Luchas inmediatas. Gavin G. Smith
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Nuestra idea era que tales condiciones, notablemente en desacuerdo con el ya clásico modelo Manchester de desarrollo industrial, estaban extendidas y, por tanto, buscamos un escenario donde el modelo tuviera profundidad histórica, a la vez que vigencia en el momento presente. En España, Gavin había hecho trabajo de campo previamente en el área de la Comunidad Valenciana, descrita por algunos historiadores económicos (Nadal, 1990; Lluch, 1976; Aracil y Bonafé, 1978) como una de aquellas regiones donde se había desarrollado durante el siglo XIX un tipo diferente de capitalismo. El área del sur de Alicante presentaba un paisaje de pequeñas empresas familiares y una mezcla de agricultura comercial e industrias manufactureras. Menos conocida era la presencia allí de una mezcla de radicalismo político y conservadurismo extremo, que se remonta muy atrás, en el siglo XIX. Gavin se había interesado por la pluriactividad en su trabajo de campo de 1978-79, y este tema parecía resumir muchos de los principales asuntos que queríamos observar con detalle. La pluriactividad planteaba directamente la cuestión siguiente: ¿qué pasa con la clase cuando el proceso de reproducción social genera una estructura de fluidez e incertidumbre constantes en los destinos de la vida de las gentes, de manera que no prevalece la experiencia clásica de la oposición entre trabajo y capital?
Conscientes de los cambios radicales en el proceso del trabajo de la producción capitalista que tenían lugar entonces en Europa, buscamos a propósito un área que no entrara netamente dentro del marco del modelo de la definición capitalista clásica de una «economía desarrollada» con un sistema de mercado eficiente regulador de las relaciones trabajo/capital. En su lugar, buscamos una región que, aunque enraizada desde hacía tiempo en la producción de mercancías, incluso en el circuito global del comercio capitalista nacional e internacional, manifestara, sin embargo, formas de relaciones de producción que difirieran del modelo clásico.
Pero entonces la cuestión cambió hacia el terreno pragmático: considerando que ya no había una experiencia obrera homogénea entre la gente de la región, como la de la industria fordista clásica, por ejemplo, ¿seguía siendo útil el concepto de clase? Las experiencias de subsistencia de la gente se habían fragmentado tanto que se hacía cada vez más difícil seguir la manera como su inserción en los procesos de reproducción social se relacionaba con su identidad social y su praxis histórica. Trabajar con la complejidad de estos asuntos a lo largo de los años ha dado forma al modo en el que queríamos realizar la investigación: en primer lugar, en relación con la localización o el alcance de nuestra observación; en segundo lugar, respecto a la necesidad de insertar profundamente la historia en nuestras observaciones.
Si queríamos comprender las fuerzas principales de reproducción social, necesitábamos profundidad histórica, y sabíamos que podíamos conseguirlo mediante el trabajo realizado por los historiadores sociales y económicos valencianos de la zona. Pero si pretendíamos llegar a la experiencia vivida de la gente, también necesitábamos las narraciones matizadas de las historias particulares. Así pues, el hecho de que tuviéramos historias de vida para esta zona que se remontaban a principios del siglo XX fue clave para nosotros. Clave también fue el hecho de que el trabajo de campo valenciano había sido efectuado en un momento político especialmente importante, durante los primeros años de la transición del régimen de Franco a la democracia parlamentaria, cuando Gavin había observado y registrado de primera mano los debates que surgían con motivo de las primeras elecciones municipales democráticas después de cuarenta años de dictadura. Susana, en particular, pensaba que los datos de primera mano sobre aquel periodo de la historia de España serían extremadamente útiles para hacerse una idea de la expresión pública de las cuestiones de clase.
No obstante, no queríamos pensar que esto era el «retorno» del antropólogo, veinte años más tarde, para registrar los cambios que habían tenido lugar en el paso de un tipo de sociedad más tradicional a uno más moderno (véase Collier, 1999). Estábamos interesados, en cambio, en seguir un proceso de reproducción social –las continuidades y rupturas históricas– que produce y condiciona las prácticas de la gente. Pero no solo nos interesaban las prácticas; también queríamos prestar atención a cómo las experimentaban las personas en tanto que sujetos históricos y cómo se institucionalizaban después para constituir el entorno cultural. Por tanto, eso no era tan solo etnografía de la vida cotidiana de la gente corriente, ni era una evaluación con el propósito de enmarcar los éxitos y los problemas de una economía regional en Europa. Para nosotros, la historia no es tanto el trasfondo del presente como dos momentos sincrónicos, uno en el pasado, el otro en el presente. La historia es el camino necesario para entender la sociedad como los diferentes medios por los que la reproducción social de un tipo particular de sistema social, el capitalismo, se convierte en una parte vivida del presente.
NOMBRAR EL PRESENTE
El modo en que los científicos sociales nombran los fenómenos de este mundo real tiene implicaciones para el presente vivido por la gente corriente. En este apartado mostraremos cómo se ha desplegado este proceso –desde la noción de articulación de modos de producción a la de economía informalizada, y de ahí a la designación actual de «economía regional»–. Conscientes de estas designaciones cambiantes y de sus implicaciones, argumentaremos a favor de un tipo particular de antropología histórica que preste atención a las maneras concretas en que se usa el poder para hacer posible la explotación y que con el tiempo conforman tipos diferentes de persona social.
En los años sesenta en varias comarcas al oeste y al suroeste de la ciudad portuaria de Alicante se instalaron pequeñas y medianas empresas que producían zapatos para el mercado nacional e internacional. Se trata de las áreas alrededor de Elda y Novelda, el Vinalopó al oeste de Elche y el área por la que nos interesamos, la Vega Baja, al sur de esta ciudad. Mientras la demanda de zapatos crecía durante la década, tuvo lugar una forma concreta de integración vertical. En el polo comercial, algunas de las compañías con más éxito se vincularon fuertemente a empresas minoristas de Estados Unidos, conformándose no solo a requerimientos de diseño, sino a menudo a características concretas del proceso de producción, y, en la mayoría de casos, dependiendo de anticipos crediticios norteamericanos. En el polo de la producción, la mano de obra de la fábrica fue complementada por talleres situados en Elche, que habitualmente elaboraban accesorios primarios básicos, contratados a corto plazo, junto con mujeres que trabajaban a domicilio en una cadena que iba desde trabajos especializados recurrentes y estables hasta labores menores realizadas ad hoc y a corto plazo.
Cuando el sistema de distribución se hizo más sofisticado y la organización sindical de Elche elevó los salarios urbanos, la dispersión de la producción empezó a extenderse hacia núcleos de población más alejados del centro, a lo que siguió la construcción de fábricas en pueblos de la Vega Baja. Simultáneamente, la dependencia de capital de Estados Unidos se redujo porque los empresarios buscaron el desarrollo de un conjunto más amplio de mercados para sus mercancías. Como resultado, surgió un conjunto mucho más complejo de relaciones entre fábricas, talleres, distribuidores y trabajadores a domicilio.