Relatos de vida, conceptos de nación. Raúl Moreno Almendral

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Relatos de vida, conceptos de nación - Raúl Moreno Almendral Historia

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que este uso estaba muy fijado para la era de las revoluciones, pues aún entrado el siglo XIX se pueden encontrar utilizaciones que bien podrían datarse de siglos antes.

      Cuando no se trata de un lugar específico (normalmente una ciudad), sino de una estirpe, el sujeto está pensando en una supuesta gens en su sentido más preciso (como en «era judío de nación» o «pertenecía a la nación de los sioux»). Es posible, y en el siglo XVIII se hacía con frecuencia, que esta idea acabe derivando en la de una nación como una gran tribu, un conjunto de personas con un supuesto antecesor común y con frecuencia racialmente diferenciadas de su entorno. Por ejemplo, la aristocracia francesa prerrevolucionaria concibiéndose como descendiente de los «francos» frente a la masa «gala» del Tercer Estado. En virtud de esto, el propio rey se proclamaba descendiente del linaje de Clodoveo pese a la práctica imposibilidad de una consanguinidad directa.

      De la sistematización y concretización de esta última acepción surgió lo que llamamos el concepto «etnotípico no politizado». El papel de la Ilustración aquí fue clave. La idea de una filiación común persiste, pero el vínculo fundamental es la existencia de un «carácter nacional» atribuible a la nación en su conjunto. Con frecuencia estos caracteres son objeto de investigación u «observación científica» y, por lo tanto, potencialmente racionalizables. Como el genético, el etnotípico no politizado abunda en usos exonímicos, o sea, que el hablante está categorizando grupos «desde fuera», distintos del suyo. El concepto etnotípico introduce un factor de «agencia» (los rasgos e inclinaciones del agregado de los miembros de la nación), si bien no necesariamente dependiente de la existencia de un individuo «moderno» dotado de voluntad y personalidad diferenciadas.

      El concepto etnotípico politizado surge de la intersección de los caracteres nacionales con una idea de Estado y monarquía procedente de la continua recreación del republicanismo clásico y de la teoría política medieval. Esta última alimentaba una idea de comunidad política formada por el cuerpo de los vasallos, que en puridad es jurídicamente independiente del rey, pero está funcionalmente anclado a la figura del monarca. Tal conjunto conformaría una suerte de corporación de todas las corporaciones del reino.

      Cuando la nación entendida como «espíritu público», usualmente asociada a un Estado monárquico, se superpone con la soberanía popular, surge el concepto de nación propio del primer liberalismo. La nación es ahora un cuerpo de ciudadanos con derechos y deberes dotado de una «voluntad general», expresada a través de un sistema representativo y teóricamente depositario de la decisión última sobre los «asuntos públicos» (principio de soberanía nacional). Frente a esto, la nación romántica convierte al carácter nacional en un espíritu metafísico que atraviesa personas y territorios, alcanzando un estatuto de entidad y diferenciación esencial particular y genuino. Sabemos que, a medida que avance el siglo XIX, el liberalismo conservador disolverá el contenido democrático del primer nacionalismo liberal y por lo tanto empezará a desarrollarse una nación liberal «moderada» (por ejemplo, como la descrita para España en Garrido Muro, 2013, y Gómez Ochoa, 2019). De esta manera, la defensa de la nación como un sujeto independiente y propietario del Estado comenzará a expresarse de una manera mucho más restringida en términos de participación política, acercándose en la práctica a esas formas etnotípicas politizadas que los reaccionarios esgrimían ante los revolucionarios. Sin embargo, dar cuenta de los orígenes del enfrentamiento entre conservadores y demócratas durante el resto del siglo XIX queda fuera de este estudio. Por lo tanto, el «concepto liberal» de nación aquí utilizado será de forma primaria y, salvo indicación contraria, el correspondiente a su inicial desarrollo revolucionario.

      1 A lo largo del desarrollo del debate clásico, la clasificación cuatripartita de Anthony Smith (modernismo, etnosimbolismo, perennialismo y primordialismo) ha tenido un enorme éxito. De entre las muchas obras de este autor, un resumen propio puede encontrarse en Smith (2009). Es también imprescindible la síntesis de Özkirimli (2017), donde se tratan los principales tipos de modernismo, desde las versiones más asociadas a las teorías de la modernización, como la de Gellner (2008), hasta las más independientes de esos modelos, como Anderson (1983). Un problema de este tipo de obras es su frecuente desconocimiento de las producciones de tradiciones no angloparlantes, como Hermet (1996), Thiesse (2001), Álvarez Junco, Beramendi y Requejo (2005), Dieckhoff y Jaffrelot (2006), Langewiesche (2012) o Mira (2005).

      2 El modernismo es claramente dominante en la historiografía española. Uno de sus defensores ha sido Álvarez Junco, para quien «Ni Smith ni Llobera rechazan, por tanto, frontalmente las tesis “modernistas”. Lo que hacen es distinguir entre nacionalismos modernos y fenómenos mucho más antiguos, como las “etnias” –Smith–, las “tradiciones culturales” o los “patriotismos” –Llobera–. Vistas así, sus posiciones son compatibles con la nueva visión modernista. La principal diferencia sería que lo que ellos llaman nacionalismos no son sino patriotismos étnicos, pues no se apoyan en la afirmación de la soberanía colectiva de esas etnias sobre un cierto territorio, fenómeno característico y exclusivo del nacionalismo moderno» (Álvarez Junco, 2016: 19). Contrástese esta postura con el propio Smith (2009: 44): «if nations are formed over long periods, we might expect to be able to trace the origins of some nations, at least, well before the advent of modernity. Unless we equate the concept of the nation with the ‘modern nation’ tout court, we could entertain the idea of nations existing in the Middle Ages», o Llobera (1994: 219-220): «Nations are the precipitate of a long historical period starting in the Middle Ages», «nations pre-date modern classes» y «Nationalism stricto sensu is a relatively recent phenomenon, but a rudimentary and restricted national identity existed already in the medieval period». En esta línea, véanse también Hutchinson (2017) y Ballester Rodríguez (2018).

      3 Así sería para el etnosimbolismo del mencionado Smith (2009) y los autores que este último llama perennialistas y primordialistas, como Hastings (1997) o, en un caso mucho más claro de deformación conceptual, Gat (2013). Para la crítica de este último, Álvarez Junco (2016: 20-22). Sobre las insatisfacciones ante el modernismo y la necesidad de una fase «premoderna» en la historia de los fenómenos nacionales, véase también Jensen (2016). Ideas medievales de nación en Reynolds (2005) y Hoppenbrouwers (2007).

      4 La respuesta en Hirschi (2014), que fue a su vez contestada en Leerssen (2014b).

      5 La definición que formula Leerssen (2006: 17) de etnotipos es «commonplaces and stereotypes of how we identify, view and characterize others as opposed to ourselves».

      6 El término patria procede de la palabra latina pater (padre). La terra patria es entonces la tierra «del padre» o de los antepasados. Por lo tanto, equivale al sentido clásico de la familia o el clan, pero ya con una prefiguración territorial de límites difusos. Los ilustrados recrearán el sentido clásico-romano del término, en tanto que las élites de la República romana se consideraban descendientes de una agrupación de tribus. El pensamiento escolástico también lo utilizará, pero esta vez como una extensión del cuarto mandamiento (cf. Catroga, 2010, y Leerssen, 2006: 13-102).

      7 Martin Thom (1995) elabora un argumento de transición en torno a estas mismas cuestiones, destacando el contraste entre las libertades antiguas de los ilustrados, muy inspiradas en las ciudades grecorromanas, y las libertades primitivas de las tribus germánicas, que tanto gustaban a los románticos. Sin embargo, Thom se centra más en la Francia revolucionaria como escenario del cambio que en los intelectuales alemanes después de la invasión napoleónica.

      8 Hay una tradición interesante de estudios sobre nación y nacionalismo que emplea las entrevistas como fuente y comparte buena parte de los fundamentos teóricos de este trabajo. Ejemplos en Karakasidou (1997), Burell (2006), Uzun (2015) y, en otro orden de cosas, Knott (2015).

      9 De forma paralela, la literatura académica sobre el Estado ha dado también un giro cultural, antropológico y experiencial:

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