Tristes por diseño. Geert Lovink
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Ya no encendemos las noticias de televisión pensando que estamos viendo una película. Lo hemos superado. No es la vida lo que se ha convertido en cinematográfico; son el escenario cinematográfico y sus efectos los que dan forma a los grandes diseños de nuestras sociedades tecnológicas. Las películas anticiparon nuestra condición, y ahora estamos en medio de la ciencia ficción de antaño. El filme Minority Report es ahora una realidad tecno-burocrática, impulsada por la integración de flujos de datos una vez separados. Black Mirror no es una broma. La realidad virtual de verdad se siente como Matrix. Los reality shows de TV de Trump demostraron ser ensayos. Sus tuits son en verdad las políticas de Estados Unidos. Todo esto nos hace añorar una ficción realmente extemporánea y extraña. La lógica de vanguardia todavía parece viva con el papel de artistas bohemios siendo asumido por ingenieros y empresarios. Hemos dejado atrás el escenario del arte y el entretenimiento como «propuestas» y «escenarios». La última industria en lidiar con el remolino de lo falso y lo real es la propia industria de las noticias. La hiperrealidad se convierte en nuestra situación cotidiana, independientemente de si se la percibe como aburrida o marginal.
Veamos la desilusión radical como forma y celebremos el regreso de su sumo sacerdote, Jean Baudrillard. La rabia de las redes sociales no es solo una condición médica de unos pocos, es la condición humana. ¿Se convertirá el desencanto en una revuelta, como Camus contempló una vez? El agotamiento espiritual ciertamente está ahí (#sleepnomore). Con las manos vacías, discutimos una brillante pero impotente crítica del algoritmo, una tras otra. Para ponerlo en términos espaciales, el mundo infinito del ciberespacio, una sala que contiene una casa que contiene una ciudad, se ha derrumbado en un paisaje árido y expuesto en el que la transparencia se transforma rápidamente en paranoia. En lugar de perdidos en un laberinto, somos arrojados al aire libre, vigilados y manipulados, sin centros de comando a la vista.
Las mil mesetas de tuits, blogs, historias de Instagram y actualizaciones de Facebook han creado una cultura de profunda confusión. Se suponía que la fragmentación nos enriquecería. ¿Recuerdan que la diferencia radical se presentaba como belleza fractal? Todo bien. Entonces, ¿por qué deberíamos pagar ahora la factura por todas las consecuencias imprevistas? No se suponía que esto fuera a suceder. ¿Es esta la Derridalandia que una vez soñamos? Los medios convencionales juegan un papel decisivo en este proceso de decadencia. El papel de los medios de comunicación como «cámaras de compensación» para los hechos y las opiniones se ha visto socavado durante décadas por el aumento de las fuerzas centrípetas en la sociedad que ya no aceptan sentimientos particulares de épocas del baby boom, como la verdad y la independencia. A pesar de que su legitimidad se ha desvanecido, su influencia sigue siendo sustancial. Esto crea un ambiente de ambivalencia permanente.
Después de décadas de arduo trabajo para deconstruir la ideología dominante de los medios de comunicación convencionales, no hay vuelta atrás. El consenso liberal está roto. La impresionante incapacidad de «la prensa» para lidiar con los cambios en la sociedad (desde el cambio climático hasta la desigualdad de ingresos) ha llevado a una forma generalizada de indiferencia. ¿Por qué molestarse con los muertos vivientes? Los puntos ciegos teóricos de las sucesivas generaciones posmodernas son demasiado numerosos para enumerarlos. El gran elefante en la habitación aquí es Jürgen Habermas. Muchos de nosotros todavía suscribimos su noción de la esfera pública burguesa como un escenario donde las diferentes opiniones compiten en un diálogo racional, incluso si no creemos en los valores fundamentales de la sociedad occidental, como la democracia. ¿Y quién sería el «contrapúblico» en este contexto? ¿El «contenido generado por el usuario» de 4chan, Reddit o canales de YouTube como PewDiePie? ¿Cuál es la respuesta organizada a todo esto? Condena moral y negación. Y nosotros mismos como activistas, ¿qué tenemos para ofrecer? ¿Cómo se ve una versión contemporánea de Indymedia? ¿Y dónde está, ahora que la necesitamos tanto? Si es posible un modelo federado de filtrado de noticias de abajo hacia arriba, entonces construyámoslo.
Hay una crisis de «cultura participativa». Veamos el ejemplo de danah boyd y cómo está deconstruyendo el discurso de alfabetización mediática en el que muchos de nosotros teníamos grandes esperanzas. Una lectura cínica de las noticias ha ensombrecido las capacidades críticas. A raíz de las elecciones de 2016 de Donald Trump, se preguntó si la alfabetización mediática había sido contraproducente6. Es perezoso culpar solo al trolling, al clickbait y a las fake news de la caída de la legitimidad de las noticias. Para la generación del baby boom anterior a Internet, la alfabetización era sinónimo de la capacidad de cuestionar fuentes, deconstruir opiniones y leer ideología en mensajes casi neutrales. Hoy en día, el significado de alfabetización ha cambiado, refiriéndose a la capacidad de los ciudadanos para producir su propio contenido en forma de respuestas, contribuciones, publicaciones en blogs, actualizaciones de redes sociales e imágenes subidas a canales de vídeo y sitios para compartir fotos.
Sin embargo, este giro de consumidor crítico a productor crítico tuvo un precio: la inflación de la información. La autoridad para filtrar las noticias pasó de los medios de difusión de arriba abajo a los gigantes de la tecnología. Según boyd, la alfabetización mediática se ha asemejado a una desconfianza de los medios de comunicación y ya no a la crítica basada en hechos. En lugar de considerar la evidencia de los expertos, ha llegado a ser suficiente para exponer la propia experiencia. La indignación ha triunfado, se ha atrofiado el debate razonable. El resultado es una cultura altamente polarizada que favorece el tribalismo y la autosegregación.
La situación actual exige un replanteamiento de las demandas habituales de los activistas y actores de la sociedad civil con respecto a la «alfabetización mediática». ¿Cómo se puede informar mejor a la audiencia general? ¿Es este un diagnóstico preciso del problema actual en primer lugar? ¿Cómo se pueden hacer agujeros en burbujas de filtro? ¿Cómo puede el Hazlo-Tú-Mismo ser una alternativa viable cuando las redes sociales ya han experimentado en tales términos? ¿Y podemos seguir confiando en el potencial emancipador de «replicar a los medios de comunicación» a través de las ya conocidas aplicaciones de redes sociales? ¿Cómo funciona la manipulación hoy? ¿Sigue siendo productivo deconstruir The New York Times (y sus equivalentes)? Si la década de los setenta produjo Para leer al Pato Donald7, ¿quién va a escribir Para usar Facebook? ¿Cómo explicaría el funcionamiento del newsfeed de Facebook a su base de usuarios? ¿Sigue siendo una caja negra?
Si queremos culpar a los algoritmos, ¿cómo podemos popularizar su complejidad a grandes audiencias? Un ejemplo de ello podría ser Armas de destrucción matemática de Cathy O’Neil8, en el que describe cómo «los modelos matemáticos mal concebidos abarcan la economía, desde la publicidad hasta las cárceles». Su pregunta es cómo domesticar y, sí, desarmar los algoritmos peligrosos. Tales modelos matemáticos no son herramientas neutrales. Sin embargo, en la vida cotidiana, experimentamos cada vez más el ranking como destino. «Prometiendo eficiencia y equidad, distorsionan la educación superior, aumentan la deuda, estimulan el encarcelamiento masivo, golpean a los pobres en casi todos los momentos y socavan la democracia». En esta cuenta de sus trabajos en numerosas industrias, O’Neil muestra que este software es «no solo construido a partir de datos, sino también de las elecciones que hacemos sobre a qué datos prestar atención y cuáles omitir. Esas opciones no solo se refieren a la logística, los beneficios y la eficiencia. Son fundamentalmente morales». Y sesgados por clase, agrega: «Los privilegiados son procesados por personas, las masas por máquinas». Una vez instalados y funcionando por un tiempo, estos «motores de diferencia» crean su propia realidad y justifican sus propios resultados, un modelo que O’Neil denota como de autoperpetuación y altamente destructivo.
Técnicas tales como las filtraciones,