Violencia de género contra mujeres. Marisol Fernández
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Este diálogo permitirá que el análisis de los actos de victimización concretos no se sustente únicamente en sus características como hechos aislados, sino que también considere el contexto; es decir, el lugar que dicho acto ocupa en el orden de género en el que la violencia simbólica y la violencia estructural se (re)producen.
Una lectura conjunta de estas nociones aumenta nuestro espectro de análisis de lo que entendemos y comprendemos por violencia basada en género. Las historias de vida de las mujeres victimizadas por este tipo de violencia se inscriben en patrones de polivictimización o victimización distintiva. Por ello, es importante:
Entender a la violencia simbólica junto con otros discursos sobre la violencia tradicional, pues proveen una visión más rica de los «mecanismos» de la violencia y nuevas herramientas para conceptualizar la violencia a través de varios campos sociales y de nuevas estrategias para la intervención (nuestra traducción) (Thapar-Björkert, Samelius & Sanghera, 2016, p. 144).
La incorporación de las categorías de violencia simbólica y violencia estructural en el estudio de la violencia basada en género contra las mujeres resalta la centralidad de: a) la experiencia de la mujer victimizada, c) el contexto específico que hizo posible la (re)producción de la violencia, c) el impacto generado por el hecho de violencia en la vida de las mujeres y d) la actuación o respuesta del entramado social y el aparato estatal.
El concepto de violencia estructural explica que los patrones de victimización estudiados se encuentran circunscritos en mecanismos estructurales de violencia y discriminación en una sociedad cisheteropatriarcal y binaria. En otras palabras, la violencia de género es parte constitutiva y constituyente de la sociedad en la que vivimos y no una característica incidental de ella. Por tanto, la estructura social ha sido configurada de tal forma que es casi imposible que una mujer no experimente —por lo menos— una de las distintas formas de violencia por razones de género.
A partir de un análisis interseccional, podemos identificar que los contextos y los espacios en los que se produce la violencia no son neutrales. Los sistemas de dominación (género, clase, raza, discapacidad, condición migratoria, entre otros) determinan las características y el tipo de violencia que las mujeres experimentaremos. Por ejemplo, la violencia estructural por razones de género y por origen étnico a las que se ve expuesta una mujer afrodescendiente o indígena se configura de una manera particular a través de determinados actos de violencia que reflejan y reafirman la estructura de opresión que atraviesa sus cuerpos racializados y generizados.
Los casos de victimización distintiva pueden ser explicados a la luz de lo planteado por Galtung, dado que estos se producen de manera acíclica y varían en su intensidad. Es decir, no todos los eventos de violencia guardan una conexión directa entre sí. En ese sentido, se evidencia que la victimización, aun cuando está ligada a la experiencia de vida de la víctima, no tiene su origen en un escenario neutral. Al desarrollarse su historia de vida en un contexto de violencia estructural y violencia simbólica, las variables como raza, género y clase son relevantes para la estratificación social y la violencia —así como los tipos de violencia— ejercida sobre sus vidas y sus cuerpos.
La inscripción de la violencia simbólica y la violencia estructural en los cuerpos de las mujeres genera que estas muchas veces no la reconozcan como tal y que, cuando lo hacen, las estrategias que utilizan para evitar futuras experiencias de victimización (por ejemplo, actitudes no confrontacionales, entre otras) legitiman y consolidan las dinámicas de la violencia estructural y simbólica que originaron la violencia en su contra. En consecuencia, la violencia simbólica no solo atraviesa y configura el tejido social, sino que se encuentra presente y atraviesa nuestros cuerpos, construyendo subjetividades.
El análisis no sería completo si no entendemos que las distintas manifestaciones de la violencia basada en género se producen en un contexto en el que la violencia simbólica y la violencia estructural legitiman y favorecen las relaciones y las formas de interacción violenta entre varones y mujeres. De esta manera, normalizan su producción y reproducción como un acto de (re)afirmación de la masculinidad hegemónica y, por tanto, de la dominación masculina. Como consecuencia, los actos de violencia de género contra las mujeres de tipo no criminal son normalizados con mayor facilidad, lo que origina una invisibilización de otros patrones de victimización —y, por tanto, del «contínuum de la violencia»— e imposibilita una oportuna intervención que evite historias de vida con patrones de violencia sistemática.
La estructura social en donde se produce y reproduce la violencia estructural y simbólica genera que las mujeres victimizadas se encuentren en una situación de mayor vulnerabilidad y sean entendidas como «más disponibles» tanto para los agresores, como para la sociedad que las ve como vidas y cuerpos prescindibles que permiten legitimar su propia estructura. Los imaginarios tradicionales que se generan, por ejemplo, en torno a los elementos que colocan a las mujeres en una situación de mayor vulnerabilidad (forma de vestir, ausencia de compañía, tránsito en horarios nocturnos, entre otros) provocan que la discusión sobre la atención y la aproximación al fenómeno de la violencia prescinda del análisis a partir de los mecanismos generados por la violencia estructural y la violencia simbólica. Esto a la vez determina cómo las propias instituciones abordan la violencia, para prevenir e intervenirla, lo cual genera respuestas ineficaces e inefectivas.
Este diálogo teórico nos permite evidenciar y entender otros tipos de violencia por razones de género en contra de las mujeres que han sido histórica e institucionalmente invisibilizados (como la violencia patrimonial, la violencia obstétrica, los micromachismos, la violencia cotidiana, entre otras); metodológicamente, ello es posible a partir de estudios cualitativos que aborden las dinámicas de dominación, legitimación, producción y reproducción social en las que se inscribe la violencia de género en contra de las mujeres. Por ello, es fundamental no perder de vista la forma en la que las variables de género, raza y clase —entre otras— se contextualizan no solo como patrones de dominación y opresión, sino también de victimización. Esto hará posible que generemos modelos de prevención, intervención y atención más efectivos.
Ambos conceptos teóricos permiten analizar y reconocer la importancia de entender la violencia por razones de género como un contínuum y no centrar el foco de atención en un tipo particular de violencia (Kelly, 1988). Asimismo, posibilitan entender que en determinados contextos la violencia simbólica y la violencia física coexisten, sin que ello implique que deban ser entendidas como una dicotomía (Thapar-Björkert, Samelius & Sanghera, 2014, p. 149). Como ha señalado Krais (1993) los modos de dominación elementales (violencia física) deben ser entendidos de manera conjunta con los modos de dominación complementaria (violencia simbólica).
Finalmente, es importante recordar que los mecanismos generados por la violencia simbólica y estructural hacen posible la (re)producción y la legitimación de las relaciones de poder y, por ende, el ejercicio y la normalización de la violencia por razones de género. A pesar de que la violencia simbólica y estructural no tiene una naturaleza física, hace posible la presencia de otro tipo de violencia que sí es tangible.
Conclusiones
Este artículo ha demostrado la necesidad de que las teorías criminológicas y victimológicas integren las nociones sociológicas de violencia simbólica y violencia estructural en su análisis sobre la violencia basada en género contra las mujeres. Esto permitirá tener una amplia comprensión de: a) los mecanismos y