El río morisco. Bernard Vincent
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Idéntico escenario en Benimuslem. 21 mujeres vienen a confesarse. Una sola, 17 años, es soltera. Entre las casadas, una no tiene más que 14 años y otra, 15. Así pues, en las tres villas estudiadas, no sólo el matrimonio es precoz (en un trabajo anterior habíamos dado una edad media de 18 años y un mes para Carlet, de 16 años y 8 meses para Benimodo), sino que el casamiento concierne, con algunas raras excepciones, a casi todas las jóvenes.[6] Con seguridad no encontramos, entre estas moriscas, huella alguna de vocación eclesiástica que venga a frenar la nupcialidad, ni incluso de esas doncellas que, tan numerosas en un medio cristiano viejo, permanecen junto a sus padres ancianos o se incorporan al hogar de un hermano (o de una hermana) mayor.
Estos primeros datos se ven reforzados por otros que no son menos dignos de atención. En primer lugar, las segundas nupcias, cuya importancia es patente en la sociedad morisca de la Ribera Alta. Del grupo de las 121 mujeres casadas de Carlet de las que conocemos todos los detalles del casamiento, 16 son viudas. En Benimodo, se enumeran 6 viudas entre las 65 mujeres casadas y en Benimuslem, 5 entre las 20 mujeres casadas de nuestra muestra. Globalmente para las tres comunidades, las viudas representan el 13,1 % de las mujeres casadas. Ahora bien, en la España del Antiguo Régimen, se ha constatado muchas veces la existencia de viudas a la cabeza de un número elevado de hogares. Bartolomé Bennassar ha evaluado su porcentaje en el 15 % para Valladolid y 25 localidades del territorio de esta ciudad, el 19 % para Segovia, 20 % para Burgos y 21 % para Medina del Campo.[7] Para Annie Molinié-Bertrand, représentent dans la Castille du xvie siècle près du cinquième du total des vecinos.[8] Es evidente que Carlet, Benimodo y Benimuslem se separan de este modelo. Los hogares bajo la responsabilidad de viudas son, según toda probabilidad, muy inferiores al 15 %, porque en ningún caso, de todos los que hemos identificado, se encuentra una viuda a la cabeza de una célula autónoma. Inversamente, en cualquier localidad castellana había viudas que no eran jefes de familia. La diferencia entre el mundo morisco y la realidad del cristiano viejo, en esta materia, no debe ser despreciable.
Afinemos el análisis, Annie Molinié-Bertrand, a partir del examen de los registros parroquiales de la zona cantábrica señala que los casos de segundas nupcias de las viudas son raros. Ahora bien, volvamos de nuevo a las villas de la Ribera Alta. Doce de las 121 mujeres de Carlet se han casado dos veces y todas tenían al menos un hijo vivo en el momento del segundo matrimonio. La mitad de ellas incluso tenían dos o más. He descubierto también a dos mujeres de Benimodo y cinco de Benimuslem que se han casado una segunda vez. Dos de estas últimas, Zaara Pachot y Xuxa Marcet, 50 años la una y la otra, han contraído además una tercera unión. ¿Quién se vuelve a casar y quien permanece viuda? La pregunta es de las más interesantes. Recordemos que hemos enumerado, entre las tres villas, 27 viudas que quedaban solas y 19 que encontraron un nuevo marido. La diferencia entre estas dos cifras no es considerable. Sólo dos de las 27 mujeres sin cónyuge tienen una edad declarada inferior a 40 años: una habitante de Benimodo tiene 35 años, otra de Carlet, 36 años. Y esta última, Fátima Alami, ha dado a luz un sexto hijo hacía pocos meses. Su marido, con toda probabilidad, había fallecido recientemente. Por su parte, Xuxa Corcox, 60 años, de Benimodo, señala que su marido ha muerto diez u once años antes. Tenía, por tanto, con seguridad más de 40 años en el momento de la ruptura de la unión. En cambio, las viudas vueltas a casar pueden ser claramente más jóvenes. Axa Bonet, de Carlet, tiene 30 años, Fátima Sale, de Benimodo, 28 años y Nuzeya Barber, de Benimuslem, 25 años.
Es igualmente claro que los tiempos de viudedad de las mujeres jóvenes es breve. 5 años separan los nacimientos del tercer y cuarto hijo de Meriem Xinú. El tercero es fruto de su primer matrimonio, el siguiente del segundo. La separación se reduce a 3 años para Nexma Alami, 2 años para Axa Titi, todas de Carlet, y a un año para Zaara Pachot, de Benimuslem. Un último hecho: los segundos esposos de las viudas pueden ser de cualquier edad. Sin, de Benimuslem, el nuevo esposo de Nuzeya Barber, tiene, con sus 35 años, diez más que ella; el de Fátima Chaan, 40 años, tiene 60; y en Benimodo, el de Fátima Sale, 28 años, tiene 70. Pero también el segundo marido de Xuxa Marcet, de Benimuslem, no tiene más que 28. De este conjunto de datos se desprende la convicción de una utilización máxima de las posibilidades de reproducción.
Los moriscos que ignoran el celibato se casan entre ellos. Sus más feroces adversarios denuncian la endogamia y los legisladores intentan ponerle un freno. En vano. El ejemplo de las tres villas de la Ribera Alta es una perfecta ilustración del fracaso de las autoridades. El conjunto estudiado representa, teniendo en cuenta los ascendientes y los colaterales de las declarantes, cerca de 500 uniones. Una sola ha unido a una morisca y un cristiano viejo. Se trata precisamente de Xuxa Marcet quien, en primeras nupcias, se ha casado con un cierto Soler, cristiano viejo, del que no se conoce su origen geográfico. La pareja ha tenido una hija, Joana Delfina, casada también con un cristiano viejo e instalada en Alcira, importante localidad próxima a Benimuslem donde la comunidad morisca es muy reducida. Sin embargo, Xuxa Marcet, después de la muerte de su primer marido, vuelve al redil. Sus otros dos esposos son moriscos y el hijo de la segunda unión, Homaynad Marrad, contrae matrimonio con una morisca de Ènova, villa situada a una decena de kilómetros al sur de Benimuslem.
Xuxa Marcet y sus hijos no han ido nunca muy lejos para encontrar a sus cónyuges, lo que sucede con todos sus conciudadanos. Las 43 uniones analizadas de Benimuslem, tanto de quienes residen en la localidad, como las formadas por un nativo del lugar y de su cónyuge, así lo atestiguan. El examen del cuadro II, que enumera todos los lugares de donde son originarios los cónyuges, muestra que, si se omiten dos localidades que no he sabido identificar, sólo una mitad de los interesados están ya instalados en Benimuslem o viven en núcleos de población situados a menos de diez kilómetros. Alrededor de una cuarta parte viven o pertenecen a dos lugares distantes entre 10 y 20 kilómetros; y una última cuarta parte en otros núcleos a más de 20 kilómetros, los más lejanos, a menos de 100 kilómetros, en Teresa y Vall d’Uixò. El rasgo principal es aquí una relativa exogamia geográfica. Que un cuarto de los habitantes de Benimuslem encuentre cónyuge en su localidad es poco y contrasta con las realidades de Benimodo y Carlet. En Benimodo, para 82 uniones contempladas, 65 unen a dos habitantes de la población. Y las otras 17 personas no vienen de muy lejos: 8 son originarias de las localidades inmediatas de Carlet, Recelain y Llombay; 5 han recorrido entre 15 y 20 kilómetros (Antella, Corbera, Navarrés) para cambiar de residencia; otra, alrededor de 40 kilómetros (Manises); y una última, 80 kilómetros (Vall d’Uixò). Dos excepciones, sobre las que volveremos, deben atraer nuestra atención: dos mujeres vienen de la región de Granada. Para Carlet, me exponía, por causa de las grandes dimensiones de la encuesta, a los riesgos de contabilizar repeticiones; de ahí que me haya limitado a un sondeo de 62 casos en los que el lugar de origen estaba especificado. 52 de estas uniones atañen a habitantes de Carlet. Cuatro cónyuges son de Benimodo, muy próximo, 2 res-pectivamente de Albalat de la Ribera y de Picassent, distantes una veintena de kilómetros. Los otros cuatro pertenecen a localidades situadas a unos cincuenta kilómetros de Carlet. Puedo asegurar que la lectura de todas las declaraciones confirma la fuerte tendencia a la endogamia. Una sola desviación al respecto, dos «granadinas» han contraído matrimonio con hombres de la