Danzar con tu sombra . Kim Nataraja

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Danzar con tu sombra  - Kim Nataraja Sauce

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desarrollo del lenguaje, estas primeras capacidades quizá se abandonaron.

      Pero la nueva fase evolutiva de nuestro desarrollo puede requerir la construcción de vínculos entre las antiguas y nuevas capacidades intelectuales e intuitivas: de ahí el resurgimiento de las capacidades psíquicas cuando meditamos. En términos neuropsicológicos, se activan senderos neurales entre el lado izquierdo del cerebro –el aspecto racional– y el lado derecho –el aspecto intuitivo, holístico–. El cerebro sigue el ejemplo que ha comenzado nuestra disciplina, integrando al mismo tiempo lo que somos.

      Sin embargo, concentrarse en estas capacidades y recalcarlas en exceso son pasos retrógrados. El verdadero crecimiento espiritual está obstaculizado, y el resultado es el estancamiento. Lo que hacemos es permanecer en el plano material; de hecho, el ego nos atrapa en esa realidad. Puede que experimentemos ocasionales atisbos de una dimensión espiritual, pero no entenderemos el verdadero significado que tiene. Lo consideramos como otro logro, como el alcance de otro nivel de potencial humano, señal de que hemos alcanzado un nivel superior de consciencia; de nuevo lo usamos para alimentar el ego. El resultado es que no puede tener lugar ninguna transformación o integración del todo de nuestro ser, y que no emergerá el yo basado en dichas experiencias. Los beneficios psíquicos de la meditación y el conocimiento de diferentes niveles de consciencia serán evidentes, pero el bagaje emocional y los condicionamientos seguirán distorsionando la perspectiva sobre la realidad e influirán adversamente en nuestras acciones en la vida. La fuerza motriz en lo individual será la propia conveniencia más que la compasión.

      ORIENTACIÓN

      La tradición advierte de que cuanto más lejos avanzamos por el sendero espiritual, más peligrosas se vuelven estas tentaciones de alcanzar logros motivadas por la vanagloria.

      Por tanto, recorrer a solas ese sendero se considera peligroso, puede conducir con facilidad no solo al autoengaño y el orgullo, sino también a la locura: «Decían los ancianos: “Si ves a un joven subir al cielo por su propia voluntad, agárrale del pie y tíralo al suelo, pues no le conviene”» (Sentencias de los Padres del desierto).

      Aunque a lo largo del tiempo el silencio y la quietud de la meditación nos llevan a encontrar el Maestro interior, el Cristo dentro, que nos proporciona percepciones sobre la base de nuestro comportamiento, sigue siendo recomendable que un maestro o un compañero de viaje más experimentado verifique estas percepciones o experiencias. Para discernir si estas percepciones provienen del ego o están inspiradas por lo divino y llegan a nosotros por medio del yo, se requiere experiencia basada en la práctica. Esta es una de las razones de la importancia que la meditación cristiana concede a la asistencia regular a un grupo de meditación. Además, la meditación se observa en el marco de una vida espiritual que tiene como elementos clave la fe y la confianza en la naturaleza benévola de la Realidad última. Se considera que es un aspecto complementario que ahonda y completa el conjunto de la disciplina espiritual de la oración. «La meditación es la dimensión que falta en gran parte de la vida cristiana hoy día. No excluye otros tipos de oración, e incluso profundiza el respeto por los sacramentos y la Escritura» (Laurence Freeman).

      En los escritos de los Padres del desierto hay un relato muy acertado sobre recorrer a solas el sendero:

      Acordaos de lo que no ha mucho visteis con vuestros propios ojos: cómo el anciano Herón fue víctima de una ilusión diabólica y precipitado de un estado de gran penitencia hasta el más profundo abismo. Él había permanecido cincuenta años en este desierto –lo recuerdo perfectamente–, conservando de continuo una fidelidad a toda prueba, y había amado como nadie el retiro de la soledad con un fervor admirable. ¿Cómo, pues, sufridas tantas penalidades, pudo él dejarse alucinar por el tentador y tener esta grave caída, que nos ha llenado a todos en el desierto de profundo dolor? ¿No fue eso debido a que, falto de discreción, prefirió guiarse por su propio juicio antes que seguir los consejos y prácticas de sus hermanos y obedecer las reglas de nuestros Padres?

      Siendo joven se había forjado una ley tan rígida y absoluta, mostrándose tan celoso de su soledad y del retiro de su celda, que ni siquiera la solemnidad de la Pascua pudo jamás conseguir de él que compartiera la comida de sus hermanos. Año tras año, esta festividad les congregaba a todos en la iglesia; solo faltaba él. Y ello por temor a que no pareciera que, tomando con ellos ciertas legumbres durante la comida, se relajaba un tanto en el ideal de abstinencia que había abrazado.

      Este orgullo fue el lazo en que cayó prendido. Porque, engañado con tal presunción, dio acogida al ángel de Satanás cual si fuera un ángel de luz, y hospedole con la más profunda veneración. Y, poniéndose a su servicio, obedecía en todo sus órdenes. Con esta persuasión se echó de cabeza en un pozo. Tal era su profundidad que los ojos no podían divisar el fondo desde el brocal. Estaba firmemente persuadido de la promesa que le había hecho de que, por el mérito de su virtud y de sus trabajos, saldría en adelante ileso de todo peligro. Quiso saber por experiencia que se hallaba inmunizado contra todo mal. Así pues, a medianoche se precipitó en el pozo, pensando probar el extraordinario mérito de su vida cuando se le viera salir de él sano y salvo. Pero los hermanos tuvieron que sacarle luego a duras penas, estando ya medio muerto. Expiró dos días después.

      Lo peor del caso es que se obstinó en su ilusión. Ni siquiera aquella dolorosa experiencia que iba a costarle la vida pudo persuadirle de que había sido juguete del demonio. Por eso los monjes, movidos a compasión, a vista de tantas privaciones y de los largos años pasados en el desierto, no obtuvieron sino con trabajo que el sacerdote y abad Pafnucio no le reputara entre los suicidas ni fuera juzgado indigno de la memoria y oblación que suele hacerse por los difuntos (Juan Casiano, Colaciones II,5).

      La tradición del desierto no solo destaca el valor de la orientación, sino que al mismo tiempo nos advierte para que tengamos cuidado a la hora de escoger nuestros guías: «El maestro debe alejarse del afán de dominio, de la vanagloria, del orgullo y que nadie pueda ganarlo mediante la adulación ni cegarlo con dones, ni vencerlo con el vientre, ni dominarlo por la cólera; que sea paciente, dulce y tan humilde como sea posible. Que sea probado y, sin hacer diferencia, lleno de solicitud para las almas» (Amma Teodora).

      La formación debe estar basada en la experiencia personal, no solo en el conocimiento teórico: «Es peligroso que nadie enseñe si antes no ha sido formado en la vida práctica. Porque si alguien que posee una casa en ruinas recibe invitados en ella, es perjudicial por la ruina de la casa. Lo mismo ocurre en el caso de alguien que no ha construido antes una morada interior: provoca daños a quien acude a él. Con sus palabras puede convertirlos a la salvación, pero el mal comportamiento les perjudica» (Amma Sinclética).

      COMPASIÓN

      Si no nos vemos tentados por los logros, la meditación nos llevará a la transformación. El signo exterior de que esto ha tenido lugar y de que la Realidad última se ha hecho evidente en una persona es el crecimiento de la compasión, un amor generoso, sin apegos a resultados ni expectativas, guiado por la auténtica sabiduría.

      Compasión e iluminación, al descubrir la Realidad última, están inexorablemente vinculadas, pero la compasión es prioritaria: «A menudo ocurre que, mientras estamos en oración, vienen hermanos a buscarnos; estamos entonces en esta alternativa: interrumpir nuestra oración o entristecer a nuestro hermano, despidiéndolo sin responderle. Pero la caridad es más grande que la oración; la oración es una virtud particular, en cuanto que el amor contiene todas las virtudes» (Juan Clímaco, siglo VII).

      Todos hemos experimentado que es difícil ser verdaderamente felices si estamos en desacuerdo con personas que nos importan. El sendero espiritual nos ayuda a cerrar el espacio que hay entre nosotros mismos, los demás y la creación. Si experimentamos la verdadera realidad de nosotros mismos, nos damos cuenta de

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