Añorantes de un país que no existía. Salvador Albiñana Huerta
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Francisco Carreño Prieto, Retrato de Antonio Deltoro, 1931, óleo sobre tela, 125 x 94 cm. Colección Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.
En torno a 1931, su amigo Francisco Carreño Prieto le hizo tres retratos, dos dibujos y un óleo de líneas y coloración cezannescas que emparentaba con el interés que en aquel momento tenía Carreño por el poscubismo y por la obra de Daniel Vázquez Díaz, a quien había tratado en Madrid. El lienzo que muestra a Deltoro absorto en la lectura, acodado en un escritorio, se exhibió en la muestra organizada ese año por la Agrupación Republicana Valencianista.15 Por entonces, Deltoro estrechó su relación con Josep Renau. Fue una amistad larga y muy cercana que alcanzó también a sus entornos familiares. Renau lo fotografió en 1934 y lo pintó diez años más tarde en el exilio mexicano. También en México, Manuela Ballester retrató a Ana Martínez Iborra apenas llegada. El trato entre ambos se convirtió en epistolar a partir de 1958, cuando el artista se instaló en Berlín este, en la República Democrática Alemana, aunque, en alguna ocasión, a finales de los años setenta, se encontraron de nuevo en Valencia. «Un hombre excepcional, un autodidacta con un talento natural como pocas veces he visto en mi vida», afirmaba Deltoro al referirse a las lecturas y discusiones del grupo formado por Carreño Prieto, Manuela Ballester, Francisco Badía y Tonico Ballester. Un círculo aglutinado en torno a Renau que comenzó a formarse hacia 1926, al que universitarios como Gaos o Deltoro se incorporaron más adelante: «Habíamos sido uña y carne» –recordó Deltoro en 1983–, «aunque a veces muy separada la carne de la uña». Junto a las afinidades –no siempre fáciles de sobrellevar, escribió Gil-Albert acerca de su estrecha amistad con Gaya–, debió de haber ocasionales distanciamientos, enfados y rupturas. Algo apuntó Renau en 1977, al referirse a Nueva Cultura: «Nos unía –y une– una mutua y “dura” simpatía fraternal salpicada –por mi parte y por entonces– por frecuentes accesos de ira, pues nunca logré sacarle, mientras fui animador de la revista, ni una sola línea para su publicación en ésta».16 Deltoro escribió algunas notas, pero lo hizo en la segunda etapa de la revista, en 1937.
Josep Renau, Retrato de Antonio Deltoro, 1934, 23 x 16 cm. Colección Ana y Antonio Deltoro Martínez, México.
En torno a 1932 fue creciendo la actividad comunista del grupo de Renau. Deltoro mencionó las algaradas dominicales –«treinta muchachotes vociferantes»– de un agit-prop de escasa repercusión en unos sectores obreros encuadrados por el blasquismo, el anarquismo y el socialismo. La imagen coincide con la de Gonçal Castelló: «L’aïllament del partit era total, ell mateix s’havia creat un ghetto del qual no en sortia, el moviment no creixía, els obrers se’l miraven amb indiferencia», quien además apuntaba que en esa fecha, sumando los afiliados a las Juventudes y al Partido, había en Valencia 150 militantes, aunque tan activos que producían el espejismo de ser miles.17 La necesidad de quebrar el aislamiento político al que conducía el dogma bolchevique e insurreccional acabaría llevando a los comunistas, sobre todo tras el fracaso de la revolución de octubre de 1934, a abandonar la línea sectaria y a postular un frente de carácter popular que tuvo como ingrediente esencial la denuncia del fascismo. No se apelará tanto al proletario como al pueblo.18 Entre los comunistas valencianos ese oscilante proceso se manifestó de una doble manera: en la creación de la UEAP, la Unión de Escritores y Artistas Proletarios (1933), y en la aparición de la revista Nueva Cultura (1935).
La UEAP fue la primera filial española de la Association des Écrivains et Artistes Révolutionnaires, creada en París en marzo de 1932. «Éramos muy jóvenes, gente de veintitrés, veinticuatro años –indicaba Deltoro– y con la pedantería propia de la edad nos dirigimos a la AEAR […] Nos contestó Vaillant-Couturier con una carta muy emocionada, y al poco tiempo se presentó en Valencia. Un tipo finísimo, de procedencia casi aristocrática, un hombre no de extracción proletaria, sino un intelectual, buen poeta y buen escritor». El contacto con Paul Vaillant-Couturier, uno de los fundadores del Partido Comunista francés, debieron de establecerlo Renau y Gonçal Castelló. De aquel viaje en la primavera de 1933 dejó testimonio en dos artículos publicados en L’Humanité: «Espagne: Republique sang et or. Le dragon rouge d’Alcalá» (30 de abril de 1933) y «Espagne: Republique sang et or. Révolution» (1 de mayo de 1933). Vaillant-Couturier relata su encuentro con un soldado comunista de nombre Juan, a quien acompaña a una corrida de toros –imagen de la que se vale para el título de sus notas– y con camaradas que le citan en el Café Colón –muy concurrido por cartelistas e ilustradores–, con quienes asiste a una conferencia sobre esperantistas. En el local que acoge el acto –en una estrecha calle del centro de Valencia–, unas grandes fotos reúnen a Lenin, Kropotkin y Pablo Iglesias. «Toutes les difficultés de la confusion résumées», escribía alarmado. «Les étudiants –observaba entusiasta en la segunda entrega–, qui sont sympathisants au communisme dans la proportion de 33 % au sein de leur organisation professionelle, la F.U.E., les écrivains et les artistes –dont un groupe vient de fonder une A.E.A.R. à Valence, avec déjà 70 membres–, les autonomistes –dont la jeunesse de gauche se rapproche de nous, tous parlent de l’U.R.S.S. avec sympathie, avec espoir, avec flamme».19
Finalmente, la filial de la AEAR se denominó Unión de Escritores y Artistas Proletarios por exigencias del gobernador civil de Valencia, Luis Doporto, que no admitió el término Revolucionarios.
No sé qué concepto tendría del proletariado y de la revolución. […] Excuso decirte –observó Deltoro– que en el grupo no había ningún proletario, todos éramos estudiantes, algún artista, algunos artesanos, en fin. […] Marcó la tónica de nuestra actuación en Valencia, que luego tuvo repercusiones nacionales cuando nos encargamos de la Dirección de Bellas Artes.
La Unión se dio a conocer en el Ateneo Científico de Valencia el 7 de mayo de 1933 y ese día el diario El Pueblo publicó el Llamamiento de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios, declaración programática de la que Renau fue autor principal. La UEAP participó en la Primera Exposición de Arte Revolucionario, presentada en el Ateneo de Madrid, en 1933, y un año después promovió una muestra análoga en la Sala Blava. En los comienzos de la Guerra Civil se unió con el grupo Acció d’Art y se convirtieron en la Aliança d’Intel·lectuals per a Defensa de la Cultura.20
A finales de 1933 Renau concibió Nueva Cultura, pero «incidencias políticas de la época», que no precisa –aunque no olvida apuntar la hostilidad de Miguel Prieto y de Rafael Alberti–, retrasaron la aparición hasta enero de 1935. Fue la publicación marxista que mejor expresó el tránsito que se produjo en el Partido Comunista entre un discurso exclusivamente proletario y otro de carácter populista que apeló al antifascismo como urdidura de alianzas democráticas. Renau comentó el proyecto con Antonio Mije y con José Díaz, quienes, como recordaba Deltoro al referirse al viaje de Renau a Madrid, «nos dieron el banderazo para que hiciéramos lo que quisiéramos», si bien la revista no fue órgano de la UEAP ni de los comunistas. «Con pocos medios y sin grandes pretensiones, en fin […], empezamos a ejercer una dirección en Valencia y a conectarnos con los grupos del exterior». La tirada del primer número –mil ejemplares– ilustra el deseo de lograr una amplia presencia en la calle, más allá del restringido circuito de las librerías. «Fue concebida y diseñada para ser –recordó Renau al preparar la edición facsimilar en 1977– una modesta revista de kiosko».21
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