Viajes y viajeros, entre ficción y realidad. Autores Varios

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Viajes y viajeros, entre ficción y realidad - Autores Varios Oberta

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que fueron los peregrinos a Santiago los que extendieron el románico y el gótico por los caminos de Europa; que, tras sus respectivas estancias en Italia, Durero superó sus fantasmas medievales y Velázquez dulcificó su paleta; que, gracias a un viaje, el de Lutero a Roma, surgió la Reforma, que, sin duda, tuvo su impulso decisivo en las vivencias del entonces monje agustino en la ciudad que por aquel entonces se hacía eterna con las construcciones de Miguel Ángel; que el arte europeo del XVIII tuvo su carácter unitario gracias al trasiego de italianos que lo mismo trabajaban en San Petersburgo, en Kassel, en Viena o en La Granja; que el viaje a la Polinesia de Gaugin o el de van Gogh a Provenza supusieron el preludio al arte moderno; que el reconocimiento europeo de El Greco fue producto de los viajes de Rilke y Meier-Graefe a España; que el poema sinfónico Las Hébridas y la Sinfonía Italiana de Mendelssohn, el Capricho español de Rimski y el Winterreise de Schubert, El Holandés errante de Wagner, el Peer Gynt de Ibsen/Grieg, la Iberia o la Lindaraja de Debussy hacen referencia al viaje; que Teresa de Ávila alcanzó universalidad gracias al andariego jumentillo que la llevó por todas las latitudes de la España del XVI; que en aras del viaje, para que pudieran recorrerlas sus «orejones», el Inca trazó sobre las inmensas extensiones del Tahuantinsuyo unos caminos que salvaban latitudes, longitudes y alturas inmensas.

      A todo esto hay que añadir otra virtualidad del viaje: la de haber producido una amplia gama de actitudes vitales, comportamientos sociales y tipos de hombre tales como el viajero, el viajante, el pionero, el descubridor, el misionero, el cómico de la legua, el conquistador, el guía turístico y, si me apuran, el aventurero y el pirata. En muchas ocasiones, el viaje proporciona la oportunidad de vivir al margen de la norma: Marco Polo, Colón, Vespucci, Casanova, Cagliostro y Lorenzo da Ponte son magníficos ejemplos de ese espíritu de aventura que sabe obviar la ley o la civilización en la itinerancia. Por eso, cuando el D. Giovanni mozartiano quería rendir cuentas de su vida de licencia no hacía sino mencionar las etapas, femeninas pero etapas, de su itinerancia viajera:

      Madamina, il catalogo e questo

      delle belle che amò il padron mio!...

      In Italia seicentoquaranta,

      in Almagna duecentotrentuna,

      cento in Francia, in Turchia novantuno

      ma in Ispagna son gia mille e tre...

      Se podría agregar que gran parte de la literatura narrativa e incluso ensayística tiene como motivo el viaje a lo extraño o es producto de él. Viaje, o relato de viaje, son la Ilíada, la Odisea y la Eneida; la Anábasis de Jenofonte, Los milagros de Nuestra Señora, el Cantar del Mio Cid, el Quijote, El Lazarillo y el Simplicissimus; el Gulliver y el Robinson; las Letras persas de Montesquieu y las Letras marruecas de Cadalso; el Barry Lyndon de Fielding, el Códice Calixtino y toda esa enorme cantidad de letra escrita e impresa que llamamos precisamente literatura de viajes u «odepórica», desde el Viaje a Italia de Montaigne hasta los Viajes a España de Gautier, de Andersen o K. Uranis. Finalmente, si a todo esto añadimos que el viaje creó el ferrocarril, el automóvil y el avión; la carretera y el camino; la posada, la venta, el hotel, la hospedería conventual y el agroturismo, habremos hecho mención sumaria de lo que el viaje es: cultura en estado puro.

      Hasta el teatro tiene, por nacimiento, referencia viajera: el carro de Tespis. Y uno de los primeros documentos que filmaron los pioneros del séptimo arte fue la llegada del tren a la estación.

      Tipología del viaje

      Como demuestra este leporello de los méritos de la itinerancia, ni el viaje ni el viajero son unívocos, sino polisémicos. Ese viaje que surca el mar de la cultura humana dejando una brillante estela de encuentros adquiere una naturaleza múltiple según la circunstancia en la que se inscribe y la finalidad que se propone. Un viajero emprende camino por obligación y otro por devoción. Uno pretende la formación, otro la aventura y un tercero la utilidad. Ni siquiera literaria o artísticamente el viaje es una vivencia uniforme. Como motivo literario, el viaje siempre ha sido diverso, variado, y el resultado de su formalización depende de las metas, los caminos, las noches y los días, las estaciones, la climatología y, sobre todo, de las intenciones del que lo ha emprendido. Eso hará que sea «sentimental», «romántico» o «maravilloso». Con propósito y valor de síntesis, cabría decir que en la realidad escritural del viaje se da una triple tipología: la informativa, la fictiva y la fantástica. Voluntad informativa tienen las «relaciones» que los oidores, conquistadores y regidores españoles dirigían a su Majestad Católica para darle noticia y fe de lo descubierto y de lo ignoto. Frente a este tipo de escritura «oficial», objetivo por la intención, el contenido y el destinatario, el carácter fictivo predomina en ese ajuste de cuentas del escritor con su pasado viajero, que es, no «relación», sino «relato». Ese carácter marca, por ejemplo, el Italienische Reise de Goethe, recuerdo literario de los dos años que el escritor se había concedido para realizar, a través de las fecundísimas experiencias italianas (la arquitectura del Palladio, el carnaval romano, los lazzaroni napolitanos, el borbotante Etna), el carácter formativo del viaje (el suyo había sido una Bildungreise); o los Literarische Reise-Skizzen. Spanien, del archiduque Maximiliano. También es relato de viaje, en otro código semiótico, la melancólica evocación de las estepas del Asia Central que realiza Borodin o la vibrante ocurrencia musical con la que Rimski-Korsakov recupera el mundo sonoro español en su Capricho. Finalmente, «viajes fantásticos» son esos «viajes cósmicos» o mágicos desplazamientos que, ayudados o promovidos por diablos cojuelos, instrumentos proto-científicos, fórmulas cabalísticas o pajarracos y animales de buen o mal agüero, emprenden seres imaginarios que dan expresión calenturienta al afán humano de ubicuidad: el mentiroso barón de Münchhausen, el «sinsombra» Peter Schlehmil con sus botas de siete leguas (Chamisso) o el Fausto goetheano con su transportista y guía Mefisto (como viajeros «recién llegados de España» se presentarán los dos aprendices de tunantes en la taberna de Auerbach). Por los tejados de Madrid (Vélez de Guevara, El diablo cojuelo); a través de Suecia (S. Lagerlöf, El maravilloso viaje de Niels Holgerson); en la caverna del rey de la montaña (Visen/Grieg, Peer Gynt); Alrededor del mundo en 80 días o Al centro de la tierra (Verne), a Lilliput (Swift) o a Phantasia (Michael Ende, Historia Interminable): en todas esas obras, el viaje en alas de la fantasía es condición y motivo para la observación irónica y benevolente consideración de las miserias humanas. Resumiendo, la crítica cultural del tema, la llamada «crítica odepórica», distingue ya

      - el «viaje de aventuras», reales o de ficción (el Tartarín de Tarascón de Daudet o el de Nils Holgerson de S. Lagerlöf);

      - el «viaje de misión» (el de Bernardino de Sahagún o el de Motolinia a México);

      - el «viaje de descubrimiento» (Pigafetta, Cook y los numerosísimos conquistadores y exploradores);

      - el «viaje diplomático» (el de G. di Carpine a Mongolia o el de B. de Castiglione a España);

      - el «viaje de formación» o «de estudio» (el Viaje italiano de Goethe);

      - el «viaje guerrero», la expedición o razzia (los que narran la Odisea y la Anábasis);

      - el «viaje iniciático y de peregrinación» (el Codex Calistino de la catedral de Santiago);

      - el «viaje de exilio» (el de Mme. d’Aulnoy o el de Casanova en España);

      - el «viaje de trabajo» (de comercio, de mercadeo, etc.), no exclusivo del moderno ejecutivo;

      - el «viaje artístico», más conocido como tournée y, finalmente,

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