Relatos de vida, conceptos de nación. Raúl Moreno Almendral

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Relatos de vida, conceptos de nación - Raúl Moreno Almendral Historia

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de Sauvigny y Fierro (1988), Amelang (1998), Daly (2013) o Hagist (2012).

      Los autores de las narrativas que se analizan en este trabajo vivieron en un mundo marcado por la revolución y la reacción, a partir del cual surgieron las condiciones definitorias de la contemporaneidad. La mezcla de los cambios más o menos radicales con numerosas continuidades, reales o recreadas, ha sido frecuentemente resumida a través de los conceptos «crisis del Antiguo Régimen» y «era de las revoluciones».20

      El concepto de Ancien Régime fue, como el de Edad Media, ajeno a las personas que vivieron en aquella época. Fue una caracterización a posteriori, muy querida por aquellos que querían destruirlo y que enlaza con la influencia de los esquemas «premoderno/moderno» en el pensamiento historiográfico. Además, facilita la distorsión en la comprensión de la Europa posrevolucionaria, según la cual lo que querían y llevaron a cabo los enemigos de la Revolución habría sido simplemente «volver al Antiguo Régimen» (véase Caiani, 2017).

      Por su parte, «era de las revoluciones» es muy efectivo para captar esa idea de «momento bisagra» entre la época moderna o Early Modern Times y la época contemporánea o Modern Times; sin embargo, al centrarse tanto en lo que cambia, se corre el riesgo de subestimar las continuidades respecto al mundo anterior (Mayer, 2010). Además del problema metahistórico sobre «los orígenes de la modernidad» que se le atribuye al periodo, tenemos la simple dificultad de marcar fechas de inicio y de final. Aun circunscribiéndonos a revoluciones políticas afines a la tradición liberal, no habría consenso en señalar cuál fue la primera: ¿la inglesa de 1642 o la de 1688? ¿La americana de 1776? ¿La francesa de 1789? Igualmente, ¿cuándo termina el ciclo revolucionario, que en Europa se prolonga en las oleadas de 1820, 1830 y 1848? ¿En el momento en que llega el liberalismo al poder en cada lugar? ¿Qué tipo de liberalismo? Todas las maneras de conceptualizar esta época y de sintetizarla se han enfrentado al desafío de definir lo que con diversas cronologías según los lugares llevó a las transformaciones en todos los ámbitos de la realidad humana propias del contexto temporal que sirve de marco a nuestro análisis.

      Entre los siglos XVIII y XIX se produjo una intensificación sin precedentes de la globalización y la presencia europea en el mundo con diversos grados de violencia y negociación. Esto se llevó a cabo en un periodo en el que la relación entre Estados, regida hasta entonces por un principio dieciochesco de equilibrio y ciertos códigos de comportamiento militar, se vio alterada por una etapa de auténtica guerra total, iniciada por las guerras revolucionarias. Las transformaciones intelectuales vinieron marcadas por las rugosidades, eclecticismos, contradicciones y limitaciones del pensamiento ilustrado en sus vertientes radical y conservadora.21

      Además, se señala que hubo cambios en la propiedad agraria encaminados a su explotación capitalista, la maduración en algunos lugares de sistemas sociales propios del mundo industrial, el cuestionamiento y después la caída del derecho divino de los monarcas como principio fundamental e incuestionable en la legitimación del poder político. También observamos la extensión de principios representativos que, en medio de amplios debates de carácter transnacional, generarían, por un lado, diversas formas de liberalismo más o menos inclusivas (entre ellos, el democrático) y, por otro, una redefinición reactiva del conservadurismo y tradicionalismo. Asimismo, se observa la pervivencia de culturas populares de raíces paganizantes, medievales y barrocas, a la par que el cosmopolitismo ilustrado daba paso a las diversas sensibilidades románticas.

      Conviene tener en cuenta que todos estos cambios a nivel macro se produjeron con ritmos variables, no siempre de manera lineal y, desde luego, no progresiva. A ras de suelo, diferentes generaciones convivieron en cada momento y encararon los acontecimientos desde etapas de desarrollo vital diferentes. De forma general, se podría distinguir una primera cohorte de aquellos que ya eran ancianos o adultos maduros en el momento de las sacudidas revolucionarias. Otra generación la compondrían los adultos jóvenes y la última sería la de aquellos nacidos durante o después de la revolución, educados ya en el nuevo mundo. En conjunto, las tres generaciones cubrirían las seis o siete décadas que van desde el último tercio del siglo XVIII hasta el primero del XIX. Un vistazo al corpus revelará la inclusión de individuos de las tres. Evidentemente, las cronologías dependen de la historia política de cada espacio, las interrelaciones entre ellos y el grado de participación de cada individuo en los problemas de cada época. Por ello, cada uno de los capítulos correspondientes a los estudios de caso se iniciarán con una breve contextualización histórica, seguida de un estado de la cuestión historiográfico.

      El modelo teórico que aquí se maneja para analizar la historia de los lenguajes de nación durante el periodo se ha elaborado a partir de dos fuentes. Por un lado, del trabajo general de Joep Leerssen (2006) y de otros autores cuyas propuestas conceptuales presentan una superación de la dicotomía moderno/premoderno (como Fernández Sebastián, 1994; Wilson, 2003; Matos, 2002). Por otro lado, de la inducción comparativa a partir de los usos en la documentación del término «nación» y sus equivalentes (véase el sexto capítulo para una profundización de la comparación). De esta forma, conviene señalar que a lo largo de la obra se alternan dos modalidades diferentes de «concepto»: la primaria responde al sentido koseckelliano de concepto como un significante, al que acompañan sus distintos significados (Koselleck, 2002: 4-6). Sin embargo, una vez recolectada la evidencia, se intenta reconstruir los conceptos en tanto que «estructuras cognitivas» que no pueden disociarse completamente de intenciones y contextos de utilización (Skinner, 1969: 48-49).

      En este sentido, es importante partir de la consideración de que los regímenes semánticos no deben entenderse como marcos totalizantes que puedan etiquetar a sujetos e identificarse completamente con periodos específicos. Si en este trabajo nos hemos posicionado en contra de una práctica académica que conforma sus categorías de análisis de espaldas al mundo de categorías de práctica que analiza, encontrar una forma satisfactoria de imbricar ambos planos, o sea, dar cuenta de la complejidad sin verse atrapado en ella, no está exento de peligros.

      Dado que nuestra apuesta para lidiar con esta cuestión consiste en el estudio de los usos de la categoría «nación» y sus términos equivalentes y asociados, no puede extrañar que este criterio también se utilice a la hora de interpretar las continuidades y transformaciones conceptuales comunes a los cuatro casos. Y estas permiten a su vez formular, en diálogo con la historiografía citada, una serie de tipologías conceptuales que den cuenta de la problemática sobre la modernidad de las naciones que ha sido expuesta en este capítulo.

      De esta forma, en lo que concierne a la historia de la era de las revoluciones y a la transición que nos interesa explicar, distinguimos cinco conceptos de nación: el genético, el etnotípico no politizado, el etnotípico politizado, el liberal y el romántico.22 Huelga decir que estos dos últimos son los que darán lugar a las tradiciones nacionalistas que han sobrevivido hasta nuestros días. Aunque puedan coexistir sincrónicamente, se podría decir que unos tipos se construyen a partir de otros; no obstante, afirmar una linealidad causal en la evolución es problemático. Los dos primeros son claramente dieciochescos, el cuarto y el quinto pertenecen al mundo revolucionario y posrevolucionario, mientras que el tercero está en una posición intermedia. Además, hay algunos espacios semánticos de superposición entre ellos en los que se observan más variaciones y la aparición de otros significantes.

      Lo que hemos llamado concepto genético de nación, entendido en su acepción de «perteneciente o relativo a la génesis u origen de las cosas» (segunda acepción del Diccionario de la Real Academia Española), es uno de los más antiguos, desde luego claramente anterior al siglo XVIII. Los sujetos del corpus lo utilizan en sentido genealógico/natalicio. Es asistemático y usualmente carente de un conjunto de rasgos derivados del encuadramiento en esa entidad colectiva. Cuando el «lugar» es stricto sensu, puede acercarse a una de las ideas continentales de «patria» (así, podemos encontrar «Milán, mi patria» o «milanés de nación»). Una variante de esto, muy querida

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