Argumentos. Tomás Miranda Alonso

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Argumentos - Tomás Miranda Alonso Encuadres

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siendo la guerra el medio utilizado por muchos pueblos para resolver sus conflictos; que el terror es el instrumento que bastantes grupos emplean para intentar imponer sus ideas y sus proyectos; que el genocidio sigue siendo la herramienta utilizada para eliminar al otro, al diferente; que las alianzas militares y las campañas bélicas son presentadas como cruzadas que tienen por objeto conseguir una justicia infinita o una libertad duradera; que las mujeres continúan siendo víctimas de la violencia de género; que el llamado (des)orden internacional, asentado en la racionalidad de la civilización liberal de mercado, está produciendo el hambre, la pobreza y la exclusión de millones de víctimas. Por otro lado, es cada vez más frecuente el espectáculo de muchos de nuestros representantes públicos que, en vez de buscar con argumentos lo que conviene al bien común, se dedican a insultarse, a descalificarse mutuamente, a actuar solo pensando en la rentabilidad partidista, y a oponerse a cualquier proyecto que provenga de otro grupo por el simple hecho de no haber sido propuesto por ellos. Incluso en mis clases del instituto cada vez cuesta más que los estudiantes respeten disciplinadamente las reglas del diálogo argumentativo: razonar supone un esfuerzo riguroso que pocos están dispuestos a hacer. Y junto a esto, la extendida creencia de que en cuestión de opiniones cada uno tiene la suya y que todas merecen ser respetadas: «Es mi opinión, y merece respeto» es una expresión que se repite con frecuencia, sobre todo cuando le pides a alguien que justifique por qué piensa de determinada manera sobre un tema. Pero si fuera verdad que todas las opiniones valen lo mismo, entonces no tendría sentido dialogar, ni buscar buenos argumentos para descubrir y apoyar las mejores. La persona que se implica en un diálogo argumentativo parte del supuesto de que merece la pena esforzarse por conseguir conocimientos verdaderos o verosímiles y por establecer normas de convivencia que puedan ser calificadas como correctas o justas, aunque, por supuesto, siempre de un modo provisional. Los que consideran que no se puede llegar a conocimientos verdaderos o los que creen que la verdad solo está de su parte no pueden participar en un diálogo argumentativo sincero. Todas las personas merecen respeto por el hecho de serlo, pero no es verdad que todas las opiniones merezcan el mismo respeto: las que niegan a otros el derecho de pensar y de expresarse, las opiniones sexistas, xenófobas, racistas, fascistas, y, en definitiva, las que no reconocen a otros individuos su condición de personas no pueden ser respetadas, pues cierran las puertas del diálogo a determinados grupos. No se puede justificar argumentativamente la postura de aquel que impide que otras personas participen en el diálogo. Tampoco son respetables los discursos que sirven para justificar y apoyar la dominación del hombre por el hombre.

      En medio de esta ola de misología que nos invade, la pretensión de este material es fomentar la filología, es decir, el amor por los razonamientos, por las palabras que tejen argumentos. El filólogo, tal y como aquí lo entendemos, es el hombre y la mujer que ha tomado la decisión de usar la palabra, las razones, como instrumentos de investigación y de solución de problemas, una palabra que sabe que no le pertenece en exclusividad y que le lleva necesariamente a abrirse al otro mediante el diálogo. Pero no hay que entender el diálogo como un instrumento mediante el cual los diferentes discursos se reducen al final a uno solo. Pensamos que el diálogo ha de potenciar y respetar también la polifonía, donde diferentes voces tienen cabida y donde la belleza se logra precisamente al permitirle a cada una mantener su especificidad dentro de un conjunto armónico. No entendemos el diálogo argumentativo como una guerra en la que al final una parte queda vencedora, al ser derrotada la otra. Preferimos la metáfora que nos lo presenta como el esfuerzo interpersonal o intercomunitario por generar y posibilitar el entendimiento entre distintos puntos de vista, que se enriquecen mutuamente sin que necesariamente tengan que disolverse en un único discurso. Dicho en términos culturales, no se trata de que una cultura se integre en otra y desaparezca, sino de ser capaces de mantener un auténtico diálogo intercultural para crear un espacio en el que sea posible la pluralidad, pero también la justicia.

      Entiendo el filosofar como el ejercicio de un tipo de racionalidad que nos permita pensar la complejidad, para lo cual ha de facilitar el diálogo entre las diferentes disciplinas que tienen como objetivo entender la realidad, y ha de integrar los distintos puntos de vista desde los que esta es interpretada. El pensamiento filosófico se ejercita en las fronteras que artificialmente se establecen entre los distintos sistemas de conocimiento y tiene como misión ensanchar los límites de estos y ampliar, de este modo, nuestro horizonte de comprensión. La misión de la filosofía es la de urgir y viabilizar un pensamiento complejo, en un proceso que no tiene final, ya que la realidad cambia constantemente. La tarea filosófica consiste en posibilitar una manera de mirar y contemplar la realidad que nos permita una comprensión profunda de esta (theoria) y nos descubra también todas las posibilidades de transformación que ella encierra. Solo un pensamiento de este tipo será capaz de orientar una acción (praxis) liberadora de las cadenas que nos mantienen a los prisioneros actuales amarrados ante las sombras. La filosofía ha de tejer con el mayor número posible de filamentos la red que debemos utilizar para intentar comprender la realidad en su integridad, una realidad que es polimórfica y que no puede ser entendida si solo se la mira desde una única perspectiva. La filosofía es la voz que continuamente nos despierta del sueño placentero que nos invade cuando creemos dogmáticamente que ya hemos llegado al final del camino, recordándonos que siempre cabe otra forma de pensar y que siempre podemos ensayar otras formas de relacionarnos, porque el que tenemos no es nunca el único mundo posible.

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