Ecoxicanismo. Maite Aperribay-Bermejo
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Las desigualdades Norte-Sur, al igual que la de género, también se reflejan en la esfera sanitaria y medioambiental. No cabe duda de que la contaminación de la naturaleza guarda relación directa con muchas enfermedades. Somos responsables directa o indirectamente de, entre otros, explosiones en reactores nucleares (Chernóbil, Fukushima), de vertidos de lodo tóxico en Hungría, y de vertidos de fuel al mar (Prestige, BP): “Los riesgos medioambientales son mayores para las mujeres de barrios populares con fábricas contaminantes y vertederos, para las trabajadoras de ciertos sectores industriales y de la agricultura que emplea agrotóxicos. También lo son para las habitantes más humildes de los países empobrecidos” (Puleo, “Ecofeminismo: la Perspectiva de Género” 2). La huella del ser humano es innegable en cualquier invasión y contaminación, sea de nuestros cuerpos como de nuestro entorno. Somos parte activa en lo que a la degradación de la naturaleza se refiere: destruimos, construimos y consumimos sin miramientos. Muchos desastres naturales están relacionados con la actividad económica e industrial: la industria, la producción, el consumo o el transporte, que permiten nuestro “progreso”, producen una enorme contaminación. A esta contaminación y maltrato a la naturaleza hay que añadirle los cuantiosos desperdicios que generamos, y que no somos capaces ni de reducir, ni de reutilizar, ni de reciclar. Los residuos que tiramos sin miramientos han creado grandes manchas de plástico que flotan en el océano Pacífico y que provocan estragos entre la fauna marina (García 2018). La diferencia Norte-Sur es abismal, y el afán de crecimiento del Primer Mundo y la explotación del Tercer Mundo están directamente relacionados. Prueba de ello es, por ejemplo, que, pese a las prohibiciones, países subdesarrollados como China, India, Nigeria, Pakistán o Ghana se hayan convertido en vertederos de hasta el 80% de la basura electrónica generada por EE. UU., Japón o la Unión Europea (Urbina Joiro, 40).
Además, debido al hecho de que la economía capitalista se basa principalmente en transacciones económicas generadas por el consumo, muchos bienes son cada vez más perecederos, hasta el punto de que estos se producen con una obsolescencia programada, que implica una corta vida útil y un gran número de residuos. Algo parecido ocurre con los alimentos que consumimos, ya que se calcula que, basándonos en sus fechas de caducidad, cada europeo desperdicia cientos de kilos de alimentos al año. Esto no hace más que evidenciar que la lucha por un mundo más equilibrado requiere esfuerzo y un modo de vida más respetuoso con lo que nos rodea y con lo que no, ya que uno de los principios de la ecología defiende que todo ser vivo está relacionado, siendo la degradación de la naturaleza fuente de pobreza, cuyas principales víctimas son las mujeres y los niños. Como afirma Puleo, “de acuerdo con las estadísticas, las mujeres somos las primeras perjudicadas por la contaminación medioambiental y las catástrofes ‘naturales’. … Sin embargo, por lo general, no se visibiliza la relación entre la estratificación de género y los problemas medioambientales” (Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 11).
Hoy en día la ecología forma parte de los movimientos reivindicativos sociales y, aunque para algunos prevalezcan los intereses económicos, parece que son cada vez más los que comprenden que el ritmo actual de desarrollo, consumo y contaminación es insostenible, y en consecuencia luchan por un cambio hacia la ética y la justicia social y medioambiental. En este sentido, son muchas las voces que se han alzado a favor del decrecimiento sostenible, una filosofía práctica de vida, que consiste básicamente en olvidarse del crecimiento económico constante: “el decrecimiento aparece como la otra gran propuesta paralela de cambio social y económico. La agroecología, con sus técnicas no contaminantes del suelo ni destructoras de la biodiversidad, y las redes de comercio justo son opciones ecológicas y sociales reales” (Puleo, Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 11). En este contexto de lucha en favor del medioambiente surgió hace un par de años el movimiento Fridays For Future, originado por Greta Thunberg. Esta adolescente sueca se sentó a diario durante tres semanas frente al parlamento sueco para protestar en contra de la inacción ante la crisis medioambiental. Publicó su protesta en redes sociales y en poco tiempo se volvió viral. Decidió entonces continuar con su huelga todos los viernes y su lucha se fue extendiendo a decenas de países, en los que los estudiantes se movilizaron “para visualizar la situación de emergencia climática y reivindicar a los gobiernos medidas urgentes para combatirla” (Rocabert Maltas 2019, n.p.), puesto que serán los jóvenes de hoy en día quienes vivirán esa crisis climática.
La preservación de la naturaleza implica una ética de respeto. En la introducción a The Cambridge Introduction to Literature and the Environment (2011), Clark recoge la siguiente afirmación de Brulle: “Questions about preservation of the natural environment are not just technical questions; they are also about what defines the good and moral life … These are fundamental questions of defining what our human community is and how it should exist” (1). Esto es, por ejemplo, una de las máximas que defiende el ecofeminismo; una manera de interpretar el mundo respetuosa con la naturaleza, pero también con la vida y la salud de los seres que habitan el mundo, cuya principal finalidad es lograr un equilibrio que subraye que el progreso no puede estar reñido con el respeto a la vida y la naturaleza, y sobre todo la consecución de la igualdad entre los seres. El ecofeminismo es un movimiento cuya filosofía no se limita a lograr un cambio a nivel local (my backyard) sino que defiende un cambio permanente y global (everyone’s backyard), con consignas ecologistas como “think global, act local”. Es un movimiento que propugna el respeto, la defensa de la vida, la naturaleza y la mujer. Como sostiene Puleo, el ecofeminismo aboga por romper con la división entre la naturaleza y la cultura, al tiempo que reivindica que tanto hombres como mujeres pertenecen a ambas esferas (Ecofeminismo para Otro Mundo Posible 20). El ecofeminismo es por tanto un movimiento o filosofía interdisciplinar que defiende la justicia social y la justicia medioambiental.
Existen numerosos estudios y antologías de la literatura chicana feminista o Xicanisma, sobre su trasfondo histórico y social o su recepción. Al mismo tiempo existen numerosas obras y antologías sobre la praxis ecologista y/o ecofeminista. De reciente publicación es la obra Latinx Environmentalisms. Place, Justice, and the Decolonial (2019), editada por Sarah D. Wald, David J. Vázquez, Priscilla Solis Ybarra y Sarah Jaquette Ray. Otras grandes aportaciones son Writing the Goodlife: Mexican American Literature and the Environment (2016) de Priscilla Solis Ybarra y Ecological Borderlands. Body, Nature, and Spirit in Chicana Feminism (2016) de Christa Holmes. Mientras que la obra de Ybarra realiza un resumen de la ecocrítica chicana desde mediados del siglo XIX, en la segunda obra se analizan ejemplos de producción ecofeminista en las artes visuales, pero no específicamente en la literatura. Existen algunos capítulos o artículos que tratan en cierta medida la crítica ecofeminista presente en alguna de las obras del corpus de trabajo, como por ejemplo el capítulo “Ecocritical Chicana Literature: Ana Castillo’s “Virtual Realism” de Kamala Platt (publicado en el Ecofeminist Literary Criticism editado por Gaard y Murphy en 1998) o el artículo “The Nature of Chicana Literature: Feminist Ecological Literary Criticism and Chicana Writers” de María Herrera-Sobek (publicado en la Revista Canaria de Estudios Ingleses 1998), o su capítulo “Writing the Toxic Environment: Ecocriticism and the Chicana Literary Imagination” (publicado en A Contested West: New Readings of Place in Western American Literature editado en 2013 por Simonson et al.).
Ahora bien, la cuestión que se plantea en este libro está fundamentada en la denuncia de la explotación social (racial, de género, de clase…) y medioambiental que predomina en numerosas obras literarias de autoras chicanas de los años noventa, en concreto en So Far from God (1993) de Ana Castillo, Cactus Blood (1995) de Lucha Corpi, Under the Feet of Jesus (1995) de Helena María Viramontes y Heroes and Saints (1994) y Watsonville: Some Place Not Here
(1996) de Cherríe Moraga.
Son varios los motivos que me han llevado a la elección de estas obras. Por un lado, las características que comparten: son obras