Ecoxicanismo. Maite Aperribay-Bermejo
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Por todo ello resulta oportuno mostrar la producción literaria ecofeminista de un colectivo de mujeres pertenecientes a una minoría, cuya ficción literaria refleja la realidad que les ha tocado sufrir, y en la que se defienden muchos de los principios ecofeministas, ya que la literatura chicana contemporánea está estrechamente ligada a la lucha en pro de la justicia social y medioambiental, una lucha esencial del propio pueblo chicano. Este pueblo ha estado históricamente marcado por la conquista. Desde el descubrimiento de América los territorios del actual Suroeste norteamericano han sido escenario del mestizaje de razas y culturas. Desde la conquista española en el siglo XV el reparto territorial ha variado hasta que la actual frontera entre México y Estados Unidos fue trazada en 1848. Fue entonces, cuando tras perder la guerra de 1846-1848 y firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, México perdió gran parte de sus territorios en favor de los EE. UU.. Estos territorios anexionados forman actualmente el Suroeste norteamericano, y desde la conquista de los españoles han sido escenario del mestizaje, ya que salvo por unas décadas de independencia, han estado siempre bajo el yugo de otros pueblos, cuya violencia han padecido. La firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo y las nuevas fronteras políticas supusieron para los habitantes de estas tierras un nuevo reto de adaptación, puesto que de la noche a la mañana territorios que pertenecían a México pasaron a pertenecer a los Estados Unidos. Quienes habitaban esas tierras se enfrentaron a una nueva realidad, a un idioma extraño y a una cultura diferente, que no los trataba como a iguales: “in the newly acquired southwestern frontier, Anglo settlers frequently treated the Hispanic population much like it deal with the native Indian population: as people without rights who were merely obstacles to the acquisition and exploitation of natural resources and land” (Fernández y González 1).
Las tensiones entre ambas comunidades han dado desde entonces pie a diversos conflictos culturales y raciales, y la falta de oportunidades educativas, la segregación racial y los constantes abusos policiales en los años cuarenta y cincuenta propiciaron la creación de diversas organizaciones que luchaban en pro de los derechos de la comunidad chicana. En 1957 se promulga la Ley de Derechos Civiles, creándose una comisión que investigaría las denuncias de discriminación y los abusos contra los afroamericanos, los mexicanos y los latinos en general. En esta época es cada vez mayor la conciencia de raza y las minorías son cada vez más conscientes de la discriminación que padecen. En la década de los sesenta los chicanos comienzan a organizarse en su lucha contra la opresión que padecen y uno de los mayores hitos del Movimiento Chicano será la creación de la United Farm Workers (UFW) en los campos de cultivo de California. En estos campos históricamente se empleaba mano de obra barata que provenía, sobre todo, de la inmigración, del Programa Bracero y del campesinado chicano. En 1942 EE. UU. y México llegaron a un acuerdo para reclutar mano de obra mexicana. Los primeros padecían escasez de trabajadores como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, y México estaba sumido en una depresión económica. Tras pasar unos duros procesos de selección, los trabajadores mexicanos eran contratados para trabajar –casi siempre a modo temporal– en los campos de cultivo o en la construcción de ferrocarriles. Los acuerdos, que se prorrogaron hasta 1964, tomaron el nombre de Programa Bracero, y en sus diversas campañas dos millones de mexicanos obtuvieron un contrato laboral, pero padecieron después unas pésimas condiciones laborales, puesto que el proceso en general “era físico, emocional y económicamente difícil para los aspirantes” (Smithsonian. National Museum of American History 2).
En esa misma época en la que los problemas de discriminación racial estaban a la orden del día, comenzó a hacerse pública también la preocupación por la contaminación ambiental. En 1962 se publicó el Silent Spring de Rachel Carson, que denunciaba los devastadores efectos del DDT sobre la vida silvestre. Gracias a esta obra y a otras investigaciones, en 1970 el Congreso norteamericano creó la Agencia de Protección Ambiental (EPA), y más tarde el Gobierno prohibió el uso del DDT. El mismo año de la publicación de Silent Spring se fundó el primer sindicato de campesinos chicanos, que unos años más tarde adoptaría el nombre de United Farm Workers (UFW). La UFW es una organización en favor de la justicia social y medioambiental que desde su creación se encarga de luchar desde una militancia no violenta –basada en boicots, marchas o huelgas de hambre– por unas condiciones laborales y de salubridad dignas, al mismo tiempo que informa tanto al campesinado como a los consumidores de los peligros del uso de pesticidas y del consumo de productos tratados con estos, peligros que eran evidentes en los numerosos casos de contaminación, malformaciones, enfermedades, cánceres y fallecimientos atribuibles al uso de dichos pesticidas.
El Movimiento Chicano supuso un proceso sociopolítico muy complejo que abarcaba diferentes flancos de acción. Si los años sesenta fueron una década muy agitada –recordemos los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy– y plagada de huelgas y protestas, los años setenta no lo fueron menos. En esta década surgió también con fuerza el feminismo, y las mujeres chicanas comenzaron a luchar en contra del patriarcado y el machismo. Con el tiempo se percataron de que su situación era diferente a la de mujeres de otras razas, por lo que decidieron adoptar el término Xicanisma, en el que reconocen características diferenciadoras con respecto a otros colectivos de mujeres. En estos años setenta la segunda ola del feminismo coexiste con las luchas campesinas, con el movimiento ecologista y con el pacifista.
Las protestas del colectivo chicano en esta década siguen persiguiendo las mejoras laborales, pero principalmente la salubridad en el entorno laboral, puesto que en aquel momento ya se cifran las víctimas de pesticidas en el entorno agrícola californiano: “en 1973 murieron mil quinientos campesinos envenenados por los pesticidas … ; ochenta mil niños menores de dieciséis trabajan en el campo … siendo frecuentes las muertes infantiles por el envenenamiento de los insecticidas, tuberculosis y accidentes de trabajo” (Calvo Buezas 108). Desde el surgimiento del Movimiento Chicano uno de sus mayores caballos de batalla ha sido la lucha contra la contaminación medioambiental a la que se ven expuestos los trabajadores, y tal y como afirma Kirk, “[t]he conviction that ecological, economic, and cultural survival are inextricably intertwined is an underlying theme within this movement” (183).
Históricamente el pueblo chicano ha estado muy unido a la tierra, que muchos consideran sagrada, por lo que abogan por una convivencia con la tierra y no por la explotación de la misma. Por ello no resulta sorprendente que el medioambiente juegue un papel importante en otros frentes del Movimiento, como es el caso de La Raza Unida Party, cuyo programa de 1970 rezaba: “the pollution of our environment is a crime against our people. ... To la Raza Unida party ecology is just one aspect of the manifold problems that we face” (Camejo, 9-10). Se podría afirmar que el Movimiento Chicano estaba en la avanzadilla de la justicia medioambiental, puesto que sus acciones en favor de la conservación de la naturaleza y la convivencia en armonía con la misma son anteriores a la creación del Club de Roma en 1970 y de la celebración, en 1972, de la Conferencia de las Naciones Unidas de Estocolmo, que dio comienzo a las políticas ambientales internacionales.
El ecologismo moderno experimenta un gran auge en la década de los ochenta, y como consecuencia nace en los Estados Unidos el Movimiento de Justicia Ambiental o Environmental Justice Movement. Es entonces, a comienzos de los ochenta, cuando Benjamin F. Chavis acuña el término de racismo medioambiental, que define como: “racial discrimination in environmental policy-making and enforcement of regulations and laws, the deliberate targeting of communities of color for toxic waste facilities, the official sanctioning of the presence of lifethreatening poisons and pollutants in communities of color” (xi-xii). Según Peña, el movimiento de justicia ambiental chicano “is not so much about the preservation of nature and wilderness as it is about struggles to confront daily hazards and threats to health and well-being in environments where we live and