Novelas ejemplares. Miguel de Cervantes Saavedra
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—Entremos, Preciosa —dijo Cristina—, que tú sabes más que un sabio.
Animolas la gitana vieja, y entraron. Y apenas hubo entrado Preciosa, cuando el caballero del hábito vio el papel que traía en el seno, y llegándose a ella, se lo tomó, y dijo Preciosa:
—Y no me lo tome, señor, que es un romance que me acaban de dar ahora, que aún no le he leído.
—¿Y sabes tú leer, hija? —dijo uno.
—Y escribir —respondió la vieja—, que a mi nieta la he criado yo como si fuera hija de un letrado.
Abrió el caballero el papel, y vio que venía dentro dél un escudo de oro, y dijo:
—En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro. Toma este escudo que en el romance viene.
—Basta —dijo Preciosa—, que me ha tratado de pobre el poeta. Pues cierto que es más milagro darme a mí un poeta un escudo que yo recebirle. Si con esta añadidura han de venir sus romances, traslade todo el Romancero general, y envíemelos uno a uno, que yo les tentaré el pulso, y si vinieren duros, seré yo blanda en recibillos.
Admirados quedaron los que oían a la gitanica, así de su discreción como del donaire con que hablaba.
—Lea, señor —dijo ella—, y lea alto. Veremos si es tan discreto ese poeta, como es liberal.
Y el caballero leyó así:
Gitanica, que de hermosa
Te pueden dar parabienes:
Por lo que de piedra tienes
Te llama el mundo Preciosa.
Desta verdad me asegura
Esto, como en ti verás;
Que no se aparta jamás
La esquiveza y la hermosura.
Si como en valor subido
Vas creciendo en arrogancia,
No le arriendo la ganancia
A la edad en que has nacido;
Que un basilisco se cría,
en ti, que mata mirando,
Y un imperio, que, aunque blando,
Nos parezca tiranía.
Entre pobres y aduares,
¿Cómo nació tal belleza?
¿O cómo crio tal pieza
El humilde Manzanares?
Por esto será famoso
A par del Tajo dorado,
Y por Preciosa preciado
Más que en el Ganges caudaloso.
Dices la buenaventura
y dasla mala contino;
Que no van por un camino
Tu intención y tu hermosura.
Porque en el peligro fuerte
De mirarte o contemplarte,
Tu intención va a desculparte,
Y tu hermosura a dar muerte.
Dicen que son hechiceras
Todas las de tu nación;
Pero tus hechizos son
De más fuerzas y más veras;
Pues por llevar los despojos
De todos cuartos te ven,
Haces, ¡oh niña!, que estén
Los hechizos en tus ojos.
En sus fuerzas te adelantas,
Pues bailando nos admiras,
Y nos matas, si nos miras,
Y nos encantas, si cantas.
De cien mil modos hechizas,
Hables, calles, cantes, mires,
O te acerques, o retires,
El fuego de amor atizas.
Sobre el más exento pecho
Tienes mando y señorío
De lo que es testigo el mío,
De tu imperio satisfecho.
Preciosa joya de amor,
Esto humildemente escribe
El que por ti muere vive
Pobre, aunque humilde amador.
—En pobre acaba el último verso —dijo a esta sazón Preciosa—: ¡mala señal! Nunca los enamorados han de decir que son pobres, porque a los principios, a mi parecer, la pobreza es muy enemiga del amor.
—¿Quién te enseña eso, rapaza? —dijo uno.
—¿Quién me lo ha de enseñar? —respondió Preciosa—. ¿No tengo yo mi alma en mi cuerpo? ¿No tengo ya quince años? Y no soy manca, ni ronca, ni estropeada del entendimiento. Los ingenios de las gitanas van por otro norte que los de las demás gentes. Siempre se adelantan a sus años. No hay gitano necio, ni gitana lerda. Que como el sustentar su vida consiste en ser agudos, astutos y embusteros, despabilan el ingenio a cada paso, y no dejan que críe moho en ninguna manera. ¿Ven estas muchachas mis compañeras, que están callando y parecen bobas? Pues éntrenles el dedo en la boca y tiéntenlas las cordales, y verán lo que verán. No hay muchacha de doce que no sepa lo que de veinticinco, porque tienen por maestros y preceptores al diablo y al uso, que les enseña en una hora lo que habían de aprender en un año.
Con esto que la gitanilla decía, tenía suspensos a los oyentes, y los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogió la hucha de la vieja treinta reales, y más rica y más alegre que una Pascua de Flores, antecogió sus corderas y fuese en casa del señor teniente, quedando que otro día volvería con su manada a dar contento a aquellos tan liberales señores.
Ya tenía aviso la señora doña Clara, mujer del señor tiniente, como habían de ir a su casa las gitanillas, y estábalas esperando como agua de mayo ella y sus doncellas y dueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver a Preciosa.
Y apenas hubieron