La mirada neandertal. Valentín Villaverde Bonilla
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Más allá de la valoración filosófica y teórica de los temas anteriores, la arqueología proporciona el necesario contrapunto empírico para una discusión que, de otra manera, resultaría excesivamente vaga. Aun siendo verdad que el registro arqueológico apropiado para esta discusión es en extremo reducido, especialmente si consideramos la dimensión temporal a la que corresponde, lo cierto es que en los últimos años se ha experimentado un notable aumento de información y, lo que es más importante, un cambio sustancial en el enfoque con el que se aborda. Para entender lo que queremos decir con esta última frase, basta mencionar la variación que en el último decenio ha experimentado la valoración de las capacidades culturales y cognitivas de los neandertales, de su capacidad para usar imágenes visuales o de su papel en el proceso evolutivo humano, donde se ha pasado de considerarlos una especie absolutamente desvinculada de la humanidad actual a la aceptación de que su huella genética perdura hasta nuestros días. El repaso de los elementos arqueológicos que fundamentan este cambio de visión en relación con el arte visual y la capacidad simbólica, junto con el análisis del contexto teórico en el que se integran, constituyen una parte importante del libro (capítulo 4).
Al final, una vez confirmada la capacidad de los neandertales para crear y usar el arte visual, para tener una cultura simbólica que alcanzó ámbitos tan poco dudosos como las prácticas funerarias o la frecuentación y uso de los medios cavernarios profundos para determinadas actividades rituales, o el uso de adornos, se reflexiona sobre los cambios cuantitativos que se produjeron durante el Paleolítico superior en las diferentes facetas del arte visual (capítulo 5). No hay duda de que, en términos históricos, el arte visual experimentó un cambio y un incremento importantes durante el Paleolítico superior en algunas zonas de Europa. Los datos son inequívocos en el uso de adornos personales o el arte parietal y mueble, con la aparición de las representaciones figurativas. Sin embargo, una rápida mirada al continente africano en esas mismas fechas servirá para entender que al valorar la cultura, los procesos históricos resultan fundamentales. No se trata solo de capacidades cognitivas, sino de tradiciones acumuladas y de la función otorgada a determinados aspectos culturales en distintos contextos sociales. De manera que, al igual que en otros ámbitos de la cultura humana, en el arte visual no existen ni la universalidad ni la sincronía. La contingencia forma parte de la cultura, porque depende de los distintos procesos históricos en los que las sociedades evolucionan.
Capítulo 1
¿ES ARTE EL ARTE PALEOLÍTICO?
El punto de partida para contestar a esta pregunta no plantea dudas: nuestro concepto de arte es distinto del que guio la realización de esas obras paleolíticas. Nuestra forma de apreciar las pinturas y grabados paleolíticos que decoran numerosas cavidades del ámbito europeo occidental, particularmente Francia y la península ibérica, está condicionada por nuestra forma de entender el arte, que no se corresponde con la que encauzó su realización y facilitó su apreciación. Dicho esto, queda por responder la parte sustancial de la pregunta ¿es o no arte?, y para dilucidar esta cuestión todo depende de qué entendamos por arte, de qué criterios formales, estéticos o de significación intervengan en su definición. Podemos adoptar dos posiciones: una de carácter restrictivo, en la que limitamos el concepto de arte a aquello que genera una apreciación estética y de significación acorde con nuestra forma actual de entender el arte y excluir por tanto de ella las creaciones de las sociedades no occidentales, o de la prehistoria; u otra más laxa, en la que se desliguen los aspectos formales de los semánticos, aquellos que tienen que ver con la significación de la imagen, y libres del significado nos centramos en la forma y su función comunicativa. En los dos casos se parte de la idea de que la imagen visual constituye una forma de comunicación cuya significación forma parte de un contexto cultural determinado, pero en la segunda se considera que la forma puede ser fuente de apreciaciones estéticas, aunque no responda al criterio clásico de belleza o se desconozca el mensaje transmitido.
¿QUÉ ES EL ARTE?
Nuestro actual concepto de «arte», o al menos el que ha estado vigente en los dos últimos siglos y una parte considerable de la población todavía mantiene, surgió en la Ilustración y el Romanticismo, y se sustenta en la idea de creatividad e individualidad del artista, o de la exclusividad y originalidad de la obra de arte. En esa época surge la clasificación de las bellas artes, y con ella la idea de que la apreciación del arte se vincula a nuestra capacidad estética y a nuestro sentido de la belleza. Fue en esas mismas fechas cuando surgió la distinción entre arte y artesanía, entendida esta última como una producción carente de originalidad creativa (las artes menores). Bajo esta forma de ver las cosas, el objeto de arte y el objeto funcional se separan, pues a pesar de que determinados objetos pueden ser estéticos en su diseño, no son artísticos, ya que carecen de la originalidad creadora del arte. Se trata de una distinción que resulta muy difícil de conciliar con la valoración de una buena parte de la producción artística de las sociedades paleolíticas y de las sociedades simples en general, y en realidad no responde más que a un concepto estético acuñado en aquella época, asociado a la idea de la inutilidad del arte.
Por otra parte, es obvio que apreciamos el componente estético de algunas obras paleolíticas (no todas, como más adelante veremos), como también apreciamos el componente estético de las obras históricas que preceden al concepto de arte nacido de la Ilustración, o de las que lo suceden, como es el caso de una buena parte del arte contemporáneo.
En la actualidad, existe cierta unanimidad en considerar que la apreciación de la belleza y la apreciación estética son dos cosas diferentes. De igual manera, tampoco se considera que arte y estética sean lo mismo. Sin embargo, no siempre ha sido así y, sin duda, los términos en los que se formuló la definición original de la estética, a mediados del siglo XVIII, han provocado la ambigüedad que en muchas ocasiones acompaña estas distinciones. Los cambios producidos en el arte contemporáneo, con respecto al concepto de arte emanado de la Ilustración y el Romanticismo, hacen que la distinción entre arte y belleza se entienda ahora mejor, especialmente si comparamos el arte contemporáneo con buena parte del arte visual de los siglos XVIII al XX (Danto, 2010). La propuesta de clasificación de las denominadas bellas artes por Charles Batteux en 1746 da buena cuenta del sentido otorgado a la percepción estética en esas fechas, claramente vinculado a la valoración de la belleza y a la imitación de la naturaleza. El sentimiento de placer, como fundamento de la estética y en relación con la percepción de la belleza, ya sea de la creación humana o del mismo medio natural, nos sitúan en un marco restringido de definición del arte que poco se ajusta al que caracterizó