Novelas ejemplares. Miguel de Cervantes Saavedra

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Novelas ejemplares - Miguel de Cervantes Saavedra

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otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más, y por la mano. A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación, y más que me doy a entender (y es así) que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa. Tras ellas, si la vida no me deja, te ofrezco los Trabajos de Persiles, libro que se atreve a competir con Heliodoro, si ya por atrevido no sale con las manos en la cabeza: y primero verás, y con brevedad, dilatadas las hazañas de Don Quijote y donaires de Sancho Panza; y luego las Semanas del jardín. Mucho prometo con fuerzas tan pocas como las mías; pero ¿quién pondrá rienda a los deseos? Solo esto quiero que consideres: que pues yo he tenido osadía de dirigir estas novelas al gran conde de Lemos, algún misterio tienen escondido, que las levanta. No más, sino que Dios te guarde, y a mí me dé paciencia para llevar bien el mal que han de decir de mí más de cuatro sotiles y almidonados.

      —Vale.

      La gitanilla

      Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte.

      Una, pues, de esta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso por nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías, y modos de embelecos, y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir sus manos; y lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada; y, con todo esto, era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes, con ser aguda, era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna gitana, vieja ni moza, cantar cantares lascivos ni decir palabras no buenas, y finalmente la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía, y así, determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas.

      Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire, porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y ansí, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que los diese, que también hay poetas que se acomodan con gitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia: de todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa.

      Criose Preciosa en diversas partes de Castilla, y a los quince años de su edad su abuela putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es donde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fue un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba; y aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los muchachos a verla, y los hombres a mirarla; pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, allí fue ello, allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla, y de común consentimiento de los diputados de la fiesta, desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaron a hacerla en la iglesia de Santa María, delante de la imagen de la gloriosa Santa Ana, después de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales, dando largas y ligerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:

      Árbol preciosísimo,

      Que tardó en dar fruto

      Años que pudieron

      Cubrirle de luto,

      Y hacer los deseos

      Del consorte puros,

      Contra su esperanza

      No muy buen seguros:

      De cuyo tardarse

      Nació aquel disgusto

      Que lanzó del templo

      Al varón más justo:

      Santa tierra estéril,

      Que al cabo produjo

      Toda la abundancia

      Que sustenta el mundo:

      Casa de moneda

      Do se forjó el cuño

      Que dio a Dios la forma

      Que como hombre tuvo:

      Madre de una hija

      En quien quiso y pudo

      Mostrar Dios grandezas

      Sobre humano curso:

      Por vos y por ella

      Sois, Ana, el refugio

      Do van por remedio

      Nuestros infortunios.

      En cierta manera,

      Tenéis, no lo dudo,

      sobre el nieto imperio

      Piadoso y justo.

      Al ser comunera

      del alcázar sumo,

      Fueran mil parientes

      Con vos de consuno.

      ¡Qué hija!, ¡qué nieto!

      Y ¡qué yerno! Al punto,

      A ser causa justa

      Cantárades triunfos.

      Pero vos, humilde,

      Fuisteis el estudio

      Donde vuestra hija

      Hizo humildes cursos.

      Y ahora a su lado,

      A Dios el más junto,

      Gozáis de la alteza

      Que apenas barrunto.

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