Esperanza sin límites. J. I. Packer
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La esperanza es una planta delicada que puede ser fácilmente aplastada y extinguida, y cada creyente tiene que prepararse para luchar por ella. Muchos son los momentos de desilusión y frustración, cuando decimos y sentimos que las cosas no tienen esperanza, y toda la esperanza se ha ido. La desilusión nos lleva, si lo permitimos, hacia una pendiente resbaladiza que va desde la desolación y la angustia hasta la depresión y la desesperación. Los discursos dados por el traumatizado Job cuando estaba sentado en medio de las cenizas, enfermo, aturdido y lastimado en su mente y en su cuerpo, expresa la muerte de la esperanza en términos clásicos. “Mis días...terminaron sin esperanza” (Job 7:6). “Las piedras se desgastan con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la tierra; de igual manera haces tú (¡Dios!) perecer la esperanza del hombre” (14:1819). “Si yo espero, el Seol es mi casa...¿Dónde, pues, estará ahora mi esperanza? Y mi esperanza, ¿quién la verá?” (17:13-15). “(¡Dios!) ha hecho pasar mi esperanza como árbol arrancado” (19:10). Después de haber vivido con la suposición de que la gente devota sería materialmente enriquecida en todo momento, y antes de la revelación de la esperanza de la gloria con Cristo más allá de este mundo, Job – aunque finalmente restaurado en términos materiales (42:10) – no pudo obtener una base firme para tener esperanza de Dios aparte de: Confía en que yo sé lo que estoy haciendo; el cual es el mensaje transmitido a él a través del repaso que hace Dios referente a algunas de las glorias cósmicas y las maravillosas criaturas vivientes que él ha hecho (ver caps. 38-41). Pero los cristianos saben más que lo que Job sabía, y Pedro pone delante de nosotros los recursos para avivar la esperanza en nuestros corazones cuando quiera que se encuentre amenazada. Este es el pasaje: Vale su peso en oro.
Bendito el Dios y Padre de nuestro SeñorJesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo, a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso; obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas. (1 Ped. 1:3-9)
¿Necesitamos la esperanza? Sí. ¿Pueden esperar los cristianos? Sí. ¿Estamos alguna vez sin esperanza? No. ¿Es la grandeza de nuestra esperanza un indicador de la gracia de Dios? Sí. ¿Trae nuestra esperanza de salvación un gozo, energía, fidelidad y un deseo de ser usado por Dios? Sí, sí, sí, sí. ¿Podemos esperar que Dios nos use cada día para su gloria, aún cuando todavía no estamos perfectamente santificados? Sí. ¿Es esto buenas nuevas? Sí.
¡Que tengas una buena esperanza! – o como algunos dicen, ¡He aquí, a la esperanza! – el esperar como una manera de vivir, el esperar como una fuente de fortaleza y el esperar como una fuente de gozo de corazón del cual fluyen contínuamente la alabanza y la oración.
¿Es eso lo último que tengo que decir?
No precisamente.
Yo creo que usted sabe que el mal es algo que está lejos del mundo de Dios: astuto, malicioso, destructivo, hábil e implacable, dirigido por un ángel corrupto al que las Escrituras llama Satanás (una palabra hebrea que significa “el adversario” o también “oponente hostil”). Creo que usted sabe que Satanás está aquí y que ahora lo está persiguiendo personalmente, ya que al comprometerse usted con Jesucristo, usted se ha alineado en contra de él. Al entrar en el conflicto continuo entre el Creador y el corruptor, lo cual usted hizo cuando se enlistó del lado del Señor, usted ha asegurado, quiéralo o no, el vivir el resto de su vida en un estado de guerra espiritual. Creo que usted sabe que Satanás al no haber podido mantenerlo apartado de la fe, hará lo más condenado posible (Uso esa palabra con precisión para indicar aquello que expresa e induce la condenación de Dios) para evitar que usted tenga un crecimiento saludable en Cristo y que le sea útil en obra y testimonio. Esto quiere decir que Satanás trabajará para desviarlo del camino de santidad y esperanza. Y creo que sé que algunos de ustedes que leyeron estas palabras, muy al fondo, ya se han rendido a Satanás en lo que a esperanza se refiere, para que el poder de la esperanza que da gozo, mejora la vida, y genera energía, acerca de lo cual hablan Pablo y Pedro, sea algo que usted sepa muy poco. Por favor piense conmigo por un momento en cómo puede ser cambiado esto.
Para apagar la esperanza como hábito de la mente y del corazón, Satanás explota tanto nuestras debilidades innatas de carácter como nuestros defectos de actitud y comportamiento adquiridos los cuales testifican de las relaciones malas y fracasadas de nuestro pasado. Así algunos de nosotros tenemos un temperamento que es naturalmente sombrío y melancólico (la palabra antigua que significaba depresivo), de tal modo que el absorberse en sí mismo y compadecerse de sí mismo, el sentirse varado y abandonado, y el esperar lo peor se nos hace natural a nosotros, como lo fue con Eeyore en la saga de Winniethe-Pooh. Algunos de nosotros estamos cargados de un sentimiento aplastante de timidez e incompetencia (torpeza, lentitud, falta de belleza, de cerebro, vigor y viveza) así que nos sentimos avergonzados e inferiores y nos corremos asustados, con miedo de caer atrapados en alguna tontería que no notamos. Algunos de nosotros llevamos las cicatrices del dolor que no podemos olvidar y el daño que no podemos reparar (de la mala crianza, el intimidamiento, el rompimiento de relaciones, el abuso sexual y de sustancias, etc.). Los recuerdos de culpabilidad mantienen vivas la vergüenza y el desprecio de uno mismo en el corazón de algunos de nosotros. El sentirse encarcelado en un cuerpo enfermo y desgastado, o en un hogar sin amor, o en una rutina que destruye el alma, nos anima a resentir de nuestra propia existencia y darla como una miseria total.
El agotamiento emocional a lo largo de cualquier período de tiempo nos deja sintiendo, como un hombre me dijo una vez, como que nuestra fe es tan frágil como papel facial, y que el esperar positivamente por cualquier cosa está simplemente más allá de nosotros. Satanás es un maestro usando estas condiciones y otras similares para apartarnos de practicar la esperanza.
Nosotros no siempre estamos en contacto tan cercano con nosotros mismos – esto es, con nuestros sentimientos, impulsos y actitudes – como lo creemos o necesitamos estar. Quizás se encuentre usted queriendo descartar lo que he estado diciendo acerca de la esperanza cristiana en Dios tomándolo como palabrería fácil. Esto puede ser porque me referí a debilidades y vulnerabilidades que usted tiene interés en negar que