Violencia de género contra mujeres. Marisol Fernández
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Las investigaciones existentes sobre violencia de género contra las mujeres han evidenciado la prevalencia y la extensión del fenómeno (Russo & Pirlott, 2006; Fríes & Hurtado, 2010; Walby, Tower & Francis, 2014; 2016). Por ello, ha sido catalogada incluso como un problema de salud pública (Krug y otros, 2002; OPS, 2005; ONU Mujeres, 2012, p. 1).
Los estudios victimológicos realizados en torno a esta problemática han sido contundentes al evidenciar que la victimización por razones de género experimentada por las mujeres durante su vida se muestra como un patrón de constante presencia más que como episodios aleatorios (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2008). Estos eventos se inscriben y reproducen al interior de un «contínuum de la violencia» (Kelly, 1988). Las experiencias de violencia se presentan en todos los espacios en los que las mujeres nos movilizamos e interactuamos (Kelly, 1988; Bensley, Van Eenwyk & Wynkoop, 2003; Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; McKinney y otros, 2009; Boesten, 2016) y se entrelazan en patrones de victimización que se presentan de manera más o menos frecuente o grave (Lenton y otros, 1999; Tjaden & Thoennes, 2001; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014).
Al respecto, se han propuesto dos teorías para explicar este fenómeno: la polivictimización y la victimización distintiva (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014). La primera teoría pone énfasis en la existencia de una conexidad y dependencia entre los eventos de violencia. Las mujeres victimizadas por hechos de violencia basada en género tienen una alta probabilidad de experimentar nuevas situaciones de violencia debido al cambio en su estado socioemocional ocasionado por una o una serie de victimizaciones traumáticas11 (Finkelhor, Ormrod & Turner, 2007; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 850). Estas experiencias de violencia generan que pierdan el control sobre ciertos aspectos centrales de sus vidas (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 857).
La segunda teoría se centra en la «heterogeneidad de las mujeres», determinada en función de un conjunto de rasgos estables o condiciones socioeconómicas que aumentan el riesgo de victimización de algunas mujeres en largos periodos de sus vidas12 (Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 850; Walby, Tower & Francis, 2016, p. 192). Para esta teoría, las variables de género, raza y clase —entre otras— son fundamentales para la comprensión de los procesos de victimización13.
Estos patrones de victimización son identificables por: a) la frecuencia y la variedad de las agresiones experimentadas por las mujeres, b) la identidad del agresor y c) el impacto que genera la agresión en la vida de las mujeres (Hernández, 2019, p. 5; Rodríguez- Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 858). La incorporación de estas variables en el análisis dota a las definiciones de polivictimización y victimización distintiva de un significado empírico más extenso que permite considerar las diferencias entre estas dos formas de victimización en una amplia gama de contextos (Rodríguez- Menés, Puig & Sobrino, 2014, p. 858).
Asimismo, estos patrones y la tipología de agresores se encuentran estrechamente vinculados por rasgos individuales y estructurales de dominación y opresión de los cuerpos de las mujeres (Hernández, 2019, p. 6). Como resultado, cada tipo de violencia genera consecuencias disímiles en relación con las características individuales y contextuales de la víctima y del agresor (Lynch, 1996; Rodríguez-Menés, Puig & Sobrino, 2014).
En ese sentido, es fundamental reconocer que los contextos y los espacios en los que se produce y reproduce la violencia nunca son neutrales, ya que están atravesados por sistemas de opresión que no solo moldean o estructuran el curso de vida de las personas (Lynch, 1996) y la sociedad, sino que son determinantes para comprender el tipo de violencia basada en género, así como los patrones de victimización que las mujeres experimentamos.
Las interseccionalidades de la violencia basada en género. La necesidad de su abordaje desde la teoría victimológica
La introducción de la teoría crítica feminista en los estudios y discusión al interior de la criminología radical en la década de 1970 (Lynch, 1996, pp. 4 y 5; Burgess-Proctor, 2006, p. 27) supuso un cambio en la comprensión de las experiencias de las mujeres al integrar en sus estudios las variables raza y género, además de la de clase (Lynch, 1996, p. 5). El mayor aporte de este nuevo enfoque teórico fue encontrar y explicar la conexión existente entre la violencia contra las mujeres ejercida por varones y las experiencias de abuso durante la niñez, así como las estrategias de sobrevivencia utilizadas por las mujeres que son generalmente criminalizadas (Pollack, 2013, p. 104).
Es indiscutible que el desarrollo y el avance de la criminología se beneficien de la integración de diferentes teorías criminológicas (Barak, 1998). Si bien es cierto que anteriormente los estudios criminológicos y victimológicos han estudiado la relación existente entre la criminalidad y variables como el origen étnico, clase o género, no se habían realizado estudios cuyo objetivo fuera entender la interacción y la conexión entre dos o más de estas variables con el crimen (Barak, 1998, p. 251) o la victimización.
La teoría crítica feminista multirracial (Zinn & Dill, 1996) ha evidenciado y explicado de manera extensa cómo las variables raza, clase y género se intersecan e interactúan como «fuerzas estructuradoras» de la sociedad. Estas impactan en: a) la forma como las personas actúan, b) las oportunidades que se encuentran disponibles o se muestran como alcanzables para ellas y c) la manera en que su comportamiento es socialmente definido (Lynch, 1996, p. 4) por los sujetos hegemónicos. Es decir, «cada una de estas variables, ya sea de manera independiente o conjunta, modela o estructura el curso de vida de una persona» [...] configurándose como un mecanismo de estratificación» (nuestra traducción) (1996, p. 8).
La presencia de estas variables (género, raza y clase) en la realidad de una persona genera efectos negativos contextuales (Anderson & Hills, 1995, pp. XI-XIII). Las consecuencias para las personas que se encuentran intersecadas por estas variables no deben ser analizadas como una ecuación matemática, sino en función del efecto contextual que originan (Lynch, 1996, p. 9; Collins, 2000 citada en Viveros, 2016, p. 6). En ese sentido, la experiencia situada de las mujeres víctimas de violencia influirá no solo en cómo la violencia se expresa o cómo es ejercida en contra de ellas, sino en cómo el sistema y, en específico, el sistema de justicia responde ante estos hechos de violencia14.
Algunos estudios han sugerido que cuando
el género se interseca con la desigualdad económica las probabilidades de experimentar crímenes violentos aumenta [...]. [L]a reducción de los ingresos de las mujeres, los hogares y los servicios especializados puede reducir la capacidad de las mujeres para salir de hogares violentos, lo que genera consecuencias [negativas] en la tasa de delitos violentos domésticos (nuestra traducción) (Walby, Tower & Francis, 2016, p. 1207).
La incorporación del enfoque interseccional a la discusión criminológica y victimológica ha significado un avance teórico —puesto que evidencia y nos ayuda a comprender que existe un sistema complejo de estructuras de opresión que se manifiestan de manera simultánea y múltiple (Crenshaw, 1991; Viveros, 2016)— y metodológico. Este enfoque exige a las y los investigadores que se aproximen al estudio de estas dinámicas desde métodos empíricos que permitan explorar qué es lo que significa e implica ser y vivir como una mujer victimizada en determinado lugar del entramado social (Burgess-Proctor, 2006, p. 40).
El uso de metodologías cualitativas nos permitirá entender cómo los patrones de victimización están racializados y generizados15, así como cuál es su forma de (re)producción. La introducción de este enfoque y estas metodologías a los estudios de victimización femenina por violencia de género permitirá comprender las dinámicas de violencia e invisibilización de la violencia. Lo anterior facilitará la construcción de mejores herramientas de prevención e intervención.
Aportes de los conceptos de violencia simbólica y violencia estructural