poder recibir una atención psicológica: así se ahorraría sufrimiento a la población y gastos a Sanidad. Aunque parezca inverosímil, llegan a hacerse un montón de pruebas e intervenciones médicas carísimas y complicadas en casos de sintomatología física médicamente inexplicable y también en casos de enfermedad física real en los que las intervenciones habrían podido evitarse dispensando al paciente una atención psicológica desde el inicio del problema: cefaleas, problemas en la piel, asma, anomalías gastrointestinales, alergias y otras muchas afecciones.
Hay casos en los que, por raro que pueda parecer, han llegado a practicarse intervenciones quirúrgicas innecesarias. Recuerdo uno de un muchacho que sufría de un fuerte dolor en una parte del cuerpo. La doctora que le atendía, después de practicarle un montón de pruebas, no veía en ello nada anormal. Pero los dolores persistían y los familiares del paciente se enfadaban y presionaban para que se hiciera algo. La doctora, una persona sensible, se daba cuenta de que el niño estaba sufriendo a nivel psíquico, pero en aquella institución no se contemplaba este tipo de ayuda porque no contaba con los recursos necesarios. Ante la presión de los familiares, que sólo veían el problema físico, llegó a practicarse una intervención quirúrgica. El resultado fue que todo estaba bien.
Afortunadamente, nuestra sociedad cuenta ya con algunas instituciones sanitarias en las que médicos y psicólogos colaboran estrechamente en beneficio de los pacientes, pero ello no es todavía muy frecuente.
Otra cuestión a tener en cuenta es la de las enfermedades que aparecen en momentos inoportunos, por ejemplo, cuando alguien está a punto de llevar a cabo, con mucha ilusión, algún proyecto importante. La enfermedad, en un caso así, puede ser el indicador de que, por dentro, la envergadura del proyecto esté asustando, de que la persona en cuestión no se sienta capaz de llevarlo a cabo o esté muy asustada ante la idea de un posible fracaso. Si no se tiene conciencia de todos estos sentimientos y miedos y la mente no está capacitada para hacerse cargo de la angustia y para intentar resolverla, la angustia cambia de naturaleza, se desvía del camino mental y va a parar al cuerpo bajo la forma de síntomas corporales, enfermedades o disfunciones. El conflicto psíquico ha pasado a ser físico: como en los casos que comentábamos antes, ha sido traspasada al soma una problemática de la mente. Ahora los síntomas corporales serán atacados médicamente, es decir, de una manera que evitará que el paciente entre en contacto con el sufrimiento psicológico. Pero impedirá, también, que pueda resolver el problema de fondo, el cual quedará en una especie de estado letárgico y resurgirá en cualquier momento, bajo la forma de una sintomatología corporal diferente, cuando el nivel de ansiedad de la persona vuelva a incrementarse por alguna circunstancia externa inquietante.
La ilusión de tener un hijo
Cuando una pareja decide con ilusión tener un hijo, los dos saben o intuyen que la vida les cambiará substancialmente, cosa que siempre despierta ansiedades. Tanto el embarazo como el parto son acontecimientos normales de la vida y, como tales, parecería que no tienen por qué ser especialmente complejos. Pero los humanos somos complicados y la experiencia ha ido demostrando que, según como se asuma la paternidad/maternidad, las personas pueden resultar afectadas por unos niveles de ansiedad desestabilizadores. Convertirse en padres equivale a alejarse de la propia infancia, obliga a ser definitivamente adulto, a madurar deprisa y produce un trastorno emocional difícil de metabolizar. Se trata de adquirir una gran responsabilidad y las personas se enfrentan a ello de manera muy distinta según la madurez emocional de que disponen.
Ante la decisión de convertirse en padres, aparecen también, en la mente de cada uno de los dos miembros implicados, unos miedos y unas ansiedades relacionados, por una parte, con el futuro de ambos como pareja y, por otra parte, con conflictos internos individuales que hasta ese momento se habían mantenido alejados de la conciencia y que suelen tener que ver con el tipo de relación inconsciente que cada persona haya experimentado con sus propios padres. Son inquietudes que vienen de muy lejos, que todo el mundo ha sufrido en mayor o menor grado y que nunca han estado en la conciencia. Ante la presión de una futura paternidad/maternidad, es decir, ante la necesidad de tenerse que ocupar de un ser frágil y muy necesitado de cuidados y atención, esta inquietudes se reactivan con mucha fuerza y pueden producir alteraciones diversas, tanto de carácter psíquico como físico.
Resumiendo, pues, diremos que para poder enfrentarse en buenas condiciones con la idea de tener un hijo y que ello llegue a materializarse, hay que contar con un buen nivel de equilibrio emocional, lo cual puede resumirse en el hecho de haber madurado suficientemente como persona, ser un adulto responsable consigo mismo y con los demás y, consiguientemente, estar bien dispuesto a no ser el único centro de atención del otro miembro de la pareja. Si no es así, por mucho que se desee tener un hijo, lo que suele ocurrir en algunas ocasiones es que el embarazo no se produzca. Me refiero, naturalmente, a aquellos casos en los que no hay ningún problema físico que justifique la no fecundación.
El embarazo, las dificultades para conseguirlo y el parto
Los meses de duración del embarazo pueden ser muy útiles para ir metabolizando y superando todas las inquietudes que aparezcan —por otra parte bien normales, como ya hemos dicho— y para crear, en la mente de los dos miembros de la pareja, un espacio en el que tenga cabida el futuro hijo. El niño debe vivir dentro de la mente de sus padres desde mucho antes de su nacimiento. Los padres, a medida que van haciéndose cargo de la complejidad interna que les plantea la nueva situación, van dejando de lado sus propios deseos infantiles y ello les permite incrementar el sentido de responsabilidad y la ilusión por la criatura que llegará al mundo. Esta ilusión compartida es imprescindible para el futuro bienestar psíquico del hijo y de todos ellos.
Si este proceso no se desarrolla satisfactoriamente, pueden aparecer problemas de relación en la pareja que, a veces, llegan a ser tan serios que ocasionan una ruptura durante el embarazo o cuando el hijo llega al mundo y enfrenta a los padres con la obligación de hacerse cargo de sus necesidades perentorias y de darle una dedicación y unas atenciones que, en el fondo, tal vez siguen deseando para si mismos.
Estamos viendo, pues, que un hijo debe ser gestado físicamente por la madre, pero que también debe ser gestado mentalmente por ambos,