Tristes por diseño. Geert Lovink

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Tristes por diseño - Geert  Lovink El origen del mundo

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es la aparente paradoja entre el sujeto hiperindividualizado y la mentalidad de rebaño de lo social. ¿Qué pasa con lo social? Mejor aún, ¿qué hay de correcto en ello? La positividad social es tan residual en California como en la escena del ciberespacio italiano, donde un abrazo gramsciano de la «red social» se toma aún como una señal de que la multitud puede vencer al mainstream en su propio acto de mediación. En este sentido, los críticos, activistas y artistas italianos no son diferentes a muchos otros: hiperconscientes de todas las controversias que rodean a los servicios de Silicon Valley y, sin embargo, persistentemente positivos acerca de esa poción mágica llamada «red social».

      Una función de la ideología definida por Louis Althusser es el reconocimiento, la famosa (e infame) interpelación del sujeto que es convocado. Sobre la base de esta idea, podríamos hablar del proceso de convertirse en usuario. Esta es la parte inadvertida de la saga de las redes sociales. Las plataformas se presentan como evidentes: simplemente son. Después de todo, facilitan nuestras sofisticadas vidas y todos los que cuentan están ahí. Pero antes de ingresar, todos deben crear una cuenta, completar un perfil y elegir un nombre de usuario y contraseña. Minutos más tarde, ya eres parte del juego y empiezas a compartir, crear, jugar, como si siempre hubiera sido así. El perfil es el a priori, un componente sin el que no pueden operar el perfilamiento ni la publicidad dirigida. Es a través de la puerta de entrada del perfil como nos convertimos en su sujeto.

      Para Althusser, vivimos dentro de la ideología de esta manera –la fórmula se aplica en particular a las redes sociales en las que a los sujetos se les refiere como usuarios que no existen sin un perfil–. Aunque algo autoritario y hermético, el uso de la ideología como un concepto puede justificarse porque las redes sociales en sí mismas son una estructura altamente centralizada y de arriba hacia abajo. En esta era del capitalismo de plataforma, la arquitectura de las redes sociales cierra activamente las posibilidades, sin dejar espacio para que los usuarios reprogramen sus espacios de comunicación.

      Cuatro décadas después de la era de Althusser, no asociamos la ideología con el Estado de la misma manera que lo hicieron él y sus seguidores. Calificar a Facebook y Google como parte de la definición althusseriana de «aparato de Estado ideológico» suena extraño, cuando no exótico. En esta era de neoliberalismo tardío y populismo de derechas, la ideología se asocia con el mercado, no con el Estado, que se ha retirado a la esfera de la seguridad del mercado. Pero no lo olvidemos, fue la propia teoría de la ideología la que contribuyó a la «crisis del marxismo». Abrió las diversas cuestiones planteadas por movimientos estudiantiles, feministas y otros «nuevos movimientos sociales», agravando el estancamiento y la eventual quiebra de la Unión Soviética. El creciente interés por los medios y los «estudios culturales» hizo el resto.

      Retransmitida en vivo al mundo vía satélite, la caída del Muro de Berlín en 1989 se convirtió en una noticia instantánea e inmanejable, lanzada a la circulación junto a otras historias. Ya entonces, los partidos comunistas debilitados no podían «anexarse» y contener el arco iris de la justicia y problemas de redistribución del estado social «apropiado» (o revolucionario), mucho menos sus prácticas contraculturales. Debido a esto, las tácticas de sobredeterminación en nombre de la clase trabajadora también dejaron de funcionar. Al llamado «mosaico de minorías» que rechazó la nueva normalidad se le dejó literalmente a su suerte, sin ningún marco político general, y mucho menos una estructura organizativa o incluso un antagonista. En una década, la teoría marxista como crítica ideológica había perdido el dominio de dos de sus fuerzas centrípetas definitorias: el Estado y el Partido. Como resultado, la ideología como foco principal de atención en filosofía y ciencias sociales desapareció en gran medida. Y esta ausencia se manifestó en la creencia común de que, si bien las «ideas todavía importaban», ya no podían gobernar la vida de las personas. Hoy en día, las ideas son elogiadas porque pueden moldear el futuro, pero formalizadas en reglas y normas, se creen demasiado rígidas y estáticas para gobernar nuestra vida cotidiana contradictoria y desordenada bajo el capital.

      Así que Althusser necesita adaptarse, y no solo en términos de un análisis de clase. Pero es notable cómo un marco ideológico althusseriano se adapta perfectamente al mundo de hoy. Como afirma Chun, «el software, o quizás los sistemas operativos más precisos, nos ofrecen una relación imaginaria con nuestro hardware: no representan transistores, sino computadoras de escritorio y contenedores de reciclaje. El software produce usuarios. Sin el sistema operativo (SO) no habría acceso al hardware; sin sistema operativo no hay acciones, no hay prácticas, y por lo tanto no hay usuario. Cada sistema operativo, a través de sus anuncios, interpela a un “usuario”: lo convoca y le ofrece un nombre o una imagen con el cual se puede identificar». Podríamos decir que las redes sociales realizan la misma función y son aún más poderosas. Entender las redes sociales como ideología significa observar cómo esta une a los medios, la cultura y los complejos de identidad en un desenvolvimiento cultural cada vez mayor, vinculando género, estilo de vida, moda, marcas y chismes de celebridades con noticias de la radio, la televisión, las revistas y la web, y reconociendo que todo esto está impregnado de los valores empresariales del capital de riesgo y la cultura startup, valores que llevan consigo un lado sombrío de disminución de las condiciones de vida y creciente desigualdad.

      «¿Qué estás haciendo?», decía la frase original de Twitter. La pregunta marca las raíces materiales de las redes sociales. Las plataformas de medios sociales nunca han preguntado qué estás pensando (o soñando, para tal caso). Las bibliotecas del siglo XX están llenas de novelas, diarios, tiras cómicas y películas de personas que expresan lo que estaban pensando. Sin embargo, en la era de las redes sociales, parecemos confesar menos lo que pensamos. Se considera demasiado arriesgado, demasiado privado. Compartimos lo que hacemos y vemos, pero siempre de manera organizada.

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