La otra economía que NO nos quieren contar. Eduardo Garzón Espinosa

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La otra economía que NO nos quieren contar - Eduardo Garzón Espinosa страница 11

La otra economía que NO nos quieren contar - Eduardo Garzón Espinosa A Fondo

Скачать книгу

      Pero, al igual que los Estados más poderosos logran que su dinero sea aceptado más allá de sus fronteras, los más débiles, los fallidos, los inmersos en guerras o los que están desmoronándose no logran ni siquiera que su dinero sea aceptado en su propio territorio. Esto ocurrió, por ejemplo, con la caída del Imperio romano, con la Segunda República Española durante la Guerra Civil o con la desintegración la Unión Soviética, por poner sólo tres ejemplos conocidos. Pero también pasa con Estados que viven constantemente crisis políticas, como Venezuela o Argentina, o guerras civiles, como muchos países centroafricanos, en los que buena parte de sus transacciones son realizadas en monedas extranjeras porque hay poca confianza en el potencial de la moneda de su Estado.

      En la actualidad, cuando los habitantes de algún país no confían mucho en la moneda de su Estado, suelen acabar utilizando otra de uno más poderoso, pero… ¿qué pasaba antiguamente cuando la posibilidad de usar otra moneda era mucho más difícil? Pues acorde a la visión chartalista, que se apoya en los análisis de antropólogos como Caroline Humphrey y David Graeber, esas personas solían recurrir al trueque, pues era algo que no dependía del poderío político de ningún Estado. Si un habitante de Sumeria llegaba a Egipto y quería realizar pagos, no podía usar sus silas, sino que tenía que pagar con algún producto de valor. Por eso las transacciones entre distintos pueblos, especialmente si apenas había lazos culturales entre ellos, no se realizaban con dinero estatal, sino utilizando una mercancía que tuviese valor más allá de las fronteras. Esto es, quizá, lo que explique que los Estados acuñaran monedas con metales preciosos, pues dichos objetos monetarios sí podían ser aceptados por otros pueblos y civilizaciones, puesto que tenían un valor intrínseco por el material del que estaban hechos. De esta forma, aunque esas monedas valiesen en realidad lo que dictara el Estado emisor correspondiente utilizando sus unidades de cuenta, en el peor de los casos, suponiendo que ese Estado desapareciese por cualquier motivo (como una guerra), al menos le quedaría el valor que tuviese su material.

      Este es un punto delicado en el debate académico sobre el dinero en la Antigüedad. Por un lado, la visión metalista, que es una versión de la de dinero-mercancía, considera que el valor de las monedas era el que tuviese su peso en metal. De ahí que una forma de depreciar la moneda fuera limando el metal o produciéndola con menos peso, y de ahí también la conocida como Ley de Gresham –llamada así porque la formuló el mercader Thomas Gresham en el siglo xvi–, que nos habla de que, frente a dos monedas que tienen el mismo valor nominal pero diferente peso metálico, la gente tratará de conservar la de mayor peso al considerar que tiene mayor valor (independientemente de que legalmente tengan el mismo).

      Por otro lado, la visión chartalista o nominalista que adopta la TMM sostiene que el valor de las monedas era el que dictaban las autoridades que la habían emitido, y que podrían haberlas fabricado de cualquier otro material, pero que lo hicieron con metales preciosos por comodidad, estética, imitación o por cualquier otro motivo poco relevante de cara a la cuestión propia del dinero.

      Aunque este concepto sobre el dinero se parezca al manejado por la visión chartalista, no es igual, porque según esta el valor del dinero depende de la capacidad del Estado para lograr la exigencia de sus impuestos, lo que está vinculado a su poderío, mientras que la visión del dinero fiat se centra únicamente en el aspecto legislativo y jurídico.

      Muchos economistas, entre los que se encuentran los partidarios de la visión metalista, consideran que este sistema actual es muy problemático y que habría que volver a vincular la cantidad de dinero existente con la cantidad de oro; entre otros motivos para que el Estado no genere desequilibrios debido a su capacidad ilimitada de crear dinero. Más adelante le hincaremos el diente a este último aspecto, pero baste señalar que la TMM no cree que haya ninguna necesidad de vincular la creación de dinero a la cantidad de oro ni a ningún otro activo o mercancía.

      En el próximo capítulo veremos que esas diferencias en el poderío de los Estados tienen que ver con el margen fiscal del que disponen. No es lo mismo el margen de maniobra que tiene Estados Unidos que el que tiene Haití, por ejemplo. Pero tampoco tiene el mismo margen España, que usa una moneda que no emite, que el Reino Unido, que utiliza la moneda que crea; por lo que nos tocará hablar de soberanía monetaria.

      [1] P. Tcherneva, «Money, Power and Monetary Regimes», Levy Economics Institute, Working Paper n.º 861, 2016. Para una versión traducida al castellano: [http://www.levyinstitute.org/pubs/wp_861_esp.pdf]. K. Rhodes, «The Counterfeiting Weapon», Federal Reserve Bank of Richmond, Econ. Focus, First Quarter 16, 1 (2012), pp. 34-37; R. Finlay y A. Francis, «A Brief History about Currency Counterfeiting», Reserve Bank of Australia Bulletin September, 2019, pp. 10-19.

      [2] Por cierto, sobre este suceso hay una película muy interesante titulada Los falsificadores, dirigida por Stefan Ruzowitzky.

      [3] H. Dirk, «Knapp’s “State Theory of Money” and its reception in German academic discourse», Working Paper, n.º 115, Hochschule für Wirtschaft und Recht Berlin, Institute for International Political Economy (IPE), Berlín, 2019.

      [4] A. Viñas, El oro español en la Guerra Civil, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1976, p. 37.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную

Скачать книгу