Añorantes de un país que no existía. Salvador Albiñana Huerta
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He revisado la transcripción de la entrevista con Mantecón realizada por el INAH y he transcrito la de Perujo, que se editan por vez primera con el título: «Dos conversaciones con Antonio Deltoro Fabuel (1978-1979)». En razón de la temporalidad lineal que ambas mantienen, no he considerado necesario conservar las preguntas y he preferido que el lector se acerque a la narración de Deltoro de manera más inmediata. Para facilitar la lectura he creado nueve epígrafes cronológicos y temáticos que respetan el orden seguido por las entrevistadoras.12
He anotado las conversaciones por extenso. Ampliar la documentación y cruzarla con referencias bibliográficas diversas resulta necesario para contextualizar los acontecimientos y para vislumbrar los desajustes entre la verdad del recuerdo individual y la verdad documental o historiográfica. También me ha permitido precisar episodios de la vida política y cultural de la Valencia de los años treinta, como la exposición de José Gutiérrez Solana en la Sala Blava (1929) o la visita de Paul Vaillant-Couturier (1933) en apoyo de la recién creada Unión de Escritores y Artistas Proletarios (UEAP); así como perfilar con algún detalle su larga amistad con Renau, iniciada hacia 1930. La biografía de Antonio Deltoro y de Ana Martínez Iborra también ayudaron a construirla quienes aparecen en las notas, vestigios del fluido cruce de encuentros que crea todas nuestras vidas. Deltoro despliega un incesante elenco onomástico, entre su compañero de estudios en los jesuitas Ernesto Alonso Ferrer, el pintoresco anarquista Antonio Badal, Porro, o la enfermera comunista Águeda Serna, Mura, un encuentro breve, cuya mención arroja algo de luz sobre las biografías escondidas del exilio.13 «Parece ser que todo está ligado a la vida y la muerte en México de muchas personas», precisa al mencionar al escritor Paulino Masip, fallecido en 1963. El relato de Deltoro habla de una derrota, pero sobre todo evoca unas vidas que lograron reconstruirse en la diseminada diáspora que encontró en México una de las grandes geografías de acogida. Llegaron en torno a 20.000 españoles, en su mayoría trabajadores manuales, si bien quienes estaban vinculados a las letras y las artes, la actividad científica o la docencia –en torno a un 30 %– han sido objeto de un mayor número de estudios.14
A pesar de lo mucho que se ha escrito desde los años ochenta sobre la Valencia republicana y sobre el exilio en México, el conocimiento que tenemos de Deltoro y de Martínez Iborra es desigual y adolece de imprecisiones o errores documentales que este trabajo aspira a paliar. Puede servir de ejemplo una fotografía de abril de 1937 que muestra –de izquierda a derecha– a Manuel Altolaguirre, Antonio Deltoro, Ana Martínez Iborra, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya. Una imagen tomada en Alicante, donde el grupo participaba en alguna actividad de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura. No siempre la acompaña el crédito correcto. En un reciente libro se confunde a Deltoro con Antonio Sánchez Barbudo y Martínez Iborra es silenciada con un escueto y resignado «dona no identificada».15
Manuel Altolaguirre, Antonio Deltoro, Ana Martínez Iborra, Juan Gil-Albert y Ramón Gaya, Alicante, 1937. Archivo Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.
Antonio Deltoro es mencionado en los repertorios con una identidad algo esquiva –profesor, escritor, intelectual, ensayista o abogado– porque algo esquivo fue también su perfil profesional. Ha merecido atención historiográfica en razón de su actividad cultural en los años treinta y su vinculación a Renau.16 Por el contrario, a Martínez Iborra –siempre profesora, antes y después de la guerra– se la encuentra más tardíamente en los estudios sobre la enseñanza secundaria en España y en México. No obstante, ambas siguen siendo, en cierto modo, biografías un tanto veladas. Sus nombres los reunió por vez primera Vicente Llorens en Memorias de una emigración (Santo Domingo, 1939-1945), libro sobre el exilio en República Dominicana publicado en 1975. Los recordó a propósito de Ozama, una efímera revista ideada y dirigida por Deltoro, de cuyo primer consejo de redacción formaron parte Ana Martínez Iborra, Álvaro Custodio y Joan Junyer. Más tarde, los encontramos en el primer índice biobibliográfico del exilio en México, elaborado por Matilde Mantecón en 1982. Algo después, Elena Aub y María Fernanda Mancebo –que entrevistaron a Deltoro y a Martínez Iborra en su domicilio en México, en 1986– ofrecieron una primera y más amplia semblanza que daba cuenta también de los años valencianos previos a la Guerra Civil, así como de la corta etapa dominicana, entre 1940 y 1941. Asimismo, reaparecieron en los trabajos de José Ignacio Cruz sobre la pedagogía republicana en América, o en el diccionario del exilio cultural valenciano editado por Manuel García en 1995. Finalmente, sus nombres saltan en las páginas de la reciente monografía de Julia Tuñón sobre el Instituto Luis Vives, el primer Colegio creado por el exilio en México, abierto en 1940.17
En las entrevistas despliega Deltoro su capacidad fabuladora en la evocación de tipos y de ambientes. Advierte contra el abuso de la anécdota, pero recurre a ella a menudo. «Brillante platicador y agudo polemista –y un tanto montaraz–», escribió Renau, que lo trató mucho y por largo tiempo.
No era de los más asiduos a nuestras reuniones y debates –prosigue Renau, en referencia a quienes formaban la redacción de Nueva Cultura–. Sin embargo, estaba siempre presente en nuestro ánimo, que temía y gozaba a la vez del cálido, ingenioso y cáustico juicio de su lengua. En nuestra redacción –cuando venía–, en las tertulias de café –donde estaba siempre– o en las de mi estudio, su «mala leche» ibero-valenciana era la sal y la pimenta, que él prodigaba y suministraba equitativamente. […] Aprendíamos mucho de él.18
Fue, sin duda, diestro en la controversia y un excelente conversador, educado en la frecuente lectura y en el templado florete de la tertulia de café.
En estas conversaciones Deltoro combina el retrato costumbrista y el boceto biográfico con el recuerdo de escenas y pormenores insignificantes, atento a lo aparentemente trivial. «Sólo el detalle tiene algún interés», aconsejó Baroja al referirse a los libros de recuerdos.19 Buen lector del escritor vasco, Deltoro aplica la exigencia sin el menor afán de apuntar el rasgo revelador. Tan solo por el paladeo de las anécdotas y porque dan forma a nuestra existencia, y en ellas se encuentra la textura de la vida. «Mi padre, el memorioso, el inventor de cuentos y de anécdotas», escribe Antonio Deltoro en el poema «Bajo el cielo de marzo».
1. «Parque México», en Rumiantes y fieras, México, Ediciones Era, 2017. A finales de 2017, Antonio Deltoro Martínez (Ciudad de México, 1947) preparó para este libro una selección de diez poemas a la que puso por título Poemas a mis padres.
2. Manuel Azaña: Obras completas, vol. 6 (edición de Santos Juliá), Madrid, Ministerio de la Presidencia-Centro de Estudios Constitucionales, 2007, pp. 168-181.
3. La bibliografía sobre el exilio de 1939 resulta inabarcable. José Luis Abellán dirigió una obra monumental en la que colaboraron muchos protagonistas de aquel destierro: El exilio español de 1939, 6 vols., Madrid, Taurus, 1976-1978. Una sugerente revisión de conceptos y problemas en Mari Paz Balibrea (coord.): Líneas de fuga. Hacia otra historiografía