La otra cara de la adopción. Carme Vilaginés Ortet
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Para que se produzca un embarazo vemos, pues, que tiene una importancia crucial el estado mental de las dos personas implicadas. En este sentido, hay un factor esencial en el que no se acostumbra a pensar. Todas las ansiedades, inquietudes, dudas y miedos inconscientes de que hemos hablado antes, en algunos casos son tan severos que llegan a impedir el embarazo deseado. Son muchos los casos de infertilidad en los que, después de un montón de pruebas médicas, se llega a la conclusión de que no hay ninguna causa física que los justifique. Ahora bien, a pesar de ello, se intenta una y otra vez una solución médica a base de la fecundación asistida. Nadie piensa que pueda tratarse de una problemática psíquica no resuelta. Después de unos cuantos fracasos y de mucho sufrimiento mental, se intenta tranquilizar a la pareja sugiriéndoles que siempre les queda la posibilidad de adoptar. Pero con esta recomendación, se les da un mensaje erróneo: se equipara la paternidad/maternidad biológica con la adoptiva, cosa que, como explicaremos, no es equiparable.
Hay que pensar, también, que si el problema de la infertilidad lo generan causas psicológicas y no se hace nada para resolverlo desde esta vertiente, es muy difícil que se solucione solo, y no puede esperarse de ninguna de las maneras que el hijo adoptivo, con toda la carga de sufrimiento emocional que él también ha ido almacenando, pueda ayudar a solucionarlo.
Otro aspecto a considerar es que hay mujeres que, tras haberlo intentado todo desde la perspectiva médica, adoptan una criatura y, poco después, quedan embarazadas. Cada caso puede tener un significado diferente, pero el más frecuente es que sus problemas internos no resueltos le hubiesen estado impidiendo sentirse autorizada para ser madre. Una vez conseguido el visto bueno de la Administración, es decir, cuando una autoridad la ha autorizado a convertirse en madre, las ansiedades han disminuido su efervescencia, lo cual ha servido para que ella misma haya podido concederse el permiso que, antes, no se concedía. De todas maneras, no hay ninguna garantía de que el problema de fondo haya quedado resuelto.
Sobre este punto, desearía añadir que hay ocasiones en las que la infertilidad del marido o su impotencia sexual también pueden deberse a causas psicológicas profundas. Una de las angustias con que tienen que enfrentarse algunos hombres en el momento de plantearse tener un hijo, es el miedo a perder el cariño y la dedicación de su esposa, el miedo a que, cuando llegue al mundo su hijo, ella se interese exclusivamente por el niño y le deje a él de lado. Está demostrado estadísticamente que los casos de infidelidad masculina se incrementan durante el embarazo, cuando el hijo se está gestando dentro de la madre, es decir, cuando ocupa a la madre de manera bien visible o durante el primer año de vida de la criatura, cuando la madre también tiene que estar muy unida a ella. La angustia de sentirse desplazados por el propio hijo del lugar privilegiado en que se hallaban situados, hace que algunos hombres busquen fuera de casa un lugar donde poder seguir siendo los primeros y los únicos.
Marie Langer, que ha estudiado muy a fondo los problemas relacionados con la sexualidad femenina y con la maternidad, cita un caso de infertilidad masculina causada por problemas psicológicos (Langer, 1983, pág. 173). La pareja había solicitado una fecundación asistida. Los médicos que les atendían, gracias a su experiencia, se habían dado cuenta de que aquel procedimiento podía tener una influencia desfavorable en la relación de pareja y, como también habían comprobado que muchas de las mujeres, a pesar de ser fértiles y no tener ningún problema físico, no conseguían gestar, propusieron que ella hiciese una psicoterapia. Hubo unos cuantos intentos infructuosos de fecundación asistida y la pareja acabó renunciando a la idea de procrear. Pero la mujer había mejorado desde el punto de vista psicológico, siguió afianzando el progreso, y su bienestar repercutió muy favorablemente en la relación que sostenía con su pareja. Al cabo de un tiempo, quedó embarazada del marido sin ningún tipo de intervención externa.
En nuestro trabajo clínico, los psicoterapeutas también podemos citar casos de mujeres físicamente sanas que, después de distintos intentos de fecundación asistida, han sido declaradas definitivamente infértiles y que, por motivos diversos relacionados con su personalidad o para asumir la infertilidad, han empezado un tratamiento psicoterapéutico y, al cabo de un tiempo y cuando ya nadie se lo espera, quedan embarazadas, también de manera natural, y consiguen tener un hijo en buenas condiciones.
Algunos abortos espontáneos que los médicos no llegan a explicarse también pueden tener que ver con causas estrictamente psicológicas. Los psicoterapeutas, cuando trabajamos con pacientes embarazadas, constatamos, una y otra vez, los miedos inconscientes, a veces muy intensos, que se manifiestan en la mujer durante la gestación: miedo a la responsabilidad de dejar de ser hija para pasar a ser madre, o sea, miedo a ser adulta sin posibilidad de retorno; miedo a quedar deformada, miedo a ser devorada desde adentro por el feto, miedo a quedar destrozada durante el parto, miedo a no poder ser una buena madre, terror ante la idea de que el hijo no sea normal, etc. Estas angustias y muchas otras pueden alcanzar un nivel muy exagerado, tanto cuando se trata de un primer hijo como ante segundos o terceros embarazos y si, llegado el caso, la mujer no es atendida en profundidad en el aspecto psicológico, su cuerpo puede acabar arbitrando una «solución» que se traduce en la expulsión de la causa de unos sufrimientos que su mente no puede digerir.
Durante el proceso del parto, según como hayan sido elaboradas las diferentes ansiedades del embarazo, la mujer podrá enfrentarse satisfactoriamente, o no, a las que aparecen en ese momento tan crucial. Una de las principales es la ansiedad de separación. La futura madre ha de poder tolerar mentalmente la separación del niño con el que ha estado tan unida durante nueve meses. Para poder hacerlo en buenas condiciones, ella debe de estar lo suficientemente separada a nivel mental de su madre, lo cual quiere decir que debe ser una persona predominantemente madura e independiente. De no ser así, inconscientemente puede hacer más esfuerzos para retener a la criatura dentro de sí que para facilitarle la llegada al mundo. El parto hace que la mujer vuelva a sentirse conectada con las angustias de separación que haya experimentado a lo largo de su vida y que no haya podido superar adecuadamente.
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