El río morisco. Bernard Vincent
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Hay una segunda razón que explica nuestras lagunas actuales. La causa está en la documentación. Las principales fuentes utilizadas por los investigadores, encuestas fiscales, catastros, diezmos, etc., privilegian siempre los cultivos. Es cuestión, en primer lugar, de granos, después de cultivos arbustivos y sólo en tercer lugar de productos de la ganadería. En fin, esos mismos textos insisten continuamente sobre la puesta en valor individual de las tierras, mientras que la ganadería se releva, en buena parte de los usos colectivos. Rafael Benítez señala bien el obstáculo: «las actividades agrarias se complementan con una importante dedicación ganadera. Una vez más tropezamos con la dificultad de unas fuentes incompletas. Si no es mucho lo que sabemos sobre las tierras de los cristianos viejos, sobre los ganados de los moriscos no nos ha llegado ninguna noticia».[4] ¿Y, sin embargo, no es lógico preguntarse por qué el campesino morisco no era más que agricultor?
Tiene, igual que el cristiano viejo, múltiples razones para interesarse por la ganadería. La producción de carne o la de lana no le eran extrañas. Volveremos sobre este punto importante. Pero una simple lectura de inventarios de bienes muestra que unos moriscos emplean animales de labor como esos dos «bueyes de arado» que posee Diego el Filaurixi, habitante de El Alquián, o esas dos «mulas de labranza» de siete y tres años, propiedad de Hernando Bellán, habitante de Salobra, aldea próxima, como El Alquián, a Almería.[5] Que hacen queso, como el mismo Hernando Bellán, propietario también de 158 cabras y en cuya casa se le encuentra «cuarenta quesos de cabra de a libra cada uno», o como Diego Mercadillo, de Níjar, en cuyo domicilio se le inventaría media arroba de queso.[6] Y si la prohibición existente sobre el consumo de carne de cerdo era a priori un freno para la ganadería, el ritual de la muerte de los animales constituía, con el propósito de ocultar mejor las prácticas prohibidas, una incitación al mantenimiento de animales. La celebración de las grandes fiestas del año, el sacrificio del cordero durante el id al-Kibir en particular, era otra. Los habitantes de Carlet, aldea de la Ribera de Valencia, declaran ante inquisidor en 1574. Juan Montroy, 35 años, «ha criado cabritos y carnero a la mano para hacer aldeheas», mientras que Pere Xeric, 20 años, «guardaba algún ganado». Y he aquí la prueba por defecto de la generalidad del fenómeno.[7] Luis Ferrer «no ha criado el carnero», porque es pobre.[8] Por supuesto, los moriscos poseían aves de corral, lo que subraya el cronista Bermúdez de Pedraza cuando menciona la existencia, en el mercado, de pollos y gallinas moriscos, más pequeños sin duda, y por tanto más baratos que la volatería castellana.[9]
Nada más normal, pues, que la posesión por Hernando el Meyca, habitante de Dalías, de una «vaca prieta, un buey bermejo, un asno pardo, quince cabezas de ganado, que son tres ovejas e un carnero primal, y onze cabras, dos cabritos más una vaca e un novillo prieto».[10] El ganado de Beatriz, esposa de Andrés Aladri, de Jubar, aldea de la Alpujarra, como Dalías, es apenas menos heteróclito, «veinte cabezas de cabras, una vaca prieta con un becerro, una mula castaña oscura».[11] Y qué decir de Andrés de Sierra, habitante de Ugíjar. En 1562, son inventariados «una mula castaña, una burra con su borrico, dos bueyes de labor, 50 cabezas de ganado ovejuno y cabruno». Y también, «dos zonares que son capotes de pastores», que son un indicio cierto del lugar de la ganadería en la economía doméstica de este alpujarreño.[12]
Podríamos multiplicar los ejemplos hasta la saciedad. La mayor parte de los moriscos del reino de Granada poseen algunas cabezas o, incluso, decenas de cabezas de ganado. En cada localidad existe un rebaño comunal que utiliza los recursos locales. Beatriz de Tordesillas, de Notáez, tiene «un buey prieto de edad de 4 ó 5 años que anda con la boyada del concejo de los vecinos del dicho lugar de Notáez en la sierra de Trevélez».[13] En Torvizcón, Francisco Elezni tiene una «mula prieta y diez cabezas de cabras que andan con el ganado del pueblo»,[14] en Casarabonela, villa próxima a Málaga, existe, según el libro de apeo y repartimiento de 1572 «dos dehesas boyales cerradas buenas dentro del término, la una que llaman la martina y la otra del río de turón que tiene cada una más de una legua cuadrada con muchas aguas y pilares dentro y esbasto y erbaxe y es de los vecinos de Casarabonela para sus ganados...».[15] En Gérgal, unos testigos declaran que antes de su expulsión «los moriscos vecinos de la villa de Gérgal tenían en el término della una dehesa para sus ganados ansí de invierno como de verano en la parte que llaman de Xicares que es desde las dichas huertas postreras de la dicha villa de Gérgal hacia la sierra hasta la cumbre della y por otra parte confinaba y partia con el camino que iba de la dicha villa de Gérgal a la ciudad de Baza yendo por la sierra y por otra parte confinaba y partía con el camino que iba de la dicha villa de Gérgal a la dicha villa de Bacares y que esta dehesa era solamente de los moriscos vecinos de la dicha villa de Gérgal».[16]
Los pequeños arroyos hacen los grandes ríos. Si bien estamos lejos de dar la menor evaluación global del ganado que poseían los moriscos granadinos, podemos afirmar sin temor que era considerable y que el campesino morisco no presentaba en este campo ninguna originalidad en comparación con su homólogo cristiano viejo. Uno y otro asociaban, poco o mucho, cultivos y ganadería. Y la situación en Andalucía oriental es, con toda probabilidad, análoga a la del reino de Valencia. Carmen Barceló ha demostrado que, en conjunto, los mudéjares valencianos poseían, en el siglo XV, un ganado proporcionalmente tan numeroso como el de los cristianos viejos.[17] Representan alrededor de un tercio de los animales. ¿Y cómo imaginar que podía ser de otra forma en el siglo XVI?
Entre los moriscos granadinos, algunos no disponían más que de un asno o de una mula, otros, de algunas unidades incluso hasta una decena de cabras y de carneros. Para ellos, el ganado no era más que un modesto complemento de recursos o no tenía más que un papel subordinado. Otros, por el contrario, sacando gran partido de su rebaño, eran verdaderos ganaderos. Esto era evidente en el caso de los hermanos Mercadillo, de Níjar. Cuando sus bienes son secuestrados, tras su salida clandestina para el Norte de África, se les censan 207 ovinos y caprinos. El recuento es muy preciso entre ovejas, corderos, cabras, cabritos y un morueco.[18] Los Monaymas, habitantes de Pechina, y los Albacar, habitantes de Viator, tienen, con notoriedad pública, un numeroso ganado que pasta cada año en los herbajes de Velefique o de Bacares.[19] Y en la zona del Campo de Dalías en enero de 1569, a comienzos del levantamiento de la Alpujarra, unos pastores cristianos viejos recogieron más de 220 bovinos que pertenecían a unos moriscos.[20]
Implícitamente se ha hecho alusión a la trashumancia de los rebaños. Este movimiento interno en el reino de Granada ha pasado prácticamente desapercibido para los historiadores y, sin embargo, su importancia es considerable. Sabemos por una serie de menciones bastante vagas que su práctica es antigua, familiar a los campesinos musulmanes de la época medieval. Describiendo la sierra de Lújar, Antonio Malpica señala la existencia de la trashumancia a comienzos del siglo XVI