Danzar con tu sombra . Kim Nataraja

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Danzar con tu sombra  - Kim Nataraja Sauce

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que tiene lugar más allá del tiempo y del espacio de nuestra realidad material habitual. Además, Bede Griffiths dice: «Cuando la mente humana alcanza cierto punto de experiencia, llega a este mismo entendimiento, y eso es lo que constituye la filosofía perenne». Se refiere a la forma intuitiva de entender, y no a la racional, una función predominantemente de la parte derecha del cerebro, no de la izquierda.

      La filosofía perenne afirma con seguridad que hay una Realidad última que es al mismo tiempo universalmente inmanente y trascendente en la creación. La realidad que podemos percibir con nuestros sentidos está integrada en y sustentada por esta Realidad dominante. La cualidad esencial de esta Realidad superior es que no pueden alcanzarla los sentidos ni la mente racional: los pensamientos o imágenes no pueden expresarla con claridad; es incomprensible e inefable. Pero hay algo en el eterno yo más profundo de un ser humano, más allá del ego personal, que tiene algo en común con esta Realidad última y puede, por tanto, relacionarse con ella. Es la base de nuestro yo personal que compartimos con los demás y con toda la creación; es ahí donde somos uno.

      Todos poseemos esa esencia, el yo. La filosofía perenne sostiene la firme convicción de que todos, no solo los tipos «místicos», pueden, pues, alcanzar la unión con la Informidad última, independientemente de cómo se manifieste esta: nirvana, no mente, iluminación, unión con la deidad. Al practicar la meditación como una disciplina espiritual contemplativa seria, nos hacemos personalmente conscientes de este innato potencial para la unidad omniabarcante y nos transformamos poco a poco por la gracia para estar cada vez más sintonizados con este nivel de conciencia más elevado.

      La energía del aspecto del yo de nuestro ser se reflejará con una energía similar en la Realidad divina:

      Todo lo que está limitado por forma, apariencia, sonido y color

      es llamado objeto.

      Entre todos ellos, solo el hombre

      es más que un objeto.

      Pero, al igual que los objetos, tiene forma y apariencia.

      No está limitado a la forma. Es más.

      Puede alcanzar la informidad.

      (CHUANG TZU)

      LOGROS ESPIRITUALES

      No hay nada por lo que luchar; no es un logro. Solo hemos de recordar que este don divino es inherente a nuestra naturaleza humana. La esperanza y la confianza que provienen de saber que tenemos este potencial innato hacen que nuestra práctica sea significativa y la eleva del terreno de la mera relajación. Todas las tradiciones aseguran que no hay un logro definitivo, y que los denominados logros a lo largo del sendero espiritual son solo subproductos y no se les debería prestar atención.

      «Logro», «meta», son términos del ego, y, por tanto, no son relevantes en este sendero. Sin embargo, esto, de nuevo, es ir a contracorriente, dado que estamos fuertemente condicionados para valorar los logros y estamos programados para darles la mayor prioridad.

      Los Padres y Madres del desierto del siglo IV (véase el Epílogo) también vieron la búsqueda del logro como algo provocado por la desviación de las fuerzas emocionales del ego: los demonios. Buda también pensó brevemente en los logros, y los llamó vehículos del ego:

      Buda estaba caminando a la orilla de un río y se encontró con un sadhu que parecía estar sentado en profunda meditación. Cuando el hombre dejó de meditar, Buda le preguntó qué estaba haciendo con tanta intensidad.

      –Quiero cruzar el río caminando sobre las aguas.

      –Ya veo –dijo Buda, y prosiguió su camino.

      Durante los siguientes veinte años, Buda se cruzó en varias ocasiones con este hombre, que seguía intentando su objetivo sin conseguirlo aún. Por fin, un día, mientras Buda pasaba por allí cerca, el sadhu, con una gran sonrisa, le dijo a Buda que por fin podía caminar sobre las aguas. Buda le felicitó, pero luego le preguntó suavemente si quizá no habría sido más sencillo pagar al barquero.

      La perspicacia repentina, los cambios de consciencia, la experiencia kensho y la iluminación no pueden provocarse solo con el mero esfuerzo. Cuanto más tratemos de alcanzarlas, más lejos parecerán alejarse.

      La transformación tendrá lugar solo cuando abandonemos nuestras aspiraciones para lograrla y todo voluntario esfuerzo que nos atrape en nuestra mente superficial. La gracia podrá entrar. La actitud deseada es la de desapego de todo lo que pueda o no pueda pasar, que ilustra maravillosamente este dicho de El camino de Chuang Tzu:

      Cuando un arquero dispara porque sí,

      está en posesión de toda su habilidad.

      Si está disparando por ganar una hebilla de bronce,

      ya está nervioso.

      Si dispara para conseguir un galardón de oro,

      se ciega

      o ve dos blancos...

      ¡Pierde la cabeza!

      Su habilidad no ha variado. Pero el premio

      lo divide. Está preocupado.

      Piensa más en vencer

      que en disparar...

      Y la necesidad de ganar le resta poder.

      ESPIRITUAL VERSUS PSÍQUICO

      Hay que destacar la importancia del desarrollo espiritual, moral y emocional que se producen de forma paralela. La consciencia más elevada que se obtiene en la meditación, el siguiente paso en nuestro crecimiento espiritual evolutivo, debe llevar a un cambio real de todo el ser, y solo así conducir al equilibrio y la armonía. Si todos estos aspectos no crecen uno junto a otro, puede surgir una potencialmente peligrosa unilateralidad. No es extraño ver maestros, avanzados espiritual y psicológicamente, cuyo desarrollo moral y emocional y cuyas habilidades interpersonales son muy escasos, con consecuencias muy lejos de ser deseables.

      La energía que se libera al seguir una práctica contemplativa puede utilizarse para la percepción y la transformación en todos los niveles que llevan al plano espiritual. Pero puede también ocurrir que el ego que no desee abandonar su posición dominante se aproveche de ello, evite futuros crecimientos y secuestre los llamados logros en el sendero espiritual. Jung denominó a esto el peligro de la inflación. El contacto con el yo más profundo, el Espíritu, da entonces como resultado una exagerada visión de uno mismo. Pensamos que somos especiales; nos sentimos superiores, contemplamos presuntuosamente a los demás desde arriba; nosotros lo sabemos mejor, lo sabemos todo. Y antes de que nos demos cuenta sufrimos un complejo de superioridad, que con el tiempo puede convertirse en megalomanía. El ego se ha apropiado de todo lo que la profundidad espiritual de nuestra naturaleza ha hecho posible. Esto puede conducir a la afectación y a la exageración de la práctica. Como se hace en el marco equivocado de la mente, es contraproducente y puede incluso llegar a ser peligroso.

      Uno de los logros es el resurgimiento de las capacidades psíquicas, que el ego confunde con el objetivo del viaje. Las capacidades psíquicas pudieron haber sido fuerzas humanas elementales que todos poseíamos en

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