Novelas ejemplares. Miguel de Cervantes Saavedra
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Y ella respondió, sin dejar el baile:
—¡Y pisárelo yo a tan menudo!
Acabáronse las vísperas y la fiesta de Santa Ana, y quedó Preciosa algo cansada; pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta y bailadora, que a corrillos se hablaba de ella en toda la Corte. De allí a quince días volvió a Madrid, como tenía de costumbre, con otras tres muchachas, con sonajas y con un baile nuevo, todas apercibidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos; que no consentía Preciosa que las que fuesen en su compañía cantasen cantares descompuestos, ni ella los cantó jamás, y muchos miraron en ello, y la tuvieron en mucho. Nunca se apartaba de ella la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella la tenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, por complacer a los que las miraban, y de los que las venían siguiendo se hizo luego un gran corro. Y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes, y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que también la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida. Acabado el baile, dijo Preciosa:
—Si me dan cuatro cuartos les cantaré un romance yo sola, lindísimo en extremo, que trata de cuando la reina nuestra señora doña Margarita salió a misa de parida en Valladolid y fue a San Llorente: dígoles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del número, como capitán del batallón.
Apenas hubo dicho esto cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:
—Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuartos.
Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia, repicó Preciosa sus sonajas y al tono correntío y loquesco cantó el siguiente romance:
Salió a misa de parida
La mayor reina de Europa,
En el valor y en el nombre
Rica y admirable joya.
Como los ojos se lleva,
Se lleva las almas todas
De cuantos miran y admiran
Su devoción y su pompa.
Y para mostrar que es parte
Del cielo en la tierra toda,
A un lado lleva el sol de Austria,
Al otro, la tierna aurora.
A sus espaldas la sigue
Un lucero que a deshora
Salió, la noche del día
Que el cielo y la tierra lloran.
Y si en el cielo hay estrellas
Que lucientes carros forman,
En otros carros su cielo
Vivas estrellas adornan.
Aquí el anciano Saturno
La barba pule y remoza,
Y aunque tardo, va ligero;
Que el placer cura la gota.
El dios parlero va en lenguas
Lisonjeras y amorosas,
Y Cupido en cifras varias,
Que rubíes y perlas bordan.
Allí va el furioso Marte
En la persona curiosa
De más de un gallardo joven
Que de su sombra se asombra.
Junto a la casa del sol
Va Júpiter; que no hay cosa
Difícil a la privanza
Fundada en prudentes obras.
Va la luna en las mejillas
De una y otra humana diosa,
Venus casta, en la belleza
De las que este cielo forman.
Pequeñuelos Ganimedes
Cruzan, van, vuelven y tornan
Por el cinto tachonado
Desta esfera milagrosa.
Y para que todo admire
Y todo asombre, no hay cosa
Que de liberal no pase
Hasta el extremo de pródiga.
Milán con sus ricas telas
Allí va en vista curiosa;
las Indias con sus diamantes,
Y Arabia con sus aromas.
Con los mal intencionados
Va la envidia mordedora,
Y la bondad en los pechos
De la lealtad española.
La alegría universal
Huyendo de la congoja,
Calles y plazas discurre,
Descompuesta y casi loca.
A mil mudas bendiciones
Abre el silencio la boca,
Y repiten los muchachos
Lo que los hombres entonan.
Cuál dice: «Fecunda vid,
Crece, sube, abraza y toca
El olmo felice tuyo,
Que mil siglos te haga sombra.
Para gloria de ti misma,
Para bien de España y honra,
Para arrimo de la Iglesia,
Para