Novelas ejemplares. Miguel de Cervantes Saavedra

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Novelas ejemplares - Miguel de Cervantes Saavedra страница 5

Novelas ejemplares - Miguel de Cervantes Saavedra

Скачать книгу

admirar a cuantos la escuchaban. Unos decían: «¡Dios te bendiga, la muchacha!». Otros: «¡Lástima es que esta mozuela sea gitana; en verdad en verdad que merecía ser hija de un gran señor!». Otros había más groseros, que decían: «¡Dejen crecer a la rapaza, que ella hará de las suyas; ¡a fe que se va añudando en ella gentil barredera para pescar corazones!». Otro más humano, más basto y más modorro, viéndola andar tan ligera en el baile, le dijo: «¡A ello, hija, a ello, ¡andad, amores, y pisad el polvito a tan menudito!».

      Y ella respondió, sin dejar el baile:

      —¡Y pisárelo yo a tan menudo!

      Acabáronse las vísperas y la fiesta de Santa Ana, y quedó Preciosa algo cansada; pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y bailadora, que a corrillos se hablaba de ella en toda la Corte. De allí a quince días volvió a Madrid, como tenía de costumbre, con otras tres muchachas, con sonajas y con un baile nuevo, todas apercibidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentía Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamás, y muchos miraron en ello, y la tuvieron en mucho. Nunca se apartaba de ella la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, por complacer a los que las miraban, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro. Y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida. Acabado el baile, dijo Preciosa:

      —Si me dan cuatro cuartos les cantaré un romance yo sola, lindísimo en extremo, que trata de cuando la reina nuestra señora doña Margarita salió a misa de parida en Valladolid y fue a San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.

      Apenas hubo dicho esto cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:

      —Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos.

      Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas y al tono correntío y loquesco cantó el siguiente romance:

      Salió a misa de parida

      La mayor reina de Europa,

      En el valor y en el nombre

      Rica y admirable joya.

      Como los ojos se lleva,

      Se lleva las almas todas

      De cuantos miran y admiran

      Su devoción y su pompa.

      Y para mostrar que es parte

      Del cielo en la tierra toda,

      A un lado lleva el sol de Austria,

      Al otro, la tierna aurora.

      A sus espaldas la sigue

      Un lucero que a deshora

      Salió, la noche del día

      Que el cielo y la tierra lloran.

      Y si en el cielo hay estrellas

      Que lucientes carros forman,

      En otros carros su cielo

      Vivas estrellas adornan.

      Aquí el anciano Saturno

      La barba pule y remoza,

      Y aunque tardo, va ligero;

      Que el placer cura la gota.

      El dios parlero va en lenguas

      Lisonjeras y amorosas,

      Y Cupido en cifras varias,

      Que rubíes y perlas bordan.

      Allí va el furioso Marte

      En la persona curiosa

      De más de un gallardo joven

      Que de su sombra se asombra.

      Junto a la casa del sol

      Va Júpiter; que no hay cosa

      Difícil a la privanza

      Fundada en prudentes obras.

      Va la luna en las mejillas

      De una y otra humana diosa,

      Venus casta, en la belleza

      De las que este cielo forman.

      Pequeñuelos Ganimedes

      Cruzan, van, vuelven y tornan

      Por el cinto tachonado

      Desta esfera milagrosa.

      Y para que todo admire

      Y todo asombre, no hay cosa

      Que de liberal no pase

      Hasta el extremo de pródiga.

      Milán con sus ricas telas

      Allí va en vista curiosa;

      las Indias con sus diamantes,

      Y Arabia con sus aromas.

      Con los mal intencionados

      Va la envidia mordedora,

      Y la bondad en los pechos

      De la lealtad española.

      La alegría universal

      Huyendo de la congoja,

      Calles y plazas discurre,

      Descompuesta y casi loca.

      A mil mudas bendiciones

      Abre el silencio la boca,

      Y repiten los muchachos

      Lo que los hombres entonan.

      Cuál dice: «Fecunda vid,

      Crece, sube, abraza y toca

      El olmo felice tuyo,

      Que mil siglos te haga sombra.

      Para gloria de ti misma,

      Para bien de España y honra,

      Para arrimo de la Iglesia,

      Para

Скачать книгу