Relatos de vida, conceptos de nación. Raúl Moreno Almendral

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Relatos de vida, conceptos de nación - Raúl Moreno Almendral Historia

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obstante, por el momento la cuestión principal es si podemos confiar en la unidad empírica tanto del «yo» como de la narrativa. La respuesta es negativa en ambos casos, pero la clave es que esto no anula sus potencialidades gnoseológicas. Incluso dejando aparte la no menor cuestión de la autoría, es cierto que nuevas experiencias pueden acontecer, quizá produciendo nuevos cambios en nuestras identidades. Así, una narración escrita justo después de la vivencia nunca puede ser lo mismo que treinta años más tarde, cuando las líneas de fractura de la memoria, preexistentes o nuevas, han tenido más tiempo para actuar. Algo originalmente carente de sentido nacional puede nacionalizarse tiempo después. Los eventos sentidos e interpretados en términos nacionales en ese momento pueden perder esos significados y adquirir otros. Precisamente, las narrativas se utilizan para reflexionar sobre y disputar el «¿qué ocurrió?», pudiendo combinarse la nación con otras respuestas de una manera más o menos conflictiva. El problema para el investigador es que estos elementos intermedios de transformación son con frecuencia imposibles de encontrar y controlar completamente. Como indicador general, se puede decir que, cuanto mayor sea el tiempo transcurrido entre vivencia y escritura, más difícil será manejar la narrativa en este sentido.

      Tal aislamiento de factores es más fácil de formular que de aplicar en casos concretos. La materialidad clásica del texto puede transmitir una idea de «cierre» o «finalización», pero la elaboración de la narrativa es un proceso en sí con múltiples variables. Los llamados «momento de la experiencia» y «momento de la escritura» no son estadios claramente delimitados, toda vez que la búsqueda de una suerte de realidad primordial, original y escondida detrás del texto no tiene sentido una vez que hemos descartado la existencia de unas nociones prístinas e inmanentes de «experiencia» e «individuo», independientes de un procesamiento intelectual consciente.18

      El «momento de escritura» no tiene por qué coincidir con el fechado, si es que hay alguna manera de fechar el documento. De hecho, puede ser que ni siquiera sea «un momento», ya que el texto puede haber sido escrito por varias manos y/o en varias fases, quizás el autor lo haya revisado, los editores lo hayan «enmendado» o «corregido» para la primera edición o para ediciones posteriores, etc. Careciendo del manuscrito original, lo cual para los siglos XVIII y XIX no es raro, todos estos cambios son imposibles de contrastar con seguridad; incluso disponiendo de un original hológrafo, de un autor verificado y con fecha, no hay ninguna garantía de que no haya habido versiones previas y/o alternativas.

      Por lo tanto, es mucho más importante y plausible conseguir información sobre el mundo personal y social en el que se produjo ese documento y qué modificaciones posteriores ha habido, que obsesionarse con ese tipo de detalles. Cuanto más impreciso sea nuestro control de esos factores, más arriesgada será la interpretación y más probable será la necesidad de descartar esa fuente. Dos elementos clave, aparte de la localización espacio-temporal de la escritura, son la instrucción del autor y si la narrativa se concibió para publicarse o no. En función de esto, podemos encontrar añadidos al texto puramente narrativo, como recortes de periódico, cartas, panfletos, fragmentos de discursos e incluso fotografías, estadísticas o información enciclopédica, según las épocas.

      Dados estos problemas, creemos que el arreglo metodológico óptimo para el trabajo con narrativas personales lo conforma una adaptación del análisis del discurso y de la historia conceptual. El análisis del discurso cuantitativo y cualitativo utilizado en prensa o en declaraciones políticas no es directamente aplicable debido a los factores aquí expuestos, desde la imposibilidad de establecer frecuencias hasta la inseguridad sobre las dimensiones ilocutivas y perlocutivas.19 Por su parte, la historia conceptual, en sus diferentes tendencias (Begriffsgeschichte, Cambridge School, etc.), proporciona buenos instrumentos para un análisis en profundidad del significado de las palabras en su contexto e historicidad, así como una buena base para la comparación más allá de los textos canónicos de la alta cultura (véanse Müller, 2014; Fernández Sebastián y Capellán de Miguel, 2011 y 2013; Fernández Sebastián y Fuentes, 2002). Esto no la exime de problemas en la extrapolación e idealismo en sus conclusiones.

      De esta manera, las categorías «nación» y «nacional» (o sus equivalentes en cada idioma) serán los objetos de análisis fundamentales en cada una de las narrativas, pero también es necesario explorar la estructura cognitiva de grupalidades en la cual están insertas. Ya Michael Billig observó cómo las estrategias deícticas, como el uso de pronombres («nosotros», «ellos»), posesivos («nuestro», «suyo») u otras expresiones («en este país», «toda la sociedad», etc.), manifiestan sistemas de pertenencia subyacentes. Por supuesto, gentilicios y etnónimos como «español», «francés» o «inglés» deben estudiarse también. Todo esto puede ayudarnos a analizar la estructura y los límites cognitivos de los entes imaginados con los que se construyen las narrativas. No obstante, también es necesario conocer los significados de las categorías colectivas, que con frecuencia son fuente de conflicto y diferenciación tanto o más que la antinomia «fuera/dentro». Estos significados están profundamente imbricados en los contextos de producción, y pueden proporcionar excelentes materiales para la historia política y sociocultural de cada periodo.

      Por todo lo anterior, es evidente que el estudio de la construcción de naciones desde un «enfoque personal» a través de fuentes personales pasa por la reconstrucción historiográfica, en la medida de lo posible, de tres elementos: a) el papel de la nación en la trayectoria vital de los individuos y cómo estos la «personalizan» e inciden en el proceso general de construcción nacional (Molina Aparicio, 2013); b) la naturaleza de las «experiencias de nación», tal y como vienen definidas en Archilés (2013), así como su relación con las identidades de cada uno y los consensos y disensos en la definición de la nación, y c) la existencia o no de patrones comunes y variaciones significativas en las formas de describir la vivencia de la nación que puedan iluminar la historia política y cultural de cualquier periodo donde la imaginación nacional haya sido relevante.

      Para ello existen dos polos metodológicos entre los que cada investigador puede trazar su propia estrategia: por un lado, el enfoque personal puede convertirse en biográfico: tomar uno o unos pocos individuos y reconstruir su trayectoria vital (frecuentemente usando también sus relatos de vida), con el objetivo último de conocer el papel de la nación en esa trayectoria (Núñez Seixas y Molina Aparicio, 2011; Forti, 2014; Molina Aparicio, 2015). Por otro lado, y con un espíritu más prosopográfico, el foco puede desplazarse hacia las narrativas en sí, perdiendo la profundidad y el dinamismo de la biografía, pero ganando la posibilidad de realizar muchas más observaciones y la capacidad de establecer tendencias. Este enfoque más estructural es el que asumimos en este trabajo.

      La necesidad de explorar estas tendencias introduce el tercer problema hermenéutico, cuya naturaleza es más básica y común a toda metodología cualitativa: ¿cómo pueden producciones individuales dar cuenta de fenómenos colectivos y cómo las identidades nacionales interaccionan con otros elementos dentro de esas narrativas? Dado el número limitado de observaciones posibles incluso optando por un enfoque no biográfico, está claro que nuestros resultados serán siempre provisionales y falsables. Teóricamente, el número potencial de narrativas sería igual o mayor que el número de individuos de un universo. Como afirma Ferran Archilés (2013: 114):

      Al final, en lo que es un ejercicio de imposibilidad histórica, si pudiéramos conocer la manera como todos los individuos de un espacio y tiempo concreto narraron y se narraron a sí mismos su identidad nacional tendríamos el perfil exacto de la nacionalización, y conoceríamos cómo funcionaron todas las experiencias disponibles. Pero, en realidad, tendríamos algo parecido a una cacofonía de voces. Algunas más potentes que otras, eso sí. Sería una suerte de mapa borgiano del territorio de la nación, excesivo e inútil. Con certeza, lo único que podremos llegar a trazar son algunos de los marcos en los cuales los sujetos pudieron experimentar los procesos de nacionalización, así como algunos de los lenguajes de nación, las narrativas que elaboraron para dotarlos de sentido.

      Por su parte,

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